Macy es la heredera al trono de los vampiros. El problema, es que ella todavía no lo sabe.
Durante un campamento de verano, Macy descubre que los vampiros son reales; y ahora es una de ellos. Teniendo que lidiar con su nueva naturaleza, y el impuls...
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—¡Eres un maldito traidor! —Gritó Dylan, golpeando a Quentin con la lanza—. ¿Cómo pudiste hacerle eso a Salvatore?
Quentin giró con rapidez, esquivando el golpe. Detuvo la lanza con la mano, suprimiendo un gesto de dolor. Dylan tenía demasiada fuerza, y sabía que no podría contenerlo mucho tiempo. Sin embargo, no comprendía nada de lo que decía.
—¿De qué estás hablando? —Espetó, empujándolo hacia atrás—. ¿Acaso enloqueciste?
Dylan rio con amargura, haciendo un corte rápido en uno de los brazos del muchacho. Estaba furioso, y solo pensaba en vengarse. Los recuerdos de la última pelea en el castillo nublaron su mente, impidiéndole pensar en algo que no fuera acabar con Quentin.
—Ya sé que eres el espía de los Kovacevic—. Habló fuerte, viéndolo con asco—. Has sido tú quien estuvo ayudándolos en los ataques.
—¡Yo jamás me pondría del lado de un grifo! ¡Jamás! —Quentin se defendió, agachándose para recoger su lanza—. Mi lealtad está con Salvatore y con el castillo. Nunca los traicionaría.
—Mientes —Dylan masculló, empujándolo hasta hacerlo caer—. Tú me odias, y a mi padre también. No me sorprendería que te hubieras aliado con Perso.
Quentin se levantó de un salto, sintiendo los colmillos bajar. Estaba cansado de la actitud de Dylan, y finalmente le daría una lección. Llevaba aguantando sus insultos por años, pero ya no más. Acababa de llegar a su límite.
—Te odio a ti, pero jamás iría en contra de Salvatore—. Afirmó, golpeándolo en el abdomen—. Llevo trescientos años sirviendo a este castillo. ¿Realmente piensas que los traicionaría cuando la guerra está tan cerca?
Dylan se apoyó sobre la lanza, tomando impulso para patearlo en el rostro. Estaba ofuscado, y ya no soportaba sus mentiras. La frustración volvía a embargarlo, y solo quería que él confesara sus crímenes.
—No te creo— gritó, pateándolo de nuevo—. Sé las cosas que decías de Salvatore a sus espaldas, y los años que pasaste enojado porque me dieron tu puesto. Eres un traidor.
Quentin colocó su lanza entre las piernas de Dylan, haciéndolo caer de espaldas. Escupió la sangre que se acumuló en su boca, notando que le rompió la nariz también. Él blandió el arma entre los dedos, listo para la estocada final.
—¡Tú me robaste el trabajo! —Quentin explotó, rompiéndole la lanza en la cabeza—. Casi muero defendiendo a Salvatore. Pasé dos semanas agonizando. —Le recordó, golpeándolo—. ¿Y sabes qué gané? Ver que te habían nombrado el nuevo protector mientras yo luchaba por mi vida.
Dylan llevó una mano a su frente, sintiendo que la vista se le nublaba. Las lanzas eran de roble, y pesaban poco más de tres kilos. Creyó que varias astillas se le incrustaron, pero no las encontraba para quitárselas. Era la primera vez que lo golpeaban así.