CAPÍTULO 38

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El sol brillaba con fuerza en el cielo, y el eco del trinar de los pajarillos resonaba en el aire

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El sol brillaba con fuerza en el cielo, y el eco del trinar de los pajarillos resonaba en el aire. Una leve brisa removió el polen de las flores, esparciendo su olor por todo el castillo. Dylan rio con amargura al percibir el aroma, y dejó caer una pequeña piedra al vacío. El día estaba alegre; como si no le hubieran avisado al sol que Salvatore falleció y que no debía brillar. Todo el mundo parecía continuar con sus vidas alrededor suyo, sin guardar ningún tipo de luto o respeto. A nadie parecía importarle que su padre acababa de morir. 

Dylan se balanceó en la cornisa lateral del castillo, observando el patio desde esa altura. El suelo se veía tan lejos de él, que pensó en saltar. Dylan sabía que la caída no lo mataría, pero deseaba lastimarse a sí mismo. Solo causándose dolor físico lograría calmar el vacío emocional que sentía. 

Dylan se permitió soltar un par de lágrimas, sin contenerse más. Él era el culpable de la muerte de su padre. Si no se hubiera enfocado en atacar a Iskandar, habría tenido tiempo suficiente para liberar a Salvatore. Su misión como protector era morir por el Aka Zaba, pero ni siquiera pudo hacer eso bien. 

Dylan continuó sollozando, y escondió el rostro entre sus manos. El dolor que sentía era indescriptible, y creyó que algo dentro suyo se acababa de romper. La historia se repetía una y otra vez, y él cometía los mismos errores. Su padre murió por su descuido, y por dejar que sus sentimientos nublaran su juicio. La ira que lo cegó era la causante del secuestro de Salvatore. 

Él continuó llorando, sintiéndose la peor mierda del mundo. Salvatore fue más que un padre para él, y era quien más confianza le tenía. Dylan gimoteó, dándose cuenta que su muerte le dolió más que la de su padre biológico. Solo el dolor por la muerte de Alehna podía compararse con el que lo embargaba.  

El joven se levantó, apenas viendo por el llanto. Se colocó al borde de la cornisa, decidido a saltar. Ya no le importaba su vida, ni nada de lo que le ocurriera. Su único deseo era perderse en la oscuridad, y ahogar todos los sentimientos que tenía. El dolor y el remordimiento lo comían por dentro; y escuchar a su conciencia solo lo deprimía más. Dylan ya no quería que las personas que amaba continuaran muriendo por su culpa. Finalmente, después de cien años, tendría el valor de suicidarse. 

Una mano lo tomó con fuerza de la muñeca, impidiendo que saltara. Lo obligó a retroceder, alejándolo de la cornisa. Dylan se tambaleó, sin poder distinguir quién era debido a las lágrimas. Él se limpió con las mangas de su chaqueta, avergonzado de saber que alguien lo había encontrado.

—¿Qué estás haciendo? —Macy preguntó sin soltarlo. —¿Realmente ibas a saltar?

—Él era mi padre, Macy. —Dylan sollozó. —Era mi padre y ya no está. Salvatore confiaba en mí, y yo lo defraudé. 

—No lo defraudaste. Hiciste lo mejor que pudiste para defenderlo. —Macy susurró. —Yo creo que Salvatore estaría orgulloso de ti. 

—Él me salvó, y me dio una segunda oportunidad. Y yo no pude hacer lo mismo por él. —Dylan se soltó, molesto. —Lo que tú creas no le devolverá la vida.

Aka Zaba: Reina de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora