Capítulo 14. El Don I.

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Capítulo 14

El Don I

Corría, corría a gran velocidad a través del frondoso bosque desconocido, no había pisado las zonas en mi vida, pero por alguna razón me resultaba familiar.

Me resultaba familiar los árboles, me resultaba familiar las flores, incluso me resultaba familiar el leve cantico de las aves. Era como si ya hubiese estado allí. Por todo mi cuerpo me recorría un cosquilleo agradable, hacía que mis labios se curvasen hacia arriba.

Escuche un crujido de ramas a mi derecha, al voltear le vi una vez más, a aquel caballo negro de ojos azules, el llamado Espíritu del Bosque, Lirio una vez lo había llamado el Caballo Rojo, aquellos caballos que habían sido criados y entrenados antiguamente por los Corazones, caballos con corazones de fuego.

El caballo sin nombre se acercó hasta mí al trote, a medida que se acercaba hasta mí sus músculos se iban marcando con cada pezuña que posaba en el suelo. Paré en seco, cuando estuvo lo suficientemente cerca tan solo camino, bajo su enorme cabeza hasta que estuvo a la par con la mía. Sus resoplidos calientes chocaban contra mi piel, parecía tan real, al acariciarlo su pelaje se sintió suave bajo mis dedos, era como acariciar terciopelo bañado en suavizante. También se sentía caliente, entonces inclinó más la cabeza, su hocico acarició los dedos de mis manos, mordisqueándolos con los labios.

Al entrar en las murallas de Azul no solía haber muchos animales, como mucho los tenían los aristócratas, como los Santiago, hacía tiempo que no montaba.

Alzó sus negras orejas y con un gesto de su cabeza me señaló que montase sobre su lomo. Aquello no podía ser verdad, Lirio me dijo que solo los dignos que supiesen su nombre podrían montar al Caballo Rojo y yo no sabía su nombre.

¿O sí?

Agarrándome con suavidad de su crin negra monté sobre él, me sentía alta y entonces comenzó a galopar. Me agarré con fuerza de su cuello, el caballo me estaba guiando justamente por donde había estado yendo yo, al estar en el lomo del caballo se me hizo aún más familiar. Apreté mis piernas con más fuerza sobre el caballo y mi cuerpo lo hizo solo, entonces solté las manos que se encontraban sujetas a sus crines negras, alcé los brazos y sonreí.

Grité.

El caballo corrió aún más rápido, relincho, me parecía que le divertía, reí. Sentí como el viento cortante chocaba contra mi cara, lo recibí como a un amigo. El viento. Desde hace tiempo el viento me ha parecido extraño, he llegado a pensar que iba a mi favor cuando lo necesitaba.

El viento.

La velocidad.

El poder.

Cerré los ojos y disfrute de la sensación del viento acariciando con fuerza mi rostro, las ráfagas de viento azulado. Cuando volví a abrir los ojos fue porque el caballo se había detenido ante un nuevo claro, solo que en este no había mujeres flor, estaba desierto. El agua era cristalina y transparente se podía ver el fondo lleno de peces de todos los colores imaginables.

Baje del caballo y de repente este se marchó a tal velocidad al igual que cuando había aparecido, camine por el claro, entonces alcé la vista y lo vi.

Una pequeña casa de piedra y madera, parecía vieja.

Algo dentro de mí me indico que me acercase, sentía punzadas en el pecho, unas punzadas muy fuertes. Con pasos lentos pero calculados me acerque hasta la puerta de entrada. Era de una madera vieja y algo podrido, cuando mi mano se cerró sobre el pomo estaba dispuesta a abrirla; de repente una gran ráfaga de viento se alzó a mis espaldas revolviendo mi cabello, este cayó sobre mi cara.

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