||Cinque||

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|05|Cigarrillos Andersen

Un tedioso y pesado suspiro salió de sus finos labios una vez dada por finalizada la clase de hoy. Furioso se quitó sus lentes y pellizco la fuente de su nariz mientras contaba entre murmullos hasta cien –ya no le bastaba contar hasta diez–. No solo él lo noto durante su clase, todos sus alumnos murmuraba entre ellos al ver a los dos profesores más reconocidos de la universidad por su carisma y guapura dormidos en los asientos del fondo del aula. ¿Qué hacían los profesores de bellas artes en una clase de física cuántica?

Aunque no estaba prohibido que otros profesores se cuelen a los salones para ver el trabajo de sus compañeros, era extraño ver aquel par allí. Aunque realmente no duraron ni media clase antes de caer dormidos sobre sus lugares. Todos los alumnos salieron en silencio y susurrando entre ellos con intenciones de no despertarlos u otros simplemente los ignoraron y se fueron como si nada a su siguiente clase.

Volvió a colocarse sus anteojos y mientras los estudiantes abandonaban el lugar se dispuso a limpiar el pizarrón y recoger sus cosas. No tenía idea porque ellos estaban tan al pendiente de él desde el lunes. Ahora siendo jueves; a menos de un día entero de la dichosa cena en la residencia Marcovaldo, tenía su mente llena de inquietudes que le quitaban las horas del sueño y provocando que tenga ojeras que lo hacían parecer un mapache. Agradecía que nadie preguntara pero era tedioso tener todas las miradas sobre él.

Una vez solos, camino a pasos cuidadosos hacia el par de latinos; Camilo roncaba levemente mientras abrazaba su cuaderno, había intentado seguirle la clase anotando un par de cosas y formulas hasta se podía ver el cambio brusco en su caligrafía al perder la línea principal del tema. Pudo ver que se rindió fácil al ver como de fórmulas cambio a posibles nombres para su hija, también hizo garabatos y un corazón con sus iniciales y la de su esposa. Giro la vista hacia Miguel que dormía en una posición demasiado incomoda con la frente pegada a la superficie de la mesa, él solo había escrito la fecha para después dibuja a palos lo que parecía ser él con cara gruñona como una bestia. Soltó un leve gruñido.

–¿Luca?

Volteo su mirada hacia atrás encontrándose con Fredricksen mirándolo con extrañes mientras se adentraba al aula, Luca siseo para que no hiciera ningún ruido. Russell arqueo la ceja en lo que se acercaba encontrándose con la imagen de los otros occidentales. Parecían unos adolescentes dormidos en una de sus clases más aburridas. Paguro tenia envidia que ellos durmieron tan fácilmente en una postura demasiado incomoda.

–¿Deberíamos despertarlos? –sugirió en un susurro el más alto.

–No –dijo serio, dejando salir un soplido cansado–, el conserje lo hará por nosotros, vámonos.

Dicho eso dio media vuelta para ir a recoger su portafolio e irse del lugar sin mirar atrás. Su compañero lo siguió con una expresión culposa al dejarlos solos. Aunque también no entendía por qué estaban allí en primer lugar. Encaminaron por los transcurridos pasillos de la facultad. Muchos de los alumnos saludaban al profesor de idiomas con alegría mientras que con Luca lo hacían con mucho respeto. Aun siendo el profesor más joven de todos, era el más temido por no tener piedad con sus estudiantes.

–¿Por qué se metieron a una clase como la tuya?

–Solo para joder –respondió cansado.

Una vez que salieron del edificio siendo recibidos por la nublada y fría tarde, Paguro saco de su abrigo su cajetilla de cigarrillos, no obstante se quejó fastidiado al abrirlo y solo encontrar dos cigarrillos. Mierda, pensó.

Aun así le ofreció uno a su colega, el cual acepto con una sonrisa amable –como siempre–. Ambos pararon en medio de las jardineras para encenderlos y relajarse un poco después de un largo y frio día.

Entre Nosotros || LubertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora