Capítulo 28: "Los recuerdos traen consigo el sentido"

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Marck corrió con Soren en brazos hacia una habitación, la cual era enteramente estéril y tenía toda la vista de un consultorio médico, con los instrumentos, cajoneras e inclusive una camilla. Sin duda la mansión de Marck lo tenía todo.
Recostó a Soren en la camilla con cuidado mientras se mordía los labios terriblemente aterrado.

No tenía ni la más mínima idea de como reaccionar, solamente se sentó en un banco hecho de varillas de metal reforzadas con aluminio a esperar a que llegase el médico, sintiendo que de poco a poco su corazón se detendría al no poder seguir latiendo con tanta rapidez por ese terror.

Unas cuantas sirvientas entraron sin previo aviso a la habitación, haciendo chocar la blanca puerta contra la pared. - Señor Marck, el doctor se encuentra no muy lejos... Pero debemos ir en carruaje, es más conveniente que vaya usted.- Exclamó una de las mujeres a quien se le había desbordado un ligero mechón de cabello del peinado.
Esta al tiempo en el que hablaba entrelazaba los dedos y movía sus manos entre ellas evidenciando su nerviosismo.

Marck frunció el ceño con cierto grado de molestia. Había dado una orden y las órdenes se acataban sin discusión alguna. - Vayan por él, tengo que cuidar a Soren.- Exclamó apaciguando ese terrible impulso de gritar.

Una de las tres mujeres dio un paso al frente, intentando convencer a Marck de que fuese él quien buscara al médico. - Nosotras podemos cuidar del señor Thomas...-
Marck se levantó del banco con cierta lentitud, era normal para el poder controlar de esa manera sus impulsos, pues alguien del jurado de la corte real debía aprender a hacerlo.
- Señoritas...- Comentó colocando tres de sus dedos en su frente como método de relajación. - Yo voy a cuidar de él, yo estoy a cargo de el por completo y no me interesa si se les hace más cómodo quedarse a hacer nada, así que obedezcan.-

El tono en el que Marck habló fue sumamente severo, sintiéndose como un tabique oprimiendo el esternón de las sirvientas. Sin embargo jamás les reprendió, el tono era seco, carente de emoción pero sumamente educado. Las sirvientas asintieron dejando de insistir y cediendo ante Marck, quien lanzó una fría mirada en contra de ellas, con esas pupilas azules verdosas que demostraban ese fuego impotente que comenzaba a alebrestarse en su cuerpo.

Las mujeres abandonaron la estancia lo más rápido que sus vestidos largos les permitieron.

Marck suspiró de nuevo, posando su mirada en Soren, su cabeza estaba hecha un remolino y no sabía ni siquiera que pensar, jamás había visto problemas en la salud de Soren exceptuando su ya muy lejana indigestión, nada más que eso y era bastante desconcertante.
Sin duda fue una visión terrible ver la desesperación reflejada en aquellos ojos que pedían piedad ante el dolor y ese aferrar de sus uñas en las mangas de Marck.
Ahora que lo notaba... Las mangas de la camisa blanca de Marck estaban un poco rasgadas, no podía creer que el dolor de Soren llegaba a tal punto.

Lo que más le preocupaba en ese momento era saber si Soren sufría y que era lo que podía hacer por evitarlo. Las cosas no rondaban bien la mente del eslavo ahora no notaba ello, su habilidad de percepción era tan nula hasta para sí mismo, puesto que cada día se estaba preocupando más por el bienestar de Soren, justificado aquello con lo que acababa de suceder.

El rechinar de la puerta sonó, y Marck se volvió enseguida, esperanzado en que sería el doctor quien estuviese ahí, pero era solamente Adalia, quien tenía un semblante absolutamente serio. - ¿Cómo está?- Preguntó la mujer, caminando con la frente en alto, tomando otro banco metálico y posicionándolo junto a Marck. Antes de que Adalia se sentase, Marck bajó la cabeza con un dejo de tristeza.
- No sé, no ha tenido reacción.- Contestó Marck recargando sus brazos en la piernas.

Adalia frunció el entrecejo, había llegado a querer a ese chico tal y como un hermano, y ahora más que preocupada se encontraba realmente molesta... No sabía porqué, pero culpaba a Marck de la situación, claro... Ese sentimiento de culpar se alojaba muy dentro de lo que su orgullo pudiese aceptar.
- ¿no mandé a las sirvientas a ir por el médico?- Preguntó el muchacho a manera desafiante, lo cual realmente ofendía el orgullo de una mujer adulta y consciente. ¿Compararla con un grupo de muchachas tontas? ¡No señor!

"El arte de la mentira"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora