🔸Inocencia🔸

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—N-no sé de qué me habla. Por favor, está en la casa de Dios. ¡No puede irrespetar lo sagrado de esta manera!

—No me haga perder la poca paciencia que tengo, padre — presionó el arma en mi cabeza con mucha fuerza—. Usted decide si hablar o callar para siempre.

—Es que no entiendo a lo que se refiere...

—¡Le daré un solo segundo para que me traiga a esa maldita perra de rodillas ante mí!

—¿Qué es ese escándalo? — Samantha apareció en el umbral de la puerta, luciendo tan tranquila e incluso con una sonrisa ladeada plasmada en los labios.

—Eres una maldita cucaracha, casi imposible de erradicar — gruñó el sujeto, dejando ir mi cabeza para apuntar a ella.

—Multiplicarnos para joder la existencia humana es el mayor de nuestros placeres — le apuntó su arma de la misma forma en la que el hombre le apuntaba—. Y solo para que estemos claros; yo no me arrodillo ante ningún hijo de perra. 

Me encontraba en el medio de dos personas armadas, no sabía qué hacer ni qué decir, ni siquiera podía gesticular palabra alguna y sacarlos de la casa de Dios por ese acto tan grosero e intolerable. Estaba tan rígido en mi lugar, esperando que todo fuera un sueño o una broma y no la realidad que no me percaté ni me di cuenta de absolutamente nada sino hasta que las balas resonaron a mi lado.

Solo tuve tiempo de cerrar los ojos y casi encogerme en mi lugar mientras los disparos me dejaban sordo. No supe quién fue el que disparó, si Samantha o el hombre de la máscara. Los temblores en mi cuerpo no se hicieron esperar, tenía mucho miedo de abrir los ojos y encontrar una escena horrible y triste.

—¿Por qué tardaste en llegar, imbécil?

Abrí los ojos al escuchar su voz igual de calmada, como si nada hubiera acabado de pasar. Ella se veía cada segundo más mal, su rostro perdía color y el vestido blanco que traía puesto estaba cubierto de sangre.

—Por Dios, Samantha, estás herida — me acerqué a ella y la sostuve entre mis brazos antes que pudiera caer al suelo.

—Estoy bien, no pasa nada.

—Eres testaruda e incluso con el padre que quiere echarte una mano — comentó un hombre, recostado en el marco de la puerta.

El hombre de la máscara se hallaba muerto a pocos pasos de nosotros, por lo que toda la paz, la tranquilidad y la calma de la casa de Dios me cayó encima. Este lugar ha sido manchado por la sangre de un ser humano, ha sido ensuciado con palabras y acciones terribles que no tienen perdón alguno.

—Por Dios...

—Ni intentes rezar por su alma, porque el infeliz ya estaba condenado en el infierno desde que nació — susurró Samantha—. Sácame de este lugar, Jhon.

—Bien, ven aquí mi dulce víbora. Padre, gracias por lo que ha hecho por mí hermana, no tengo cómo agradecerle que le haya salvado la vida. Ahora mismo la llevaré conmigo a un hospital, porque no se ve nada bien.

—¡¿Quiénes son ustedes?! ¿Cómo se atreven a matar a un hombre ante los ojos de Dios?

—¿Me estás diciendo que quieres acompañarlo, padre? — se acercó a paso lento hasta quedar frente a mí.

Me tensé, sin dejar de apretar el cuerpo de Samantha contra el mío. La mirada de ese hombre no me da nada de confianza, se puede ver a través del transparente colo azul de sus ojos la maldad y la poca empatía que tienes hacía los demás.

—Jhon, no seas estúpido.

—Es mejor hacer de cuenta que somos ciegos y sordos; el que no ve ni oye, tiene más oportunidades de seguir hablando.

¿Es una amenaza? Ese hombre no tiene perdón de Dios, aparte de que asesina como si nada, se atreve a amenazarme en el templo sagrado de Dios.

—Vamos, llévame a casa, necesito un trago y un cigarro.

—Yo me encargo, padre — me la arrebató de las manos, esbozando una sonrisa ladeada—. De más está decir que aquí no pasó nada, ¿o sí, padre?

—N-no, aquí no pasó nada.

—¡Muy bien!

—Gracias, Logan... — dijo por último antes que el hombre la llevara en sus brazos.

Seguidamente entraron varios hombres a llevarse el cuerpo y otros dejaron limpio el suelo de la iglesia, como si con ese aroma a líquidos pudiera desaparecer del aire el olor a sangre. Todo sucedió en cuestión de segundos, como si los hombres ya estuvieran enseñados a hacer ese tipo de cosas en solo cuestión de segundos.

¿Quiénes son verdaderamente ellos? ¿Será que hice mal en ayudarla? Porque ahora mismo me estoy cuestionando qué tan buena persona es ella para la sociedad.

Samantha

—Entonces, ¿vamos a dejar con vida a ese cura?

—Sí.

—¿Por qué? — volvió a cuestionar mi hermano Jhon—. No es bueno que dejemos testigos, y ese cura vio algo que no debía.

—Deja de cuestionar, ese curita no va a abrir la boca.

—¿Por qué estás tan segura?

—Estás siendo verdaderamente molesto, Jhon — resoplé, acomodándome en el asiento del auto.

—No eres de dejar posibles sapos con vida.

—Simplemente no va a decir nada porque yo misma me voy a encargar de llevarlo a una mejor vida — esbocé una sonrisa maliciosa.

—Oh, ya comprendo — soltó una risita burlona—. ¿Desde cuándo te gustan tan inocentes?

No respondí a su pregunta, me limité a encogerme de hombros y recostarme en el sillón. ¿Desde cuándo me gusta la inocencia? Desde que me arrebataron la mía a la fuerza y fui condenada al infierno por terceros. Además de que ese padre tiene una inocencia demasiado dulce y llamativa en su ser. Su inocencia me llamó y mi invitó a destruirla por completo en mis manos. Y eso es lo que voy a hacer; destruir su alma de a poco hasta dejarlo en cenizas.

—Manténlo vigilado — dejé la orden mientras Jhon se alejaba de la iglesia del padre Logan.

Perdición[✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora