🔸Lujuria🔸

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Logan

No debía, no podía, no quería arriesgarme y perder la cabeza, pero el susurro de mi condena me aseguró que nada malo podía pasar; después de todo, pecar en pensamiento ya se está volviendo una costumbre que necesito a toda costa borrar con los castigos que Dios decida imponer. Desde la habitación podía ver a Samantha hablar con el hombre que me trajo y su supuesto hermano, parecían estar discutiendo porque se veían muy serios y acalorados los tres. Aunque estaban alegando, quería entrar a la piscina un rato para estar un poco más cerca de ella antes de irme. No sé qué es lo que me pasa. Me bastó verla para empezar a desear una vez más lo que para mí está prohibido.

No pude apartar los ojos de ella, de ese vestido blanco escotado y abierto de su pierna izquierda hasta más arriba de su cadera, mostrando el hermoso tono de su piel. ¿Será que no lleva ropa interior por debajo? Porque a simple vista no se ve nada, solo la piel desnuda de la parte baja de su vientre y la forma de lo que se pierde entre sus piernas. El vestido rojo que tenía puesto en la cena le quedaba precioso, pero el que tiene ahora puesto le queda deslumbrante. Le resalta cada parte de su esbelta figura a la perfección.

Esas palpitaciones volvieron a aparecer, pero, a diferencia de otras veces, el dolor estaba resultando más exasperante y sofocante. El calor y las cosquillas se agudizaban a medida que detallaba su cuerpo con calma, olvidando por un momento aquel lazo blanco que rodea mi cuello y me convierte en un hombre que no tiene permitido sentir deseos.

Quedé encantando con la forma firme y redonda de sus senos, no son tan grandes, pero tampoco se ven pequeños. Tienen un tamaño justo, quisiera poder tenerlos entre mis manos y comprobar si puedo abacarlos por completo. Sus labios son otra tentación que muero por probar. Esto no está nada bien, estoy pecando una vez más y, para ser honesto, eso es lo menos que me importa ahora mismo. Solo quiero seguir desnudándola con la mirada; grabarme su figura y tenerla en mis pensamientos y no sacarla nunca de mi mente.

Sintiéndome cada segundo más caliente, me acerqué un poco más a la ventana y la enfoqué mejor. Esos dos hombres, luego de tanto discutir con ella, se marcharon los dos lanzando cualquier serie de groserías en su contra. Por su parte, se quedó en el borde de la piscina viendo a la nada, segundos después, se lanzó con todo y vestido al agua.

Salió como una sirena, como la más hermosa de los angeles divinos. Ahora el vestido se adhería a su piel como una segunda capa, despertando ese demonio que habita en mi interior y pretendía dormir con la fuerza interna que lo ha mantenido bajo control, pero todo se fue por un tubo cuando se acostó en una silla tumbona que sobresalía de la parte más baja de la piscina y se quitó el vestido, quedando naturalmente desnuda frente a mis ojos.

Mi corazón salió expulsado de mi pecho debido a la misma rapidez y fuerza con la que latía. La sangre fluyó de manera veloz por todo mi sistema, bombeando con mayor agudeza a lo que, en efecto, estaba en todo su esplendor. Toqué mi erección con mi mano, mordiendo mis labios y centrando mis ojos en su divino cuerpo.

Ya la he visto desnuda varias veces, pero ahora es muy diferente, porque por primera vez en mi vida deseo no ser un sacerdote y dejarme ir por ese deseo que me está quemando la piel, el alma y el corazón de manera lenta y mordaz. Su cuerpo es muy bonito, no tiene imperfección alguna que resaltar. Sus piernas son largas, sus muslos se aprecian bastantes apetecibles y su parte íntima parece brillar desde mi punto de vista. Su vientre plano, sus senos al aire libre, su cabello húmedo cayendo por sus hombros y cubriendo parte de su cuello. Esa mujer salió del infierno para tomarme de la mano y llevarme contra el limbo a ser juzgado y sentenciado por cada uno de mis pecados.

Por si verla desnuda fuera poco, ver en la manera en la que llevó su mano hacia su vagina y se acarició lentamente mientras se retuerce allí acostada, terminó por volarme la cabeza. Sentí que caer de lleno al infierno, golpeándome contra la suavidad de sus alas negras y sucias de sangre y maldad.

Terminé por hacer lo mismo que ella estaba haciendo. Caí en la tentación, en la dulce y perversa condena que parece fluir por sus dedos como agua, en la provocación tan sublime con la que hunde sus dedos en su interior y muerde sus labios con fuerza, en el hechizo de su cadera moviéndose contra sí misma, aumentando la velocidad, disminuyendo la potencia y volviendo a arremeter con todas sus fuerzas.

Liberé mi erección y empecé a masturbarme a su mismo ritmo, como si mi mano fueran sus adentros y estuviera bailando y gozando de lo que es divino, pero prohibido para mí. No podía detenerme, quería acabarla, someterla, tenerla, acribillarla y romperla con todas las ganas que me estaban consumiendo por dentro. Los jadeos se hicieron más sonoros, pesados, más profundos y más ansiosos por ser escuchados por ella.

La lujuria me dominó por completo, me llevó a desearla incontrolablemente. Nunca antes me había masturbado a causa de una mujer, siempre tuve mente fría y ocupada en otros asuntos que hacían de un acto íntimo como explorarse a sí mismo como un acto innecesario en mi vida. Además, desde que era un adolescente fui preparado para no cometer actos sexuales ni conmigo mismo ni con terceros. La masturbación también es un pecado, y no es permitido cuando has hecho un voto de castidad.

Mi piel ardió, sentí morir en su regazo y volver a nacer con una mirada llena de perversión. Sentí liberarme del cielo a la vez que me ataba al infierno. Acabo de comerte uno de los siete pecados capitales, mi alma será condenada y sentenciada. Permití que mis deseos sobrepasaran mi razón.

—No soy digno de ti, mi Señor... — bajé la cabeza avergonzado, triste y decepcionado de mí mismo.

Perdición[✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora