🔸Final🔸

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Samantha no salió ni un solo segundo de mi cabeza y de mis oraciones, aunque trataba de mantener la calma y pensar en positivo. El asesinato no tiene perdón de Dios, pero ahora que el mundo se ha abierto ante mis ojos de una forma que antes no conocía, puedo entender mejor a las personas que cometen algún delito o crimen en sus vidas.

Ellos no lo hacen por deporte o porque despertaron con ganas de hacer daño; detrás de toda consecuencia hay un atroz pasado que muchos no nos detenemos a pensar. La justicia no ayuda a que los crímenes se paguen como es debido y muchos otros esperan que sea Dios el que castigue en vida a un ser despiadado y sin alma; no obstante, cuando no se obtiene ninguna de las dos justicias, otros pocos deciden actuar bajo a bruma del dolor y la impotencia y hacer pagar una sentencia justa que los libre de ataduras para siempre. 

Samantha entra en ese grupo de personas que toman justicia por mano propia. No creo que se trate de venganza, pues ella solo busca resarcir el daño que habitaba en su corazón y en su alma. Puede que mi Dios la haya dejado sola, puede que la haya visto caer muchas veces en el infierno, pero ahora mismo la está viendo levantarse de esas cenizas que parecían consumirla. 

Y, aunque mis principios y mi moral me digan una y otra vez lo mal que está haciendo, otra parte de mí la entiende y la respeta. Esa parte de mí que ha perdido una batalla con mi razón me dice que ella necesita arrancarse de su pasado para caminar una vida tranquila y sin miedos tomada de mi mano.

Me encontraba orando por Samantha cuando sentí la presencia de alguien a mi espalda. Adara me sonrió avergonzada mientras me rodeaba y se posicionaba a mi lado.

—Lamento interrumpir. 

—No te preocupes — cerré mi oración haciéndome la señal de la cruz—. ¿Sabes si Samantha ya regresó de la bodega?

—No, ninguno de los señores lo ha hecho — vaciló un poco—. ¿Tuvo problemas con la Sra. Novikova? No creí que fusen algo, pues tiene su esposo y luego tiene su relación extraña con el Sr. Cavalli.

Me tensé, tratando de controlar el impulso que tuve de gritarle que Samantha no era de nadie más que mía, mucho menos de ese infeliz ruso que debe estar quemándose en las brasas del infierno.

—Es mi mujer, no deberías decir cosas que no sabes de ella, Adara.

—Oh, yo... yo lo lamento — bajó la cabeza—. Pero usted es un buen hombre y no merece a una mujer como ella. 

—¿Y cómo es «una mujer como ella», según a tu apreciación?

—Ya sabe, alguien que no tiene juicio. Le ha sido infiel a su marido con el Sr. Cavalli desde que él le brindó la mano. Ahora juega con un hombre de buena fe como usted. Vaya a saber qué más cosas ha hecho por llegar a dónde está con esos otros traficantes. 

—¿Cómo sabes tanto de ella? 

Hizo silencio, analizando muy bien sus palabras, mientras trataba de lucir tranquila.

—Lo escuché por error. Una como empleada escucha muchas cosas a lo largo de los años — se excusó—. El punto es que no hay mujer que pueda estar a la altura de un sacerdote. 

—Te aseguro que ella está muy por lo alto de cualquier altar — sonreí ladeado—. Y te recomiendo que sigas haciendo tu trabajo sin prestar atención a lo que se escuche detrás de las paredes. Creo que sabes mejor que yo en dónde estás metida si algún mal comentario llega a oídos que no debería. 

—Tengo la posibilidad de irme ahora mismo, pero necesito primero un señuelo — puso en mi espalda baja algún objeto puntiagudo—. Si coopera le juro que no lo voy a lastimar. 

Perdición[✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora