🔸Afecto🔸

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Me levanté desde muy temprano e hice la cama incluso antes de que el sol saliera. Tengo prisa con regresar al pueblo, a mi iglesia y estar con los que siempre me han rodeado. Luego de tomar una ducha lo suficientemente fría y ponerme nuevamente mi ropa, me quedé en espera de que el sol saliera y así poder pedirle a Samantha que me lleve de regreso. Dormí muy poco lo que restó de noche, me siento cansado y aún resentido conmigo mismo. No sé qué cara voy darle a Samantha sin sentir culpa y vergüenza por mis malos actos, sobre todo cuando la furia de Dios por fallar a mis votos me está quemando el alma de a poco.

Había sido un hombre fiel a mi palabra y a mí amor por Dios, pero tengo que aceptar que el deseo, la tentación y las ganas estuvieron por encima de todo. No tuve tiempo de reaccionar a lo que estaba haciendo, cuando me di cuenta ya había sido muy tarde. Y el hecho de quedarme por largos minutos más contemplando la desnudez de Samantha me hace sentir el doble de desvergonzado. No debí espiarla, lo tengo clarísimo, después de todo ella sí tiene permitido disfrutar a plenitud de la intimidad y la sexualidad.

Me quedé absorto en mis pensamientos, luchando contra lo que es bueno y lo que es malo mientras veía el sol apoderarse de mis pupilas y calentar un poco mi rostro y mi cuerpo, pero el frío que hay en mi piel es más poderoso que cualquier otra cosa. La vista desde la habitación se ve muy bonita, los rayos de sol filtrándose por las ramas de los árboles, un cielo limpio de nubes y extenso bosque que parece no tener fin. La piscina me mira y me acusa en silencio por lo que hice a escondidas de ojos de la mujer que anoche dejaba salir sus deseos en ella.

Traer su piel desnuda a mi mente, las expresiones de su rostro, el movimiento de sus manos y sus caderas no me está ayudando de nada. De repente ese frío que siempre he sentido entre los huesos y la piel parece haber desaparecido. Mi piel arde, mi alma se consume mientras mi corazón palpita entre emocionado y miedoso ante lo que es prohibido para mí.

Presioné las piernas, sintiendo la vibración de mi cuerpo y esa corriente que anoche experimenté como maravillosa. Cerré los ojos, dejando salir un suspiro lleno de frustración. No puedo permitir que la lujuria predomine en mí cada que quiera, mi fe es más fuerte que la maldad...

—Buenos días, Logan. ¿Cómo dormiste? ¿Descansaste?

Solo fue escuchar su voz para que todo mi sistema nervioso se alterara. Abrí los ojos y contuve la respiración al verla enfundada en un vestido negro que enseña lo justo de su piel, pero que le queda muy bien. Sus piernas sin duda alguna son largas y muy bonitas, aunque estuvieran cubiertas con un par de botas negras hasta un poco más arriba de sus rodillas. Sus caderas tienen un poder único y digno de admirar por horas, más cuando esos pequeños huecos dejan a la vista parte de sus muslos y su cintura. Me volví a preguntar si no tenía nada por debajo del vestido.

—Buenos días — volví la vista a la ventana, porque si la sigo mirando, mis pensamientos me van a seguir traicionando—. Dormí muy bien, gracias. La cama es muy cómoda y logré descansar como es debido. ¿Tú descansaste?

—No mucho — se limitó a decir, por lo que la miré de reojo—. Tengo asuntos problemáticos que no me dejan descansar, padre. Son como una carga que se centra desde aquí —tocó su vientre bajo para luego acariciar con sus manos su vientre y parte de sus senos—, y suben a mi cabeza. Es un dolor muy irritante.

Presioné los labios y me obligué a no verla más. Debe estar adolorida por la herida de bala, pero mis pensamientos se enseñan en llenar mi mente de un sinfín de pecados que no entran en discusión ahora ni nunca.

—¿Cómo está tu herida? ¿Aún duele? — me acerqué a ella sin pensarlo dos veces, pero mantuve una distancia mínima tan pronto me di cuenta de mi acción—. Si quieres puedo acompañarte a una clínica. Puede que no haya curado...

—Gracias por preocuparte por mí, padre Logan — acortó la poca distancia que nos separaba, dejándome aturdido una vez más con la dulzura de su perfume—. Mi herida no duele tanto como en un principio. Los problemas que tengo están a la solución de un hombre que es prohibido para mí.

—Ah, son cuestiones amorosas — tragué un nudo ácido, sin saber muy bien por qué me molestaron sus palabras.

—Carnales, padre — mordió su labio, esbozando una sonrisa fatal.

Carraspeé, dejando ir esos pensamientos de su desnudez una vez más. Su imagen me ataca sin compasión, sin razón y sin siquiera poder resistirme a su figura.

—Debo volver a la iglesia. Gracias por la cena y gracias por dejarme pasar la noche en tu casa, pero debo volver ahora mismo.

Su risa me sacudió todo por dentro, más cuando la yema de sus dedos rozaron mi mejilla con extrema suavidad. No pude apartar la mirada de esos ojos tan azules como el cielo que posee, ni mucho menos pude evitar el suspiro que escapó de mis labios ante su tibio tacto, calentando mi piel y mi alma en el proceso. Ese vacío en mi pecho parece haber sido llenado con un acto tan simple como una caricia.

—Padre — se aproximó tanto a mi rostro que hasta cortó mi respiración—, perdóname por no cumplir con mi palabra, pero no puedo dejarte ir hasta que te hagas cargo de todo lo que has provocado en mí con tu presencia.

—¿A-a qué te refieres?

—¿Sabes? Anoche no fuiste muy precavido con lo que hiciste a ojos de Dios.

Quedé frío ante su declaración, pero en el intento de explicarme, su caricia se propagó hasta mis labios y los acarició sin dejar de mirarme a los ojos.

—Pero seré paciente. Esperaré a probar todo de ti hasta que estés listo de entregarme todos tus deseos y tus pecados solo a mí — sonrió ladeado, provocándome cosquillas y una infinidad de emociones con esa caricia tan llena de afecto.

Perdición[✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora