Mi regreso al pueblo causó furor, ya que la comunidad es muy conservadora y cualquier noticia corre por cada calle peor de grande a como en realidad es. Muchos dieron por hecho que estaba muerto y nunca más iba a regresar, mientras otros tenían la esperanza de que «un hombre de buen corazón y con grandes principios como yo» saldría intacto de las manos de esas personas malvadas que se atrevieron a llevarse a un cura. Pero todos desconocen lo mucho que la pasé bien estando lejos de todo esto y viviendo por fin sin ninguna atadura, pues me di cuenta al pisar el suelo santo, que mi labor como sacerdote había muerto en los brazos de un cielo hermoso, pero tan traicionero.
Aún trato de comprender lo que pasó y no encuentro una explicación razonable del porqué las cosas empezaron y acabaron de la nada. Sabía que me estaba condenado, aún así, hice caso omiso a mis propias advertencias y me tiré de cabeza al pozo a donde ahora me encuentro. Supongo que no tengo la culpa de haberme hecho ilusiones, después de todo, es la primera vez que el amor toca las puertas de mi corazón.
Lo que consideré una vez una aberración y el pecado más grande al que huía a toda costa, resultó ser la condena más divina que haya podido vivir. Nada será como antes, pero nadie podrá quitarme la ilusión y lo vivido de la piel y del corazón con esa mujer que me dejó a la deriva, cuando en mi mente me creé todo un mundo juntos.
Luego de presentar mi carta de renuncia ante el Obispado, tomé mis pocas pertenencias y me marché del pueblo al que con tantos sueños y metas llegué. Ahora bien, no sabía que el destino tenía algo totalmente diferente preparado para mí. Samantha le dio un giro radical a mi vida, tanto que ahora no sé cuál es el rumbo que debo tomar.
Entre dudas y cientos de inseguridades y temores, decidí volver al orfanato. Sé que allá nunca me van a cerrar las puertas, porque en cierto modo me consideran como parte de su familia; sin embargo, siento desagradable no tener ni un padre, ni una madre o algún hermano a dónde llegar. La iglesia siempre fue mi hogar; ahora solo me queda regresar al lugar en el que crecí y me brindaron cariño y protección.
Subí a mi auto con la desesperanza latir fuerte en mi pecho, acabado y sin ganas de vivir. Incluso tuve la idea de quedarme en la iglesia, callar mis pecados y continuar con la vida tranquila que llevaba antes de conocerla, pero no soy un hombre que engaña y miente de esa manera tan baja. Cometí un gran pecado, no soy digno de seguir ofreciendo la palabra de Dios a un pueblo que pone la fe y toda su esperanza en su iglesia.
Soy libre, no tengo temores que me hagan contradecir el alma, pero no tengo nada ni a nadie. Soy tan patético.
Tomé el camino más largo por la carretera, evitando ir por el que la encontré esa primera vez, pues el recuerdo de sus besos y sus caricias son fuego en mi corazón. No me di cuenta que las lágrimas cubrían mis mejillas, dado que mantenía la vista fija en la carretera, con un tormento en la cabeza y el corazón que me hacía sentir cada segundo más miserable de lo que soy.
Me detuve a un lado de la carretera cuando las mismas lágrimas nublaron mis ojos y el respirar se me dificultaba cada vez más. Han pasado días eternos en los que he estado en la cuerda floja y, justo ahora que pienso en que no soy nada ni nadie para el mundo, sentí el golpe contra el suelo luego de ese hilo romperse. Miserable es poco ante lo que verdaderamente soy.
Me quedé viendo a la nada durante largos minutos, sintiendo el cruce violento y rápido de los autos por mis espaldas y un poco maravillado por la vista tan verde y espléndida que me da el abismo cuesta abajo. Pensé en Samantha y su supuesto esposo; en lo mucho que debe estar disfrutando centímetro a centímetro de su hermosa figura. El nudo se acrecentó aún más en mi garganta, por eso mismo borré esos pensamientos de la cabeza y regresé al auto.
Dos toques suaves en el cristal me hicieron desvíar la vista hacia el golpe. Un hombre de mediana edad me sonrió amigable antes de hacerme señas para que bajase el vidrio.
—¿Ocurre algo?
—Me he quedado sin gasolina. ¿Podría llevarme hasta donde pueda, por favor?
—Por supuesto que sí. Sube.
El hombre un poco sorprendido, subió a mi lado con un galón grande vacío y un maletín de cuero negro.
—Muchas gracias por llevarme. Me dijeron que la gasolinera queda a unos cuantos kilómetros, y si me puedo ahorrar algo de camino, mucho mejor.
—Puedo llevarte hasta la gasolinera, por mí no hay ningún problema.
—¿De verdad? No quiero quitarle tiempo...
—Realmente no tengo problema — sonreí, poniendo el auto en marcha—. Incluso puedo volver a traerlo.
—Es muy amable de su parte. Muchas gracias, son pocos los que son buenos y se detienen a ayudar.
—Como dijo Agustín de Hipona; «Si precisas una mano, recuerda que yo tengo dos».
—Muy acertado.
Lo vi de reojo rebuscar algo en su maletín, más no contaba con la presión del frío metal en mi cabeza. Por poco me salgo de la carretera ante el cambio brusco de temperatura que experimenté por todo mi cuerpo.
—No le voy a hacer daño, solo siga el camino hasta la siguiente intervención.
—Si es dinero, no tengo nada de valor. Puede llevarse el auto, pero no me haga ningún daño.
—No estoy buscando dinero, siga manejando sin hacer más preguntas — miró por el retrovisor, quitando el cañón de mi cabeza—. Maldición. Acelere un poco, aunque tampoco exceda la velocidad.
Hice lo que me pidió, con el corazón latiendo desesperado en mi garganta. No sé qué es lo que está pasando y qué pueda estar buscando este hombre conmigo. Que mire el retrovisor y voltee a mirar atrás constantemente es una mala señal. ¿Será que está en problemas y solo busca escapar?
Cuando planeaba hacerle la pregunta y poder comprender más lo que estaba ocurriendo, la intervención del túnel nos sumió en la oscuridad.
—Detenga el auto.
Acaté su pedido de inmediato, nervioso por lo siguiente que ocurriría. Todo pasó en tan solo un pestañeo, que no me di cuenta ni de cómo terminamos en otro auto y en dirección contraria mientras dos hombres con nuestra misma ropa y casi idénticos a nosotros seguían el camino por el túnel en mi auto.
—Ahora que no estamos siendo asediados, me puedo presentar como corresponde. Soy Brenner; el encargado de su seguridad.
—¿Qué? — lo miré confundido—. ¿Seguridad de qué?
—Estoy para protegerlo, padre.
—Mi nombre es Logan — me tensé tras escucharlo decirme «Padre» —. ¿Cómo sabe que fui sacerdote?
—Cuando me disponen un objetivo a proteger, suelo investigarlo todo — respondió con simpleza—. Me disculpo por la forma en que lo intercepté, pero no tenía otra opción para ponerlo bajo seguridad.
—¿De qué se supone me estás protegiendo? ¿Quién eres? — fruncí el ceño—. ¡Y ponerme un arma en la cabeza no es para nada seguro!
—Me dijeron que mi culo dependía que el suyo siguiera igual de intacto, o rodaría mi cabeza. Solo me adelanté a los hechos por si oponía resistencia — se encogió de hombros.
—¿Quién te envió? ¿Se trata de Samantha? ¿Ella está haciendo esto de nuevo? Porque de ser así, no planeo seguir en su ridículo juego. Detén el auto, por favor. Dile que no quiero saber nada más de ella.
—La Sra. Samantha lo protege, Logan. Y si la señora invierte su tiempo en proteger a alguien más que no sean los suyos, es porque es importante para ella. Ahora bien, si busca respuestas, no soy el indicado ni mucho menos estoy autorizado en darlas.
—No entiendo. ¿De qué me está protegiendo exactamente? — mi corazón se aceleró, no sé si de emoción por las palabras del hombre o por todo lo que está pasando.
—De no ser porque intervine a tiempo, ya lo habían pasado a mejor vida — me miró con una seriedad que muy difícilmente me hacía dudar de lo que estaba diciendo—. Lo quieren muerto, padre, y mi deber es protegerlo y mantenerlo con vida a toda costa. Por lo menos hasta que esté a salvo en el territorio de la Sra Samantha.
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Perdición[✓]
RomanceEn el mundo de Logan, el silencio y la paz era lo que reinaba desde hace muchísimos años, pero en una noche, esa tranquilidad a la que vivía sometido, se verá interrumpida por la maldad y la tentación de un cuerpo hermoso y un rostro de ángel, dándo...