Capítulo XXI

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—¡Atrás ata as!

—Pero... Gustabo, tranquilo...

—No, no, nada de tranquilo. Escúchame, Volkov, que sepas que yo no me ando con gilipolleces y con eso me refiero a que no voy a desistir de... bueno, técnicamente no voy a dejar que te sigas acercando más a Horacio.

—Que celoso, Gustabin...

—Cállese, usted—vuelve a mirar al ruso—No te quiero cerca de él en ese plan.

—Pero yo sólo... yo no quiero lastimarlo, ni nada. Sólo quiero ser feliz con él...

—¿Entonces es verdad, Volkov?—preguntó el mayor de los tres. Sin burlas, ni hostias, estaba serio a comparación de hace unos segundos.

Estaba entre la espada y la pared.

¿Qué había pasado?

Bueno... retrocedamos a esta mañana, cuando los sentimientos de Volkov aún no eran aceptados y liberados por él mismo.

Volkov estaba yendo solo a comisaría, Horacio iba a resolver un tema con los papeles del coche que había comprado y le dijo que fuera sin él.

Nada fuera de lo normal hasta el momento.

Pues nada, Volkov estaba entrando a comisaría.

Mala suerte la suya... la loción que se había colocado Horacio esa mañana luego de ducharse se le había quedado impregnado en su sentido olfativo... había dado suspiros al inhalar ese dulce aroma que... a pesar de estar algo acostumbrado por dormir a su lado, ese día le estaba siendo un deleite único.

Sentía que sus mejillas estaban algo calientes, quizás estaban rojas. Algo raro le estaba pasando, no podía sacar a Horacio de su cabeza, quien daba vueltas en ella, revoloteando, como una mariposa que busca una flor para reposar.

Una mariposa...

Dios, estaba sobrepensando cada cosa que pasaba por su mente, y todas llegaban a conectarse con Horacio, hacía comparativas, relacionaba objetos con él...

Ahora todo le recordaba su piel morena, sus tatuajes, la cresta despeinada que llevaba. TODO.

Desde antes lo recordaba seguido cuando no estaba con él... pero ahora esa pequeña condición ha sobrepasado un límite que él creyó haber puesto firme y que no sería ignorado.

La heterocromía de sus ojos no se iba del reflejo de los suyos.

Cuídate, ¿vale, Uve?

—Sal de mi cabeza un momento...—Susurró.

Había llegado a los vestuarios.

Se sentó en la banca y tomó su móvil. Así desbloquearlo vio el fondo de pantalla que le había puesto Horacio de él haciendo yoga en la sede del FBI.

Rió un momento, recordando que él tomó la foto solo para joderlo. Pero él salió jodido cuando en una apuesta terminó con el fondo de pantalla con Horacio en ropa interior sobre una fuente saludando al sol.

Bueno... jodido ni tanto... no es como si pensara en cambiarlo algún día.

Dio un suspiro y sonrió a la pantalla como el bobo que era, lo bobo que se ponía por Horacio.

—Joder... Ya lo intenté besar... ¿Por qué no puedo aceptar que... sí me gusta y decirle? ¿Por qué no intento de nuevo... cuando esté despierto?

Ya sentía que su cabeza daba vueltas. Se sentía como esa noche en la que fueron a la Diskoiteka...

Colocó su antebrazo izquierdo sobre su muslo. Aún veía la foto que estaba en su móvil.

Basta, gilipollas, deja de ser tan cobarde... deja que todo salga y ya está. Él te aceptará, lo sabes perfectamente...—Veía su reflejo en la pantalla.

Estaba luchando consigo mismo, por la cobardía de uno de sus lados. Quería dejar de titubear, dejar de dudar en si hacerlo o no.

Yo... Viktor Volkov, ex subdirector del FBI, ex comisario y ahora Inspector Jefe de Londres... estoy... estoy...

¿Ni en sus pensamientos podía? Madre mía. Que impotencia sentía.

Yo... estoy... en-enamorado... enamorado de... de-de Ho-... estoy... Estoy enamorado de Horacio... Me gusta Horacio—dijo bajo, cerrando fuertemente los ojos.

Creyó que solo él oiría su confesión... pero...

Cierto rubio había entrado justo cuando se confesó a él mismo el amor que le tenía al moreno que no se encontraba ahora con él.

—¿Komo...?

Abrió los ojos y miró hacia donde venía la voz del hermano del amor de su vida.

—¿Volkov...? ¿Puedes... repetirlo? Es que creo que he oído mal...

Los colores se le subieron al rostro, trató de hablar y explicarse, pero solo titubeaba sin articular una frase con sentido.

—¿Qué pasa?

Entro esta vez Conway, detrás de su hijo.

Ahora sí que estaba jodido.

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Volviendo al presente.

—Sí... es verdad...

—Dime una cosa... ¿Estás drogado o algo?—preguntó el intendente, intrigado por saber qué sustancia recorría el sistema del ruso.

—Nada. No estoy ni drogado, ni borracho, ni hostias... estoy en todos mis cabales. Y ahora delante suyo admito que me gusta Horacio.

—Pues te das cuenta quinientos años después. Que sepas que esto no me gusta nada, eh... que sé por lo que pasó Horacio por ti.

—Él ha decidido esperar a que me aclare yo mismo y luego con él. Le pedí tiempo y me lo dio.

—Y yo tengo que creerte, por tus huevos.

—Es que no hace falta, él mismo te lo puede confirmar si deseas.

—A ver, no os peleéis... Gustabin, sabes que Horacio ya no es un niño, sabe cuidarse solo... ¡Y que ya duermen juntos, joder, ¿Qué esperas? ¿Que ni uno sienta ganas o qué?! Es que así hasta para mí es inevitable...

—Usted sabe que Horacio es mi prioridad.

—¿Y crees que no ha sido la mía, Gustabo? He vivido con él, volví a Estados Unidos sólo porque él me contactó, me metí al FBI solo porque él estaba allí, fui subdirector porque él me ascendió, cuidé a tres chicos que estaban a su cargo en la organización, vine hasta aquí, buscándote, porque Horacio te necesitaba... porque yo no soy suficiente como para reemplazarte y sé que nunca lo seré. Así que no creas que no significa nada para mí, porque te equivocas.

Los nervios lo hicieron hablar rápido, cosa poco característica de él y su mucho texto. Se había levantado y se acercó al rubio, quien lo veía enojado.

—¿Y no crees que te has tardado demasiado? Mira, ¿de tu época de comisario a ahora cuanto ha pasado?

—Que no recuerdo muy bien esos sucesos... tuve un accidente, parte de mi historia la recuerdo porque Horacio y un amigo me ayudaron. Pero sé que fui una mierda de persona con él, pero me ha perdonado. Y se lo agradezco muchísimo... Sé que quieres protegerlo, pero él ya pasó por la peor parte y yo estuve ahí... porque no tenía a nadie más. Yo estuve cuando la visión se le nubló y solo la muerte era una salida para él, cuando el gilipollas de su padre lo agobiaba, cuando... sus... problemas de salud estuvieron haciendo estragos en él... no lo dejé, porque cuando yo estuve en el hospital casi muriéndome nos prometimos ser felices.

¿Se había ganado de enemigo a Gustabo? Probablemente.

Conway no sabía si meterse y calmarlos para que no se agarren a hostias tarde o temprano. Porque... bueno, sabía que Gustabo no tenía oportunidad en contra del ruso en un uno contra uno.

Si estuviera Horacio ya los habría calmado a los dos sin necesidad de levantar la voz.

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~♡~

¡Gustabo, me gusta tu hermano!

¡Gustabo, me gusta tu hermano! 《Volkacio》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora