Capítulo XXX

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—Joder... sabía que esto pasaría...

—Quédate quieto, Volkov...—pasaba su esponjita en forma de gota por el cuello del ruso.

—Eso hago.

—Ya, shh... joder... gasto mi corrector en esta tontería.

—Tú fuiste el que me hizo los chupetones... ahora te aguantas, no voy a ir a trabajar con esas marcas en el cuello.

—Yo igual tengo y no me estoy quejando.

—Porque ni se notan, en cambio a mí sí.

—Es que eres súper blanco, te hago así—Le pellizca el brazo, haciendo que el ruso se queje—y queda rojo. Sal un poquito al sol, por dios.

—Es que yo no tengo tiempo de ir a la playa y tomar duchas de sol, ¿Sabes?

—Deja de llorar o te dejo con esto sin maquillaje y vas a pasar vergüenza con tus colegas. Agradece que tengo un tono bastante claro.

Volkov dejó de quejarse, pero su expresión de molestia no se fue.

Igual, nunca pensó que Horacio le estaría maquillando, por más poco y menos extravagante que fuera. De alguna manera... se le hacía lindo compartir ese momento, muy aparte de su molestia por el motivo por el cual lo hacía.

—Vale... ahora lo sello con polvo...

Tomó su estuche y sacó una brocha con un polvo sellador redondo, aplicándolo en la zona que quería cubrir.

—Venga, a trabajar, Rasputin.

—Rasputin tu puto padre.

—Camina, camina, que llegamos tarde... ah... y... quería felicitarte—Se acerca a su oído—Cuando quieras follar de nuevo... solo procura que tengamos suficientes condones para varias rondas.

Le dio una palmada en el culo y fue hacia la salida de la habitación, meneando sus caderas de un lado a otro, engatuzando a Volkov, quien le seguía con la mirada y veía cada movimiento que hacía.

"Prepárate, Viktor Volkov, que se vienen curvas"

Joder... pues hermosas curvas me tocaron.

Sonrió y achicó un poco sus ojos. Siguió a Horacio para ir de una vez a ponerse de servicio.

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Pocos días después...

—Conway, Conway...

—¿Eh? ¿Qué pasa?—se gira hacia el rubio que estaba enmascarado a algunos metros de él.

Esos pocos segundos que se miraron se sintieron como una eternidad para el de ojos celestes. No quería hacer, no quería... pero su vida y la de sus compañeros estaban en juego, con tan solo un mínimo error, por más minúsculo que fuera, sus cabezas rodarían bajo los pies de Conway.

—Eh... nada, nada... luego te lo cuento.

—Vale... que también hay que hacerte ver, hijo.

Se volvió a girar y abrió la puerta del coche negro que estaba estacionado.

Las manos de Gustabo temblaban mientras tomaban el control del C4 que estaba pegado en el coche. Dio una última mirada al mayor quien se estaba subiendo al asiento del piloto. Mordió su labio y cerró fuertemente los ojos para luego presionar el botón.

Conway oyó unos pitidos y miró a todas partes.

—Me cago en la pu-

Mientras bajaba de nuevo, el coche explotó y voló por los aires, mandando a Conway directo al suelo algo alejado de donde estaba. No le dio tiempo a alejarse ni un poco.

¡Gustabo, me gusta tu hermano! 《Volkacio》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora