Capítulo XIV

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Viktor... ¿Dónde estás...?

—¿Aleksandra? ¡Aleksandra! ¡Estás viva!

—¿Viktor...? No es gracioso...

Corre hacia la muchacha—Aleksandra, estoy aquí... ¿Por qué no...?

Aleksandra tan sólo parecía no oírlo y mucho menos verlo. Al mirar a un costado ella se quedó inmóvil por unos momentos.

Estaba con varios rasguños, se movía con cuidado porque habían escombros por el suelo.

—Aleksandra... aquí estoy...

—¿Viktor...?—Camina con cautela hacia donde mantenía la mirada fija.

Volkov hizo lo mismo, había un cuerpo más allá, tirado en medio de los escombros, varias botellas vacías se veían alrededor del mismo.

—Hermano...

La silueta de la chica cambió al derramar lágrimas y vio como la figura de un hombre robusto se formó en donde hace unos momentos estaba su hermana.

—¡Aleksandra, no te vay-!

—¿Viktor...?

—Horacio...

El día en que lo torturaron y dejaron tirado a su suerte.

Al acercarse más vio que era él mismo. Su cuerpo yacía en el suelo.

¿Así lo había encontrado Horacio? ¿Tuvo que verlo en ese estado?

El de cresta se arrodilló, lo puso boca arriba y puso sus dedos en su cuello para revisar su pulso.

Esperó a que lo levantara y se fuera con él al hospital... a que dijera algo... pero Horacio tan solo se dejó caer sobre su pecho, su cuerpo empezó a temblar en cuanto los sollozos que salían de su garganta se hacían cada vez más sonoros.

El moreno sujetaba con fuerza su ropa. Como si aferrándose a él y apretar fuerte el agarre fuera a traerlo de vuelta a la vida.

—Vuelve... por favor... No me dejes solo... Viktor, no me hagas esto... No quiero estar solo...

Retrocedió varios pasos y cayó al suelo. Estaba muerto, Horacio lo había encontrado sin vida... murió antes que Horacio y no pudo protegerlo...

El sonido de un disparo los despertó a los dos.

—¡Horacio!

—¡¿Ah?!—El moreno se alejó por el susto y cayó al suelo—¡¿Qué cojones?!

El ruso se levantó y aún estando solo con ropa interior, agarró el arma que estaba en la mesita de noche y salió de la habitación para ver qué pasaba.

Al ver afuera vio un Mercedes negro y dos viejos conocidos apoyados sobre el vehículo.

—¡¿Qué cojones le pasa, Conway?!

El mencionado tenía un arma en su mano, él había dado un tiro al aire.

—Buenos días, muñeca, bonitos calzoncillos.

—Cállese... ¿Qué quiere?

—Pero con qué humor nos recibes...

—No es como que nos encante que nos levanten a tiros.

¡Gustabo, me gusta tu hermano! 《Volkacio》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora