Capítulo XXIV

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—Dicen que ya tiene pareja.

—Debe ser Volkov, eso te lo apuesto, 200 libras.

—Puede ser otro... quien sabe...

Santoyo y Moussa, como siempre en el chismesito. Ya parecen Blake y Alanna.

—Escúchame, que podemos preguntarle a Horacio, que seguro nos lo dice.

—Pues claro, soy amiga del Inspector Volkov pero no me atrevería a preguntarle.

—Ni que te fuera a regañar o algo.

—Es que qué vergüenza con él.

—Ya, luego preguntamos. Por ahora veamos qué hacen y como se llevan. A ver que pasa.

—Ok.

—¡Santoyo!

—¡Ay!

—Le toca venir conmigo—era el comisario Gordon—Adam 50.

—Ok, ahora voy, comisario—Gira hacia el moreno—Reza por mí—Le susurra. Moussa tan solo se ríe.

Mientras tanto con nuestros ex federales, ninguno estaba dispuesto a ir a comisaría y ponerse de servicio.

Aún estaban en la cama con el pijama puesto, abrazados, Volkov sobre el pecho de Horacio, quien le acariciaba el cabello con una mano y la espalda con la otra, haciendo círculos por sobre la piel tatuada del de ojos azul grisáceo.

Despiertos, pero sus ojos se mantenían cerrados, cubriendo sus orbes preciosos de colores. Suspiraban por la cercanía tan cálida, los mimos que se daban y sus corazones que latían a la par.

Horacio sentía como el aliento caliente del mayor chocaba contra su piel al descubierto. No había otra cosa en el mundo que le gustara más que tener al ruso sobre su pecho, descansando, compartiendo sus sentimientos.

Desde que Volkov se confesó sentía que cada día lo amaba más que el anterior, pero menos que el siguiente.

Era día de relajo, de calma, de ir con suavidad por la vida.

Casi nadie estaba enterado de que sí eran pareja, solo DP y por ende, Carlo también lo sabía.

Cosa que al darse cuenta Volkov regañó a Horacio por mostrarle a Carlo que ahora sí que tenían mucho que perder.

Enojo que no duró más de cinco minutos... porque Horacio sabía como calmarlo y hacer que se tranquilizara para no armar escándalos.

Sabía cada punto débil suyo, y las caricias y besos en las mejillas eran unas de ellas. Sin mencionar que él en sí era una y con la cual lo podrías derribar con facilidad.

Sí, Horacio era su mayor debilidad, él era su talón de Aquiles. Uno que lo podría hacer caer y ya no se volvería a poner de pie.

Con tan solo pensar que... algo podría pasarle, Volkov enloquecería, se sabía. Eso no es ningún misterio.

Algo le sucede al amor de su vida y pondría Londres, Los Santos, Marbella o cualquier ciudad, patas arriba, no habría lugar seguro con él buscando a quien le hizo daño a esa mariposa que le daba color y sentido a su vida.

Sin él no era nadie... No hay Viktor Volkov sin su Horacio Pérez.

—Uve...

—¿Sí...?

—¿Qué harías tú por mí? En plan... no sé, si me pasa algo...

—Eh... tú sabes eso.

—Pero dímelo, que quizás se me haya olvidado.

¡Gustabo, me gusta tu hermano! 《Volkacio》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora