0. A vista de pájaro

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Tic, tac, tic, tac...

Este curioso sonidito, aunque lo pareciera, no pertenecía a un reloj de agujas; era el rumor de unos pasos. ¡Sí, pasos! Eran los diminutos pies metálicos del individuo que caminaba los que producían tal extraño efecto sonoro.

Lo que en principio parecía un robot de juguete caminaba con paso rápido pero inseguro hacia la puerta más grande del pasillo, la cual era tan metálica como él. Su estructura simple, su escasa estatura -no superaba el medio metro de alto-, su cabeza y ojos redondeados, la barra luminosa que tenía por boca y los dos colores que predominaban en su cuerpecillo, naranja y plateado, eran los rasgos que lo caracterizaban. Aunque estemos hablando de un robot, este sujeto tan expresivo estaba dotado de algo inexplicable, único, que lo hacía capaz de ser más humano que muchos hombres de carne y hueso.

El diminuto hombrecillo se detuvo ante la enorme puerta que tenía por destino. Alzando la bola imantada que tenía por mano derecha, llamó con sus nudillos invisibles y esperó.

Seguramente, los más observadores habrían advertido que el robot temblaba... ¿de miedo?

Unos segundos después, la compuerta ya se había deslizado hacia arriba.

-Entra, te estaba esperando -lo guió una voz femenina.

Tras un "bip" que debía de ser el equivalente a tragar saliva para un humano, entró.

Ahora estaba en una enorme sala, blanca y transparente a la par que oscura, y la pared del fondo era tan reluciente como un espejo. El único mobiliario en ella era una mesa de mandos algo futurista, además de una silla a juego sobre la que estaba sentada, de espaldas y atenta a la pared transparente, una mujer de espesa melena negra y vestido oscuro, ceñido y elegante.

La compuerta metálica se cerró, dejándolo a solas con ella.

-No has podido elegir momento más oportuno. El plan previsto está a punto de cumplirse; considérate un afortunado al poder observarlo con tanta... cercanía -siseó como una serpiente.

-Lo hago, mi señora -respondió el robot con su voz metálica, aunque no carente de tono. No parecía ni muy de acuerdo ni seguro de sus actos.

-Ya era hora -continuó hablando ella, levantándose y caminando por delante de la mesa sin prestarle demasiada atención-. Por fin vamos a tener algo de paz, libertad de acciones. ¡Hoy va a ser el glorioso día en el que nos quitemos de encima esta carga tan molesta!

Nada más decir esto, sobre la brillante superficie de la pared-espejo apareció repentinamente, como proyectada en una pantalla, la imagen de una joven que dormitaba torcida en lo que parecía el interior de una nave. Su cabeza reposaba sobre el cristal de la ventanilla próxima a su asiento y su boca estaba ligeramente abierta, pues respiraba a través de ella en vez de por la nariz. Su oscuro y alborotado pelo de puntas ensortijadas le caía sobre los hombros de forma rebelde; un mechón corto y travieso le tapaba parcialmente su rostro, algo pálido. A pesar de ser una persona de estatura media, aparentaba un par de años menos de los dieciséis que tenía, quizás por sus rasgos faciales o por su complexión delgada.

-Tiene que ser la persona que buscamos: esa simpleza en atuendo y porte propia de cualquier breicastense, esa postura, esas cejas tan anchas, esos labios tan finos y cuarteados... ¡Todo son coincidencias! -replicó, rozando la mesa de mandos con sus larguísimas uñas.

-Aunque joven, muy joven. ¿Demasiado para el supuesto objetivo, quizás? Pensaba que buscábamos a alguien con un par de años más... -opinó el robot con una risita artificial.

-¡Qué estás diciendo! -se volvió, dejando ver su rostro. Tenía los labios rojos y carnosos, largas pestañas y ni una sola imperfección en su cara alargada-. ¿Acaso estás ciego, roto? Eres una maldita máquina y no eres capaz de calcular un márgen de error mayor a medio año. ¿O es que es tu intención hacerme dudar?

El hombrecillo ya no temblaba, sino que se agitaba de pies a cabeza con un tintineo metálico. Su dueña, fingiendo ternura, se acuclilló junto a él.

-¿Crees que no me imagino todo lo que pasa por tu disco duro, personajillo? Estás de su parte. ¿Creías que podías fingir no estarlo, planear algo a mis espaldas? Menuda falta de educación y consideración, sobre todo teniendo en cuenta que, de no ser por mí, aún seguirías deshecho en mil pedazos en el rincón más apartado de un vertedero desconocido... -replicó arrogante.

-Lo siento en el alma, señora -se disculpó el pequeño con una reverencia- ¡Juro que jamás habría planeado nada a sus espaldas!

-¿Podría creer que lo sientes? No creo que tengas alma siquiera. Deja de mentirte a ti mismo y recuerda de qué lado estás -le apremió haciendo pucheros.

-Del suyo, mi señora.

-Así me gusta -se levantó-. Ah, fíjate en eso. Acaba de pasar.

Ahora la pared brillante reflejaba, en vez del interior, el exterior de una nave en pleno vuelo. De ésta comenzó a salir un humo negro que acabó convertido en llamas, abriendo un agujero en uno de los extremos que le servían de alas. La nave fue inclinándose progresivamente; caía, caía...

Todo estaba hecho. Mientras su ama reía satisfecha, el diminuto robot notó que algo se rompía dentro de su cubierta de metal.

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