11. Recuerda

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Con la llegada de la noche, el cielo se oscurece y se cubre de estrellas. Es la segunda noche que paso en casa de Sam, y puede que también la última.

Aún no duermo, pero esta vez no es porque me falte el sueño, sino porque aún hay algo que me queda por hacer antes de caer en los brazos de Morfeo.

Aunque daría cualquier cosa por borrarlo de mi mente, no puedo olvidarlo.

Sentada con las piernas cruzadas en el sofá-cama sobre el que debería estar durmiendo, muevo rápidamente mi mano derecha por encima de la libreta que reposa en una de mis rodillas, con trazos decididos e inquietos que parecen decidir por sí mismos cuál es el lugar que deben ocupar en el dibujo. La luz de la luna se refleja sobre el papel y me permite ver con detalle lo que estoy haciendo.

Tras unos últimos retoques y una rápida firma, alejo la libreta de mí y contemplo mi creación. Aunque el dibujo no es realista y el estilo es un poco de comic (me gusta más así, es "muy mío"), no cabe la menor duda de quién lo protagoniza: el mismo chico de la cámara del castillo.

Si olvidarlo me resulta imposible, por lo menos me gustaría tener una imagen suya diferente a la que vi antes de que se esfumara.

He optado por detallar un primer plano suyo y cambiar su expresión vacía por una mirada dura y llena de seriedad, pues me imagino que ese gesto debía ser muy suyo cuando aún existía. También he sombreado ligeramente su rostro para acentuar sus facciones y representar su piel algo bronceada en vez de pálida. Sus ropas y su pelo negro no han cambiado, pero sí he hecho desaparecer la equis que atravesaba su pecho. Habría jurado que las puntas de su pelo estaban teñidas de rojo, como si sangre goteara de ellas hacia el suelo, pero me resulta imposible marcar este detalle a grafito.

Bueno, pues ya está terminado.

¿Ahora qué? He llegado a la cámara, he tenido el encontronazo con Meth y no sólo he acabado con cosas que no son mías, sino que también se me ha escapado la chica. Ahora tendré que buscarla en un punto distinto del mapa, por no decir que no me puedo quedar porque sé que me están siguiendo...

El sueño me está venciendo y dudo que pueda seguir luchando por estar despierta, así que arranco la hoja de la libreta, la doblo con cuidado y me la guardo en un compartimento de mis nuevos guantes.

Dejo el resto del material en su sitio, me tumbo y cruzo los brazos tras la cabeza. Los ojos me pican, primer signo de que tengo falta de sueño. Hora de dormir un poco (si es que puedo).

Aunque aún hay algo que me inquieta.

Vuelvo a incorporarme y le echo un vistazo a la espada que he dejado apoyada sobre la pared, la misma que se había materializado a mi lado en el templo a partir de los pedazos de cristal en los que se había convertido el chico de negro. Guardada en una vaina oscura con una correa que he adaptado para poder llevarla a la espalda en vez de a la cintura, parece estar esperando a que alguien la empuñe y deje ver su hoja.

Y ese alguien debo ser yo.

Me acerco a la espada, la levanto y vuelvo al sofá-cama con ella en mano. Dejándome caer sobre él, me tumbo alzando el brazo y empujo la vaina con los dedos. Tras colocar el arma en horizontal, la hoja se desliza hacia fuera y queda a la vista con un siseo metálico.

Es preciosa. Tanto la hoja como el mango del arma son negro azabache y tienen grabados que sólo puedo advertir con la luz directa de la luna. No tiene demasiados adornos, pero esa sobriedad le aporta elegancia.

Estiro el brazo contrario hacia abajo y dejo caer la vaina sobre el suelo antes de hacer bailar la espada con varios movimientos de muñeca. Pesa un poco, pero espero poder portarla sin problema con algo de práctica.

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