7. Apresúrate

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La señora que nos había recibido ha resultado ser, cómo no, la madre de Root. Es algo corpulenta, tiene el pelo corto rizado en bucles castaños y su gran hermosura la hace parecer mucho más joven de lo que debe ser. Los guardias le habían dado un aviso urgente nada más reconocer a su hijo en la puerta y ella, quién había estado esperando cualquier nueva a escasos metros del portón acompañada del resto de su familia, ni les había dejado acabar antes de correr a recibirlo con los brazos abiertos.

Ambos hemos sido llevados a su casa para que podamos descansar del viaje y que se compruebe nuestro estado. Nos han tumbado en unos sofás bastante curiosos que consisten en tablas de madera acolchadas con respaldo. Son cómodos, supongo.

Estoy bastante espabilada y tengo ganas de incorporarme, pero prefiero esperar a que el curandero que anda rondando por aquí, un hombre canoso con cara de saber mucho –o eso me parece a mí– se vaya antes de "hacer ningún esfuerzo". Parece alguien serio con su túnica y los aires que se da pero, a pesar de ello, no parece causarle ningún respeto a la señora de la casa, quien no teme soltarle en cara una y otra vez que puede ocuparse de nosotros ella sola. Por otro lado, el padre de Root asiente con la cabeza a todo lo que dice; se ve que es él es quién lo ha llamado.

El hechicero, finalmente, da un paso al exterior y la dueña de la casa aprovecha para cerrarle en las narices. Me contengo la risa.

–Leafia, querida, ¿qué formas son esas de tratar a un invitado? –le regaña su marido–. Es un buen hombre y ha hecho un buen trabajo; no lo menosprecies.

Estaba de acuerdo con él: el señor canoso había utilizado con nosotros algunos hechizos curativos más potentes que los que yo, de momento,conocía, lo cuál era un alivio. Gracias a él, el brazo me molestaba mucho menos y ya casi no recordaba la herida de la cabeza.

–¡Que le den al hombre de los conjuros, que no hace más que estorbar! Mi magia es mil veces mas potente siendo yo ama de casa. ¿Insinúas que ese brujo es mejor que yo? Dime, ¿quién mejor que una madre para curar a su propio hijo?

–Cariño, no lo llames brujo.

–¡Magia negra! ¡Brujería! ¡Maldiciones!

La escena no puede ser más cómica. Aprovechando el jaleo, me incorporo.

–¡Ah,qué agradable verte tan despierta! –se interrumpe Leafia al darse cuenta de que me he levantado–. ¿Cómo estás? ¿Has descansado bien?

–¡Por supuesto! –le sonrío–. Muchas gracias por permitirme quedarme ensu casa, es todo un detalle por su parte.

–¡No me lo agradezcas! –me responde agitando la mano en el aire–. Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras: te debo la vida por haber traído a mi hijo de vuelta a casa. ¡Mientras esté aquí, a nuestro lado, seguro que se recupera enseguida! Ahora, déjame que te apañe lo que tienes ahí...

Me hace sentarme, haciéndole un gesto a su marido para que le acerque unas vendas que hay sobre la mesa. A continuación, me las cambia por las que ya llevaba con sus manos habilidosas. Durante el proceso, prefiero mirar hacia otro lado, no vaya a ser que mi brazo me dé un un susto.

–¿Cómo te llamas, querida, y qué te trae por aquí?

–Me hago llamar Junie –respondo–. Mi intención era venir hasta aquí por aire, pero tuve un... "accidente" –digo, tratando de evitar la palabra "sabotaje".

–¡Vaya,qué mala suerte! Mi nombre es Leafia. A propósito, ¡menudo aspecto traéis los dos! Sé que tú has tenido un accidente, pero mi hijo... ¿Os habéis encontrado con algún bicho que se ha interpuesto en vuestro camino?

–Más o menos... –me encojo de hombros. Vamos a ver, ¿tan mal aspecto traigo?–. Había... algo. Unos animales que parecían hechos de niebla, justo en medio del bosque...

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