8. Actúa

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Dejo que mis piernas se muevan solas mientras Sam tira de mí. Es lo único que puedo hacer, pues el resto de mi cuerpo está paralizado.

¿A qué se refería el chico con esa frase?

Nada más formularme esta pregunta, lo oigo farfullar y, por los pelos, consigue frenar antes de que una gigantesca explosión de humo y llamas nos envuelva.

Me retiro unos pasos y me protejo los ojos de la potente luz con el antebrazo en alto. Sam, contemplando con horror el incendio, se deja caer de rodillas.

Justo frente a nosotros arde una rústica casa de madera, material totalmente vulnerable al fuego.

Puede que mi vista me esté engañando, pero me parece ver la silueta negra de una mujer desfilando con elegancia por delante del fuego.

-¿Quién anda ahí? -me dejo la voz, pero la silueta se aleja y la luz cegadora la desvanece.
Segunda explosión. Olvidando a la mujer, agarro a Sam del hombro y lo aparto de la casa antes de que las chispas y cenizas que saltan de las llamas nos alcancen.

Ya a cierta distancia de la catástrofe, el chico lucha por librarse de mí. ¿Por qué?

-¡Hay gente ahí dentro! -grita con voz quebrada. Al levantar la cabeza, puedo apreciar gracias al destello de las llamas que está llorando-. Un señor mayor y su nieta de seis años. ¡Sus padres están de viaje! ¿Qué va a pasar si vuelven y se encuentran que les ha pasado algo malo?

Ha cambiado su expresión neutral por una de terror. Sus ojos, antes inexpresivos, ahora brillan con una increíble intensidad debido a las lágrimas. Sus palabras, su amargura, su forma de temblar... Su estado en general me deja fría, y peor sensación me deja en el cuerpo pensar qué es lo que les puede pasar a los inquilinos de la casa incendiada si el tiempo sigue corriendo.

-Yo iré a por ellos. No va a pasar nada malo, Sam, no voy a permitirlo. Ahora quédate aquí: acercarse a la cabaña es muy peligroso.

-¡No puedo hacer eso! -grita aún más alto-. Por favor, no puedo quedarme sin hacer nada. ¡Déjame ir contigo!

No puedo permitírselo: le tiemblan las piernas, le falta el aire de tanto llorar y no puede estar más asustado. ¡Y es tan sólo un niño!

Pero, en el fondo... lo entiendo. ¿Hay una sensación peor que la de ver que no puedes hacer nada para evitar una desgracia?

-Sam, es un riesgo muy grande.

-¡Pero yo... yo...! -no puede continuar: está paralizado.

-¡SAM! -lo sacudo violentamente, asegurándome de que oiga cómo lo llamo por su nombre-. Escúchame, Sam, tienes que ser valiente. Si vamos a entrar ahí, tenemos que olvidarnos de todo lo que somos y centrarnos en esa gente, ¿vale? Podrás hacerlo. Puedes pensar con la cabeza.

Sam se frota el antebrazo contra la cara para secarse las lágrimas. Ya no tiembla.

-Sí puedo -afirma, ahora más serio-. Lo siento. Me estoy portando como un tonto.

-No te disculpes por tener miedo -respondo dirigiéndome a la casa-. Si no, yo tendría que hacerlo por lo menos tres veces.

Él asiente. Aprieto los puños, notando que mis manos no paran de temblar, y corro hacia el incendio dejando que Sam siga mis pasos.

Echar la puerta abajo o dirigir las llamas gracias al anillo de Root acaba resultando la mar de sencillo; la parte difícil se acerca en cuanto nos toca subir las escaleras atravesando un gran barrera de humo.

Me pica la garganta y Sam no para de toser. El anillo consigue remover el aire, pero no despejar los gases. ¿Por qué? ¿De qué está hecho este humo?

Tierra de ValorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora