10. Resiste

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No sé cómo, cuando abro los ojos sigo en pie. Qué raro. ¿Entonces... no me he caído?

¿Dónde está Sam? ¿Y los guardias? Doy un par de vueltas sobre mi eje, pero observar dónde estoy desde diferentes ángulos no me sirve de nada: todo a mi alrededor es blanco. Sólo diferencio el suelo del espacio por lo que puedo notar a través de los pies y no hay ningún objeto, ni límites, ni sonido, ni nadie más. Parpadeo, pero el problema no está en mi vista.

Rastreo con la mirada el dorso y la palma de mis manos: nada en mí ha cambiado. Me siento una intrusa, una anomalía al parecer ser lo único tangible de este... ¿lugar?

"¿Dónde estoy?", me pregunto para mis adentros.

Conmigo– susurra una voz tan irreal que por momentos pienso que me la he imaginado.

Doy un respingo, pero no me muevo. Me siento observada: sé qué hay alguien justo a mi espalda.

Aunque sus gráciles y silenciosos pasos apenas son perceptibles, los siento a través del delicado suelo. Puede que sólo sea impresión mía, pero algo me dice que está caminando de puntillas, como una bailarina.

Nada más parpadear, sopla una extraña brisa cuya procedencia desconozco e, inmediatamente, esta persona aparece frente a mis ojos.

Por fin la encuentro: el sello del templo.

Paso a paso, se sigue acercando a mí con la misma cautela, esta vez de frente. Tan sólo es una niña pequeña y menuda, vestida enteramente con un sobrio vestido blanco. Su pelo azul pálido pero brillante no le traspasa los hombros y sus pies están descalzos.

–Bienvenida a mi hogar, Junie –me dice con una risita cuyo eco se expande hasta perderse. Su voz se oye amortiguada, como si estuviéramos en el interior de una gran cúpula.

Sigue acercándose. Cuanto más lo hace, mas le cambia la forma de la cara, del cuerpo... Su figura también se estira hacia arriba, como si cada paso la hiciera crecer unos milímetros.

Una vez que la tengo a un palmo de distancia, me rodea con un elegante juego de pies. La persona que tengo ahora cerca de mi hombro ya no es una niña, sino una adulta.

–Meth –la llamo sin perder la compostura–, la nueva guardiana del sello del templo. Corre sangre de ángel por tus venas y tu don te permite cambiar de forma siempre que lo desees.

–Sólo alguien como tú podría saber tan bien quién soy –ríe en cuanto la identifico, ahora con una voz distinta–, pero podrías haber empezado así: "Meth, el ángel más bello que pueda verse jamás".

–He venido a liberarte –continúo ignorando su comentario.

Mi cortante respuesta la hace retirarse de mí. Confusa y con una mueca, me lanza una mirada que exige explicaciones.

–No necesito que nadie me libere –gruñe airada–. Soy libre aquí. Este es mi mundo.

–Qué dices. ¿Y no vas a salir de este páramo? –arrugo la frente. Su comentario, de alguna forma, me ha hundido. ¡He llegado hasta aquí pasando por todo tipo de cosas y así es como me lo agradece!

A continuación, se sienta abrazándose las rodillas y su cuerpo mengua de nuevo.

–No. ¿Para qué? Soy un ángel protector. Puedo cumplir con mi misión aquí. Puedo custodiar el sello. ¡Pertenezco a este lugar, no al que tú me quieres mandar!

¿Un ángel? No, se equivoca, sé que Meth no es ningún ángel: los genes que ha heredado no le permiten ser uno de ellos. Además, la tarea que ella misma se ha encomendado le viene demasiado grande. No puede jugar con una labor de tanto peso.

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