Retrocedo arrastrándome por el suelo hasta que lo que queda de mi espalda da contra un tronco. Mientras me surge una extraña mezcla de confusión, pánico y simple curiosidad, me acorrala un grupo de número para mí desconocido, aunque juraría que no llegan a las diez personas. Van vestidos de color camuflaje y equipados con armas de hueso, cuero y madera: son bandidos.
Les lanzaría fuego, pero imaginad cómo podría acabar el bosque si lo hago. ¿Por qué me cuesta tanto encontrar una situación en la que poder utilizar el fuego? De todas formas, no recuerdo bien el hechizo y he perdido el papel donde lo tenía apuntado...
-Las palmas. Levanta las palmas.
Obedezco. La empuñadura del arma rota cae al suelo mientras los bandidos observan.
-Es curiosa el arma esa que llevas. Nos la llevamos.
-Está rota -aclaro. Me rodean caras de fastidio; he sido demasiado evidente.
-Ya sabemos que está rota. ¿Y qué? Si fundimos el metal seguro que nos dan algo interesante -un arma blanca de hoja larguísima flota hasta apuntarme-. ¿Qué más tienes?
Una mano huesuda se desliza hacia los fragmentos de espada. No, no voy a dejar que se lleven lo que es mío: esta es mi oportunidad.
Doy un pisotón y, de inmediato, el anillo en mi mano izquierda crea una corriente de aire hacia arriba. La tierra y los trozos de metal se levantan del suelo; mientras los bandidos levantan los brazos para cubrirse los ojos, alargo los brazos hacia la espada rota flotando ante mí y, de inmediato, me abalanzo hacia delante.
Todo lo que el aire mantenía ingrávido cae pesadamente en cuanto empiezo a correr.
Oigo quejas a mis espaldas, pero no me detengo. Tampoco lo hago al escuchar el silbido de decenas de flechas que bailan hacia mí hasta dar con algún tronco de árbol.
Los estoy dejando atrás, así que aprovecho para dar un frenazo y correr en otra dirección.
Empiezo a escuchar voces cada vez más lejanas: he conseguido despistarlos.
Suspiro y me dejo caer tras una enorme roca musgosa. En cuanto dejo caer los brazos sobre mis piernas, recibo una visión que me hace contener el aliento.
Me han dado. Tengo una flecha clavada justo por encima de mi rodilla.
Intento dejar de mirar, pero no puedo. ¿Qué hago? ¿Qué debo hacer?Un momento... ¿Cómo es que no noto dolor?
Poco a poco, saco de dentro el valor que me hace falta. ¡No siento nada! ¿Tan poco inmediato es el dolor que uno siente cuando...?
Se me enciende una lucecita en algún lado remoto de mi cabeza. ¿No será cosa del traje?
Con una sola mano, me desprendo la flecha de la pernera del pantalón como si de velcro se tratase. ¡Sí, es el traje!
Me acaricio la barbilla y reflexiono. Si de verdad estoy tan protegida, ¿por qué no confiarme y bailar algo? Con un poco de suerte, podríamos acabar en una pelea épica. De hecho, la pelea que tengo en mi cabeza me recuerda bastante a una película en la que te ofrecían dos pastillas de colores para luego...
-¡Ahí está!
Huyo. No, no puedo ponerme a bailar. ¡Podrían darme caza, o acertarme en los brazos o cabeza... otra vez!
Ahora corro con algo más de confianza. Estar algo más tranquila me ayuda a ver algo de lo que antes no me había dado cuenta: los árboles entre los que estoy zigzagueando están cubiertos de resina pegajosa. Menos mal que no me he acercado lo suficiente como para quedarme p...
Un segundo; tengo una idea.
Cambio mi rumbo para obligar a los bandidos a pasar varias veces entre los árboles. Inmediatamente, el anillo se activa, haciendo pasar fuertes corrientes de viento entre los pegajosos troncos.
Intentan seguirme, pero nada libra a una parte del grupo de quedarse pegados. Por desgracia, la otra parte aún me persigue.
Elijo un árbol con la resina suficiente para ayudarme a trepar a él sin que el pegamento me impida moverme y me ayudo a subir hincando en el tronco lo que queda de Clavis. Alcanzada la primera rama, salto a la de otro árbol; el bosque es tan frondoso que podría caminar de rama en rama sin encontrar apenas huecos.
Aunque al principio logro camuflarme, no consigo hacerme del todo invisible: una pequeña parte de mis perseguidores consiguen trepar hasta la altura a la que estoy y hacen intentos de dispararme.
Me impulso hacia otro árbol y apoyo mi piel en la siguiente rama, y en otra más. Parece que todo va bien... hasta que una de ellas se parte bajo mis pies.
Caigo y ruedo por el suelo. Las rocas que me clavo, gracias al traje, apenas me hacen daño.
Sigo corriendo. Desvío mi mirada hacia atrás: ya casi los he despistado a todos. Sólo llevo a un par detrás.
Cuando miro hacia delante, mis esperanzas de escapar caen pesadamente sobre el duro suelo: conforme desaparecen los árboles, diviso como única vía de escape un estrecho precipicio. Entre sus dos extremos hay una separación de lo que parecen veinte metros y una caída que me impide ver el fondo.
Noto un escalofrío. Estoy perdida, pero no puedo dejar de correr. ¡Piensa, Junie! ¿Cómo vas a saltar eso?
Evalúo la situación: tengo un anillo para manipular el viento. Combinándolo con el hecho de que me persiguen unos bandidos que podrían matarme, mi espada está rota y mi vida depende de mi decisión... No lo sé, podría funcionar.
Acelero. Me cuesta soportar la adrenalina, pero tengo que hacerlo. Me acerco hasta estar a diez metros, cinco, dos...
Aprieto un puño y, empujada por una ráfaga de aire que me arroja de un latigazo, salto.
Aterrizo sobre las rocas estrepitosamente tras haberme agazapado en el aire para evitar una mala caída. Entre la carrera y la fuerza del golpe, el cual el traje ha podido amortiguar a duras penas, estoy sin aire en los pulmones. No sé cómo... pero lo he conseguido.
Dejo de cubrirme la cabeza y me incorporo con mucho trabajo. Oigo gritos de protesta provenientes del otro pico del precipicio, pero prefiero ignorarlos. Me llevo la mano al pecho sin dejar de jadear y me encamino hacia el nuevo lado del bosque a paso ligero, procurando perderme de la vista de los que ya no me persiguen.
Suspiro. Ha estado cerca... Será mejor que evalúe los daños.
La buena noticia es que lo más grave que tengo son rasguños que me he hecho en los dedos de llevar la espada y poco más. Por parte de Clavis... no sé qué puedo hacer. Noto un peso encima que arrastra mi buen humor. ¿Y si está muerto?
Sigo caminando. El bosque se ha vuelto oscuro y hostil. Las ramas se retuercen, perdiendo las las hojas y el color. Sobre el cielo aparecen nubes plateadas que hacen palidecer la luz, y la atmósfera se enfría.
Me acaricio los brazos. ¿Es mejor así? No, no lo es. Un fantasma que desaparece sin encontrar la paz no viaja a un lugar mejor, sino al limbo. Y, si está allí, si es que está... es culpa mía.
Sé lo que estáis pensando. Clavis nunca ha sido agradable conmigo y por eso mismo no le tengo demasiado apego, o al menos no debería. Pero hay algo más, y es que sus motivos para odiarme, lo parezca o no, son razonables.
Debo confesaros un secreto: tengo con él una deuda pendiente mayor de lo que cualquiera puede llegar a pensar.
Sopla un viento frío y el cielo se tiñe de blanco. Desde luego, el tiempo no ayuda a mejorar el ánimo...
Detengo mis pensamientos. Una pequeña mota blanca acaba de posarse sobre mi nariz. La sigue otra, y otra más: está nevando.
El bosque comienza a cubrirse de blanco. Contemplo los copos mientras caen; es una visión preciosa, pero que me inunda de nostalgia. Y no es momento para ponerse nostálgica.
Sacudo la cabeza para apartar los pensamientos. Sosteniendo cada pedazo de Clavis en una mano, doy un paso. Empiezo a caminar...
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Tierra de Valor
Fantasy"Mi nombre es Junie Thunderlight. He decido empezar una nueva historia en la que opto por viajar por motivos personales oscuros hasta Bellarcadia, un lugar idílico custodiado por un héroe que vela por la seguridad de los civiles. Por desgracia, las...