13. Defiende

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Les mantengo la mirada a los ladrones todo lo que puedo mientras ellos hacen un esfuerzo por intimidarme tensando los músculos como si fueran a atacar en cualquier momento. Por desgracia para ellos, hay una cosa que no han tenido en cuenta: yo tengo una espada y ellos no.

-Clavis -sostengo el arma con una mano y la elevo con dificultad-, por favor fusiónate con la espada. Será sólo por un momento.

Él, para mi sorpresa, retrocede paso a paso y, tras haber dejado pasar unos segundos, acaba por obedecerme: su alma se dispersa en pedazos transparentes y éstos traspasan la hoja metálica.

Qué fácil ha sido.

Los ladrones caminan de espaldas para alejarse de mí. Se les nota que la espada Clavis los ha intimidado y están perdiendo terreno; todo va como la seda.

-¡Dejad todo lo que tengáis en el suelo o tendré que proceder! -los amenazo-. Bien, Clavis, ¿tú que opinas? ¿Qué deberíamos ponerles como condición?

Noto vibrar la espada y oigo la voz reverberante de Clavis soltar una risa entre amarga y divertida. ¿Qué le hace tanta gracia? ¡Oye, que yo también me quiero reír!

-A ellos no lo sé, pero prepárate para la parte que te toca a ti.

Genial. ¡Me maldigo por haber pensado que podía confiar en él!

Pierdo el control: la espada se retuerce en mi mano y corto el aire con un movimiento torpe que los ladrones esquivan sin problema.

¡No pienso rendirme ante él! Intento dirigir la punta de Clavis al frente, hacia donde veo siluetas, pero no hago más que dar bandazos descontrolados, tirar algún que otro objeto frágil al suelo y dar más vueltas de lo necesario mientras retuerzo el mango con ambas manos.

Esto no va a llevar a ninguna parte si sigue así. Cansada de forcejear, me doy la vuelta, clavo la espada en el suelo de madera y apoyo las manos sobre su canto mientras tomo aliento pesadamente. Tengo el nacimiento del pelo empapado y toda la cara me arde. ¿Y qué es lo mejor? Que los dueños de la casa siguen sin aparecer. Mira que tienen un sueño profundo...

Camuflados entre mis jadeos, oigo murmullos a mis espaldas. Son... risas. Risas cada vez más fuertes.

Contra eso sí que no puedo. Ardiendo esta vez de la ira en vez de por el esfuerzo, arranco a Clavis del suelo, pongo su filo en horizontal y bramo:

-¡Se acabó! Que os zurzan a todos de una vez. ¡VOY A USAR EL ANILLO DE LOS VIEN-!

No llego a acabar de decir la palabra "vientos"; en cuanto dejo  el anillo al descubierto, la ráfaga de aire directa que debía de haberles borrado la sonrisa a los ladrones se dispara en la dirección opuesta, propulsando mi cuerpo hacia atrás.

¿Por qué me pasa ésto? Lo que faltaba: ¿Clavis también puede manipular mi magia?

Salgo volando hasta estamparme contra el mueble que tenía detrás, el que resulta ser el armario donde la familia de la casa guarda la vajilla. El impacto es tremendo y el golpe resuena por toda la casa, pero mi bendito traje absorbe gran parte del impacto y mi cuerpo apenas se daña. Por desgracia, mi cabeza, al estar desprotegida, sufre el golpe en toda su magnitud.

De verdad que no entiendo por qué en todas las obras de ficción se tienen que romper tantos objetos frágiles en las escenas de acción dentro de edificios.

Caigo apretando fuertemente los párpados bajo una lluvia de platos que se deshacen en pedazos al llegar al suelo. Ahora no puedo pensar. 

Abro los ojos. He pasado de ver siluetas a apenas distinguir manchas borrosas que cada vez tienen un color más claro. En vez de risas oigo distantes carcajadas con un pitido agudo de fondo.

Suelto a Clavis abriendo la mano e intento cubrirme con los brazos, pero todo mi cuerpo se ha vuelto de plomo. Oigo retumbar unos pasos que se van intensificando y me crispo al recibir lo que debe ser un puntapié. Veo girar mi entorno lleno de borrones y me detengo en cuanto mi hombro se topa contra un mueble duro como él solo.

Vaya, qué mala suerte he tenido...

Parpadeo. ¿Sigo consciente? No estoy muy segura de ello, pero tengo que luchar en el caso de que sea así.

Tanteando con los dedos mi alrededor, doy con una hendidura en el mueble contra el que estoy. Utilizando todas las fuerzas que me quedan, doy un tirón hacia arriba y voy escalando el mueble hasta que puedo usarlo de apoyo para incorporarme usando mis brazos como soporte.

Quiero gritar algo, lo que sea para llamar la atención y seguir haciendo tiempo, pero detengo el intento en cuanto, al parpadear, veo que las manchas negras se mueven hasta difuminarse y desaparecer de mi campo de visión.

No sé lo que es, pero está pasando algo.

Parpadeo una y otra vez para tratar de enfocar la mirada. El pitido que oigo se atenúa y se intercambia por un dolor palpitante  que me recorre todo el cuerpo, pero lo ignoro en la medida de lo posible y centro mi atención en las sombras. Una, dos... ¿tres sombras?

Efectivamente, hay tres sombras en vez de dos. Espero no ser yo la que vea doble, o triple. Un momento... Una sombra acaba de caer.

Por fin puedo ver los bordes de las siluetas. Una figura cae de espalda; la segunda y la tercera, mientras tanto, se enfrentan cuerpo a cuerpo. Debido a lo cerca que se encuentran la una de la otra, puedo comparar ambas y observar que la persona que acaba de aparecer es mucho más pequeña que las dos anteriores.

 La más alta intenta abalanzarse sobre la de menor estatura, pero recibe de parte de su oponente lo que parece una patada alta, un codazo, una embestida... Vaya,  se mueve tan rápido que en mi cabeza deja proyecciones de sí misma, y eso que parece tener una clara desventaja.

Me pongo automáticamente de parte de la sombra pequeña. ¡Ay! Acaba de recibir un puñetazo. Menos mal, ha bloqueado el segundo golpe. ¡No, a han derribado de un empujón!

-¡Para! -me dejo la voz extendiendo un brazo. La figura alta se detiene a mirar, da unos pasos hacia mí... y cae derribada.

Mi visión se emborrona de nuevo al mismo tiempo que un chasquido deja ver una tenue luz anaranjada. Alguien debe de haber encendido una lámpara, pero desconozco la procedencia del fuego.

Enfoco y desenfoco la vista de forma pulsante. La silueta más pequeña, la única que queda en pie, acaba de darse la vuelta y baja la mirada con modestia y cierto recelo. La luz del fuego resbala por la mitad de su cara.

Contengo el aliento. Por fin he identificado a la persona frente a mis ojos y no me creo lo que casi no veo. Arrugo la frente y con la esperanza de que entornar los ojos me dé la certeza de que mi cabeza no me la está jugando.

Justo antes de oír a Leafia, la portadora de la lámpara, gemir para contener una exclamación,  pregunto con un hilo de voz utilizando las fuerzas que me quedan:

-¿Sam?

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