6. Sonríe

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Tan sólo unos minutos después de que el primero se haya despertado, el segundo audaz parpadea y abre sus oscuros ojos lentamente, aún algo aturdido.

Mira a su alrededor, encontrándose sin saber cómo en el interior de una tienda de campaña que, basada en las suyas, he construido con largas ramas caídas y con una de las tres telas ocres que traemos para usar como mantas. Las dos restantes las he utilizado para taparlos: los audaces, tumbados sobre una roca musgosa que los mantiene incorporados, sin apenas moverse y con sus ojillos entrecerrados, comparten una; Root tiene la que queda.

Estoy en el centro, utilizando el primer hechizo que figura en mi papel para calentarnos un poco. Como no estoy usando el anillo para avivar el fuego, la llama que hay entre mis dedos es diminuta.

¡Juro que adoro la magia! En la vida me habría visto capaz de ejecutarla con éxito tan rápido.

-¿Dónde nos encontramos? -pregunta dubitativo.

-A salvo -respondo con una sonrisa.

-Compañero -musita el otro audaz sin que venga mucho a cuento-, hemos fallado.

-¿Qué? Dime que no es cierto. Lo recuerdo: la misión... ¡Dime qué ha pasado!

Tras mucho suplicar, su compañero lo mira apenado, gesto que lo dice todo. Sus ojos ahora brillan con tristeza; ambos parecen desilusionados, como si ya nada relacionado con "su misión" les importara. Parecen tan apagados... ¿Por qué? ¡Me van a deprimir a mi también!

Al darse cuenta de que les observo, me miran algo esquivos, como si ahora me temieran.

-Señorita, sentimos... -musita el primero.

-De verdad, sentimos... nosotros... -tartamudea el segundo.

Creo que ya sé por dónde van los tiros.

-¡¡¡Sentimos no haber podido defenderla!!! -exclaman a la vez en medio de un sollozo.

-Somos unos escoltas pésimos... -murmura uno de ellos bajando la cabeza.

¡Ay! Odio admitirlo, pero me dan tanta lástima...

Sonrío compasiva. Habiendo sido tan nobles y tan protectores conmigo no deberían sentirse tan mal. ¡Me van a romper el corazón!

-¡No os apuréis por eso! -le quito importancia al asunto-. Os habéis portado de lo lindo. Lo que ha pasado... son simples gajes del oficio. ¿Qué más da? ¡Habéis hecho vuestro trabajo!

Ambos se miran y, acto seguido, vuelven la vista hacia mí.

-Entonces... ¿No está enfadada porque hayamos sucumbido tras recibir el primer golpe?

-¡Claro que no! Habéis arriesgado vuestra vida por protegerme. ¿Cómo voy a estar enfadada?

Los ojos les brillan intensamente. Parece que en cualquier momento vayan a echarse a llorar, pero ya han recuperado su viveza habitual.

-Es usted tan buena, tan amable con nosotros... -murmura el primero.

-Y nosotros... nosotros... -continúa el segundo el segundo.

Tras tomar una bocanada de aire, ambos exclaman ya con los ojos llorosos:

-¡Muchísimas gracias por confiar en nosotros!

La emoción me cala hasta los huesos y hace que se me humedezcan los ojos. Sin aguardar ni un segundo, me acerco y me fundo con ellos en un tierno y cálido abrazo. Están tan blanditos y suaves... ¡Parecen osos de peluche! Me retiro y dejo que se sequen las lágrimas.

En ese momento, una punzada me recorre el brazo derecho. Me llevo la mano a él y aprieto los párpados. Llevo desde que comenzó la pelea con los lobos conteniendo el dolor pero, al estar a salvo, ya no tengo necesidad de seguir haciéndolo. ¡Menuda cruz! Sé que si no me estoy quieta no voy a dejar que la herida acabe de cicatrizar y el hechizo de los audaces va a ser inútil, pero como tenga que volver a luchar no tendré más remedio que forzarlo. Además, ahora que estamos tan cerca de Breicasell, no voy a detenerme a hacer tiempo sólo por una herida.

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