23. Vuelve

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He soñado cosas que recuerdo a duras penas. Estaba en el limbo, rodeada de sombras, asiendo una espada. Desde ella, algo trepaba por mi brazo hasta llegar a mi espalda, y de mí salía un par de alas de plumas negras. A continuación, las sombras se echaban sobre mí y yo gritaba. Luego... luego todo se volvía negro.

Despierto escuchando mi propia respiración. Ni sombras, ni alas... sólo paz. No recuerdo qué más ha pasado, pero no me importa. Quiero dejar que las imágenes del sueño se vayan disipando.

Me encuentro en un lugar oscuro, advierto. Apenas distingo lo que hay en la penumbra. El ambiente es limpio y húmedo, un tanto frío quizás. Por suerte, parece ser que me cubren un par de mantas.

Un dolor agudo me llega al costado. Deslizo lentamente los dedos cerca de mi abdomen y me topo con lo que parecen unas vendas. Creo que ya voy recordando lo que ha pasado.

"Parece que hasta este traje tiene sus puntos flacos, ¿no, Junie?"

Apenas puedo moverme sin sentir como si me estuvieran apuñalando varias veces. Todos mis músculos están rígidos y mis fuerzas no son suficientes para contrarrestar el cansancio. Noto que los párpados me pesan hasta caer por completo sobre mis ojos y, antes de que haya podido darme cuenta, vuelvo a caer en los brazos de Morfeo.

Permanezco allí, dormitando, durante un largo periodo equivalente a muchas horas, así hasta que consigo espabilarme un poco y las punzadas me despiertan. Cerca de mi posición hallo brasas y restos carbonizados que posiblemente hayan pertenecido a una hoguera. También hay algunos aparatos instrumentales, una pila de mantas y algunas cajas de madera.

Echada boca arriba, me acaricio las raíces del pelo, pasando mis dedos por unas finas bandas atadas a mi frente. Parece que me he llevado un buen golpe en la cabeza, estoy cubierta de magulladuras y me he hecho polvo la espalda, eso sin contar la profunda herida del pecho, la que peor pinta tiene de todas a pesar de estar vendada. Debido a la misma, me resulta imposible hacer un sólo movimiento sin que ello signifique ver las estrellas. Algo me hace sospechar que puedo haberme roto algún hueso o costilla.

Con gran dificultad, consigo incorporarme sobre mis codos y así enderezar la espalda. Recuerdo por encima las cosas y tengo mis preguntas, pero mejor no ponerme a pensar en detalles difusos.

Entonces, cuando afianzo una de mis manos sobre el suelo, palpo algo que he dejado bajo mi palma sin querer, y percibir la repentina presencia de alguien que me observa me hace dar un respingo de brusquedad dolorosa.

Parpadeo y, por un momento, por tan sólo un instante, la imagen de un conocido se materializa ante mi ojos. Es de carne y hueso, su piel es opaca y sus ojos se mantienen encendidos cual antorchas: es él, el de verdad. Los escasos segundos que me parecen verlo así, corpóreo y frente a mí, hacen que el corazón me dé un vuelco.

Pero, una vez enfoco la mirada, aprecio bordes difuminados y un cuerpo translúcido: la imagen de un fantasma que ya conozco y ha perdido la profundidad en sus colores. Mientras el mango de la espada permanece bajo mi palma, la proyección de Clavis se halla a mi lado, con una rodilla clavada en el suelo y los ojos puestos en mí.

Conteniendo la respiración, dirijo mis temerosas pupilas hacia su rostro. No me ha matado: me ha dejado vivir, al menos por el momento. ¿Por qué?

Un profundo sentimiento que me resultaría complicado describir me invade al apreciar su semblante: Clavis se mantiene serio, como de costumbre, pero entre líneas oculta algo que nunca he visto antes en él y no consigo detectar la causa. Me observa con curiosidad, con los ojos bien abiertos, como si no le resultase familiar mi cara o me hubiera visto caer del cielo. Es un gesto algo extraño viniendo de él. La curvatura de sus cejas permiten abrir sus ojos y que algo parecido a la clemencia pueda reflejarse en su dura expresión.

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