Tierra de Valor

26. Desaparece

Han pasado unos días desde que nos enfrentamos al robot. Como ya es habitual, me he puesto en marcha a pesar de no haberme recuperado del todo; llevo estos días exponiéndome a magia curativa todo lo posible para partir cuanto antes y que no nos encuentren. Tengo sentimientos encontrados, porque eso significa despedirme de Clavis antes, pero tampoco quiero alargar su sufrimiento.

Estos días no hemos hablado demasiado entre nosotros. Me hubiera gustado tener la iniciativa de preguntarle alguna trivialidad o volver a arruinar el ambiente contando otro intento de chiste, pero no tengo el valor de hacerlo. Me siento profundamente culpable cuando lo veo y prefiero no empeorarlo más con las palabras equivocadas.

El corazón del bosque no está demasiado lejos de la cascada. Mi plan es acercarme, terminar lo que he venido a hacer, volver al punto de origen para despedirme y seguir mi camino. Diakan y Corina han querido acompañarme, pero no lo he permitido; creo que lo mejor es que Clavis y yo nos enfrentemos a esto a solas. Si no volviera al punto de encuentro en un tiempo prudencial, sólo tendrían que acudir al sitio al que nos dirigimos a buscarme.

Aunque Corina me sugirió que no le diera vueltas al motivo de ser perseguida por Blanche, rumio una lluvia de ideas de manera inconsciente. ¿Será por mi aura? ¿Será por haberme quedado en casa de Leafia y Stem, con Root y Slash? ¿Será porque le repugna que llegase a sobrevivir la primera vez que intentó deshacerse de mí, en Breicasell? Pensar una y otra vez en ello satura mi cabeza, pero también me ayuda a distraerme de lo que está por ocurrir.

Conforme avanzamos, el bosque se vuelve más y más frondoso. Algunas enredaderas caen desde las copas de los árboles como lazos de terciopelo y la luz del sol se filtra entre las ramas. No hay niebla por el momento y se oye a los pájaros cantar.

Es un día demasiado bonito para un entierro.

Algo llama mi atención: la espada no corta como antes. Parece desafilada e incluso deteriorada. Cada vez que no puedo abrirme paso con precisión entre las ramas, despierta en mí la preocupación de que Clavis pueda romperse de nuevo. ¿Cómo es posible que una espada de un metal tan duro se resquebraje con tanta facilidad cuando las cosas se ponen difíciles? Sospecho lo evidente: el estado de la espada es proporcional al de Clavis.

Entonces, tras apartar los zarcillos de hierba que caen del cielo, damos con un estrecho claro donde la luz del sol se filtra con más fuerza y se posa sobre un altar de piedra semi derruido, con monolitos pulverizados a los lados y una pequeña escalinata que lo eleva unos centímetros del suelo. Debe ser el sitio.

-Vaya, un altar con una inscripción rúnica salvaje -trato de mejorar el humor del ambiente-. Clavis, no quiero importunar, pero creo que te toca hacer de traductor. ¿Te importa?

Él pone los ojos en blanco.

-"Sólo aquellos de corazón puro serán capaces de sellar la maldición que se cierne sobre este bosque". Bla, bla, bla.

-¿Eso es todo? -inclino la cabeza-. Vaya cliché, eso no me da ningún tipo de información.

-No lo niego -creo que es la primera vez que no me lleva la contraria, y probablemente la última-. Con un texto tan escueto, no podremos hacer nada.

-Oye, ¿y qué pasa si te clavo ahí en medio? Seguro que, casualmente, hay una hendidura en la que encajas perfectamente. Será como regresar Excalibur a su lugar, ¡o como devolver a la Espada Maestra a su pedestal! No se hable más: voy a hacerlo.

-No entiendo ni una palabra de lo que estas diciendo. Espera, no me digas que vas a...

Sin ni siquiera avisar, aferro la espada por el mango y entierro la hoja en el pedestal. Una punzada de culpa me recorre el pecho; ¿por qué he hecho eso, sabiendo que un gesto en falso podría hacer desaparecer a Clavis sin darme la oportunidad de despedirme? A veces no tengo cabeza. Por suerte, no ocurre nada. Suspiro aliviada.