21. Crea

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-¿Qué? ¡¿Ya os vais?!

Giro la cabeza hacia atrás, en dirección a Corina. Empuño a Clavis en la mano derecha y, con la izquierda, me ajusto la correa de cuero que me ayuda a ceñirme a la espalda mi nueva bolsa de provisiones.

-Gracias por todo, de verdad -bajo la cabeza con una sonrisa triste- pero no querría causar más molestias.

-¿Molestia? Pero si has pasado la noche en el taller sin apenas comer -Corina levanta una ceja-, y ni siquiera has dormido lo suficiente. ¿No preferirías irte mañana?

Ya me conocía la historia. Pongo los ojos en blanco: una noche más en el mismo sitio y la mujer del vestido negro nos quemaría vivos mientras dormíamos. Clavis, en el interior de la espada, carraspea impaciente: otro al que no puedo hacer esperar mucho.

-De verdad, gracias -repito-. Pero no podemos retrasarnos mucho. Si pasamos mucho tiempo en un mismo lugar...

-Vale, lo entiendo -levanta sus manos enguantadas-. Pero prométeme que, si lo necesitas, volverás a pasarte por aquí.

Asiento sin dudarlo. Ya a punto de marcharme, tira de mi bolsa y me frota enérgicamente la cabeza.

-Lo hemos pasado bien, Junie Thunderlight -me susurra mientras ordeno mi pelo revuelto con las manos-. Que los héroes de antaño os asistan, a ti y a Clavis.

Clavis no dice nada. Mientras Diakan nos observa cruzando los brazos con una sonrisa, el prefiere sumirse en el mayor de los silencios.

...

Corro sobre hojarasca mustia. Vuelvo a escuchar el mismo siseo agudo a unos pasos de mí y sé que tengo que agacharme para evitar el impacto.

Arañas. Arañas grandes, peludas y que escupen masa viscosa: lo mejor para retomar la travesía por el bosque maldito. ¡Por favor, son asquerosas! Sólo son dos y ya tengo a una de ellas fuera de combate, pero tenerlas tan cerca me repugna enormemente. No odio especialmente a las arañas, pero de alguna forma siempre tengo que ocuparme yo de las que tienen el tamaño más descomunal.

Hago girar a Clavis en mis manos. De un giro me deshago de algunas patas; con otro más, parto al bicho en dos. El líquido viscoso de su interior comienza a brotar de su cuerpo, contaminando el área a su alrededor hasta dejarla putrefacta.

Pero qué asco. Van a tener que pasar siglos hasta que alguien pueda cultivar en ese suelo.

Sacudo y enfundo a Clavis con un hábil giro de muñeca. Se me hace el doble de ligero sostenerlo.

-Qué curioso -pienso en voz alta-. Antes me costaba muchísimo levantar la espada del suelo, y mira ahora. ¿Consideramos esto una tregua?

-No del todo -farfulla él-. Pero voy a necesitar a alguien que por lo menos me porte durante el resto del camino.

-Entiendo.

Lo normal en mí habría sido hacer un chiste malo, pero tal y como estaban las cosas de tensas entre Clavis y yo, prefería no jugar con mi vida y limitarme a asentir.

Avanzo por el bosque haciendo crujir el suelo bajo mis zapatillas rojinegras de puntera blanca. Aún queda un poco de nieve entre las piedras del camino, pero con el clima seco de hoy no tardará en evaporarse. Es un fenómeno extraño que el clima pueda cambiar tanto de un día para otro, pienso. Puede que tenga que ver con la naturaleza del bosque o con la maldición que lo rodea.

El volumen del silencio ha aumentado hasta volverse palpable. Mantenerlo es una forma dolorosa de alargar mi tiempo.

No hablamos sobre ello, pero nuestra promesa no ha caído en el olvido: hoy tendré que contarle a Clavis toda la verdad.

Tierra de ValorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora