19. Repara

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  Parpadeo asombrada. La habitación de al lado de la cabaña es, efectivamente, igual que un taller artesano entero en miniatura: dispone de lo necesario para forjar, tallar, serrar y trabajar un sinfín de materiales.

-Mi hermano es un completo apasionado de crear todo tipo de cosas -me cuenta Corina llevándose el dorso de la mano a un lado de la cara-. Y... qué te puedo decir, me lo ha pegado un poco de tanto estar con él.

Diakan lleva consigo los fragmentos de metal. Con cuidado, los deposita sobre su mesa central de trabajo y busca cerca de una de las paredes un molde adecuado.

-Diakan, hay algo que debería comentarte -levanto tímidamente la mano-, y es que mi espada... es algo muy especial.

-Entiendo. ¿Un regalo?

-No exactamente. Es casi como... Si tuviera vida propia. Si las cosas no salieran bien...

-Ah, ya sé lo que me dices -acerca el molde-. Si tu espada es tan rara, puede que tenga una relación directa con algún elemento mágico que la haga reaccionar en batalla, y quieres asegurarte de que ese algo mágico se mantiene, ¿verdad?

-Te has acercado bastante -reconozco.

-Pues tengo buenas noticias, Junie: tu espada no ha perdido su esencia. Fíjate bien en esto.

Me indica con un gesto que baje la mano y la coloque sobre la hoja del arma. Nada más hacerlo, noto una débil sacudida; Clavis aún está vivo.

-Es más fácil notarlo en reposo, por lo que es normal que no te hubieras dado cuenta antes -Corina le acerca los materiales necesarios-. Por cierto, Junie, ¿estás bien?

Parpadeo, sacudiendo la cabeza. Claro que me he dado cuenta de que me brillan los ojos; tan sólo trataba de evitar que los hermanos se dieran cuenta.

Clavis... Menos mal.

-Sí, estoy bien -carraspeo-. No pasa nada; simplemente me he emocionado un poco, nada más.

-Debes tenerle mucho cariño a tu espada -se enternece Corina-, casi tanto como Diakan a sus cacharritos de metal.

-Dijo la que se viene arriba cada vez que se pone a desarmar cosas a martillazos -le responde su hermano, ya con todos sus útiles preparados.

-Sí, bueno, no hablemos entonces de aquella vez en la que te regalé aquella caja de herramientas de coleccionista.

Veo a Diakan poner los ojos en blanco.

-Leghadu Uinigersóu... -farfulla. "¿No se qué universo?" En su dialecto, tal expresión debe ser equivalente al archiconocido "madre mía..."-. Bueno, Junie, ¿te apetece ver un poco más de magia?

Eleva un dedo. Contemplo cómo la punta de su índice chisporrotea hasta que de él brota una pequeña llama, diminuta como la de una vela.

-Vaya... -la observo. Soy capaz de crear fuego, pero no de una forma tan controlada como la que me está mostrando. Si esa llama fuera mía, seguramente al final habría acabado explotando.

-Sorprendida, ¿verdad? -saca pecho-. No es nada común ver hechizos de fuego que se usen para propósitos distintos a los de combatir y autodefenderse, pero ahí están. Bueno, será mejor que me ponga manos a la obra.

En cuanto prueba a encajar ambos fragmentos, ésos se separan como un imán.

-Vaya, qué raro -se rasca la nuca-. Está desprendiendo calor. ¿No tendremos por aquí a un arma rebelde?

La verdad, no me sorprende. Sólo alguien como Clavis no se dejaría ni rozar. Si se resiste, es que aún está ahí

-Ya te he dicho que mi espada tiene vida propia -sonrío pícara.

-Interesante -se acaricia la barbilla-. En ese caso, vamos a tener que inmovilizarla.

-Inmovilizarlo -lo corrijo con una media sonrisa.

-Como sea. Corina, ve a buscar más herramientas; las voy a necesitar.

No es nada fácil. Aunque al principio observo con interés, atención y curiosidad los movimientos de los hermanos, más a Diakan utilizando la punta de su dedo a modo de soplete, pasado un largo rato empiezan a pesarme los párpados. Ya es de noche; el principio de una noche a la que todos se nos está haciendo larga.

Diakan, agotado, se sienta en una silla de madera y se deja caer sobre el respaldo. Lleva horas peleándose con Clavis sin que éste se deje curar, y todo el trabajo le puede.

-¡Ya casi está! -anuncia Corina con alegría. Es la única de nosotros a la que le queda energía, y la utiliza en recoger los platos sobre los que habíamos cenado-. Diakan, deberías darte un respiro. No estás recuperado del todo.

Efectivamente, aunque haya conseguido curar a su hermano, el hechizo no es inmediato y requiere que el paciente no se exceda demasiado en esfuerzos. Se nota que Corina entiende de magia.

-Si tan poco queda, lo acabo -insiste él, cabezota. Hago una mueca; no soy nada partidaria de tenerlo trabajando hasta tan tarde, pero no puedo conseguir que aplace la faena.

Sigue pasando el tiempo, así hasta que, llegados a un punto, ya tenemos los fragmentos de Clavis unidos entre ellos, prensados sobre una mesa de trabajo en la que podría estar tendida una persona alta perfectamente.

-Y ya está -suspira Diakan, soplando sobre su dedo como si éste fuera una vela de cumpleaños-. Ahora sólo queda esperar a que se enfríe el metal.

-¡Al fin! -resopla su hermana-. Diakan, es tarde y hace rato que deberías haberte ido a descansar. Y tú, Junie...

Contemplo sentada como los grabados de la espada se iluminan tenuemente de color azul.

Todos callan, y observan, pero sólo yo lo veo: desde la transparencia, alguien familiar se materializa poco a poco, apareciando tumbado sobre la mesa. Tiene los ojos cerrados; creo que está inconsciente.

-¿...Clavis? -lo llamo.

Sus párpados, llenos de largas pestañas se agitan con inquietud. Lentamente; comienza a abrir los ojos; bajo la luz de las lámparas, su iris, aunque translúcido, cobra un rojo aún más intenso.

-Y creía que las cosas no podían ir a peor... -resopla con voz áspera. Tan agradable como de costumbre. Eso, supongo, es bueno.

Oigo a Corina ahogar una exclamación.

-¿Cómo? -se acerca con excesiva cautela-. La espada ha...

-Ya dije que tenía vida propia -repito encogiéndome de hombros.

-Ay, ¡pero qué pasada!

-Ahí va... -Diakan se detiene a observar más de cerca-. Nunca había visto nada parecido.

-Ahora soy una atracción de feria -pone los ojos en blanco el recién levantado-. Con lo mucho que me agrada. Y tú...

Intenta moverse, seguro que para hacer el intento de amenazarme como otras veces, pero lo único que consigue es hacer vibrar la espada. Oigo un quejido poco después.

-No vas a poder moverte hasta que el metal se enfríe -le aclara Diakan, sentado con los brazos sobre las rodillas-, así que ten un poco de paciencia hasta que te hayas recuperado.

-¿Eh? ¡Pero...! -hace un segundo intento que le arranca un grito, pero el logra de alguna forma tragarse el dolor- ...Es igual. Pero... ¿de verdad tengo que quedarme aquí?

-No pareces estar muy acostumbrado a estarte quieto, pero sí -se levanta Diakan estirándose con un bostezo-. ¡Bueno! Yo me voy a dormir ya. Del sueño que tengo hasta me da la impresión de que las espadas hablan.

Oigo un gruñido de protesta por parte de Clavis.

-Es lo mejor que puedes hacer, Diakan -suspira Corina, aunque su hermano ya no está en la sala para escucharle-. Ya era hora de te empezases a tomar las cosas con calma. ¿Junie? ¿Te busco un lugar en el que puedas dormir?

-Ah... creo que me quedaré aquí con él, pero gracias de todas formas -bajo la cabeza. ¡Si es que tengo un arma que no me merece!

-¿Seguro?

No parece en absoluto convencida, pero insisto tanto que acaba por ceder.

-Bueno, como quieras -se encoge de hombros-. Pero no dudes en llamarme si necesitas algo, ¿vale? -intento darle las gracias, pero ella me interrumpe con los ojos brillantes-. Por cierto, mola muchísimo tu espada. ¿A que me la regalas?

-Lárgate -bufa él.

-¡Vale, vale, lo he captado! -retrocede ella de espaldas-. Pero molas mucho, Clavis. ¿Mañana me explicas cómo te las apañas para hablar?

-Ya vale, ¿quieres?

Ella no dice nada. Retrocede de espaldas sin quitarle a Clavis los ojos de encima, analizándolo desde el mango hasta la punta de la hoja como si quisiera desarmarlo hasta dar con algún mecanismo mágico capaz de explicarle sus dudas. Luego desaparece tras el marco de la puerta.

-Menuda loca... -farfulla.

-Pues ya querría cualquiera estar tan cuerdo como ella -le hago callar. Él no responde.

Se hace el silencio. Bueno, aquí estamos: Clavis ha vuelto y todo ha vuelto a la normalidad. De hecho, la normalidad es tal que no sé con qué tema de conversación romper el hielo, como si no tuviera excusa alguna para hablar con Clavis.

"¿Dolió mucho que te partieran por la mitad?" "¿Qué se siente?" "¿Viste esa famosa luz al final del túnel?" Algo me dice que cualquier cosa que pudiera preguntarle le incordiaría pero, la verdad, un impulso travieso hace que tenga ganas de arrancarle aunque sea media frase.

-Esto... Clavis -sonrío a medias-. Te... ¿Te cuento un chiste?

Él pone los ojos en blanco. Es el único movimiento que puede hacer, aunque estoy segura de que, si pudiera girarse, me daría la espalda.

-No -responde.

Silencio de nuevo. No parece nada contento; debe de sentirse muy indefenso ante el hecho de no poder moverse. Si normalmente suele estar malhumorado, lidiar con él esta noche va a ser un calvario.

-Vale... lo he entendido. ¿Pero y si...?

-¿Y si me dejas tranquilo? No es que me apetezca hablar, y menos contigo.

-Nunca te apetece hablar conmigo -me balanceo en la silla.

-Algo totalmente razonable teniendo en cuenta que has logrado que me partan en dos.

-Oh, ¿ahora eso también es culpa mía? Todo es culpa mía. Lo de que estés así es culpa mía, lo de Meth...

-Especialmente lo de Meth.

-Vamos, Clavis, ¿de verdad vamos a seguir con esas? -no quiero admitir que me estoy empezando a mosquear.

-Tú no sabes lo que me has hecho.

-¿Que no? TÚ no lo sabes -me levanto, caminando hacia él mientras lo apunto con un dedo acusador-. ¡Te he salvado la vida, listillo! Estaba preocupada, ¿sabes? Y ASÍ me lo agradeces. Después de todo lo que he hecho por ti, sigues una y otra vez con lo mismo: Meth, culpable, Meth... -pongo una voz ridícula-. ¡Ya me he enterado! Pero quiero que sepas...

Algo pasa a mi alrededor cuando lo miro directamente a los ojos, pero no llego a explicarme el qué.

El mundo que me rodea tiembla por un segundo y se desvanece junto con mis ganas de romper cosas. Pierdo el equilibrio, dejo de sentir el suelo y caigo. La última imagen que retengo en mi cabeza es la de una mirada que expresa algo que nunca he visto antes en los ojos de Clavis.

Pero el impacto no llega, y me encuentro de pie ante un gran espacio infinito. A mi alrededor, la nada; a mi lado, una figura negra que me resulta tremendamente familiar. Una figura que no es etérea, sino sólida y corpórea.

Yo he estado antes aquí.

-¿Clavis?

-Silencio -me manda callar-. Ahora estás en mi pesadilla.

Tierra de ValorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora