9. Arriesga

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Sam debe de estar frustrado al no verme aparecer, pero por lo menos ha rescatado a las dos víctimas del incendio. 

Menos mal...

¿Que dónde estoy? Si no me equivoco, sigo en el mismo sitio en el que estaba al encontrarme con... alguien a quien me cuesta recordar. Otra vez boca abajo sobre el césped.
Me levanto pesadamente, aunque no sé cómo lo consigo: el cansancio me puede y me escuece todo el cuerpo, en especial el brazo. La cabeza también me molesta un poco, pero de forma soportable. Peores momentos he tenido con alguna migraña.

Un momento... Me da que algo no cuadra. ¿No se me escapa algo?

¡Ah, claro, ahora lo recuerdo! Una mujer vestida de negro me había atravesado el corazón con una lanza. Y yo... sigo viva.

¿Sigo viva? ¿Cómo? ¿No se supone que tendría que estar agonizando por culpa del agujero que debo de tener en el pecho?

Doy un respingo y me palpo todo el cuerpo con algo de nerviosismo. No está...

¿Nada? ¿Ni un rasguño?

Esto es muy sospechoso. Desconcertada, me paso la mano por el cuello y mis dedos dan con lo que puede ser una pista. A base de tirar, saco una cadena y me descuelgo un medallón, o para ser mas exactos: EL medallón.

Vuelvo la mente al pasado. Los audaces, en el interior de la tienda, contemplan como saco el mismo objeto de su bolsa y lo sujeto con dos dedos.

"Protege a su propietario de cualquier amenaza", me habían explicado. "La pena es que, una vez utilizado, su magia se desvanece y sólo puede restaurarse si se cede a otra persona. ¡Así es la magia: caprichosa!"

Comparo la imagen del medallón de mi memoria con el objeto en su estado actual: el enorme rubí en el centro se ha resquebrajado, perdiendo su anterior brillo.

En cuanto advierto esto, todo cobra sentido. Efectivamente, aunque parezca difícil de creer, todo apunta a que el medallón me ha salvado la vida.

Sin duda, me he emocionado. No voy a llorar, tampoco es esa la cuestión, pero mi cara lo debe de decir todo.

Oigo pasos. Alzo la cabeza y veo a Sam corriendo hacia mí, todo cubierto de polvo y cenizas. La niña y su abuelo nos contemplan a cierta distancia.

Se detiene frente a mí. Yo sonrío automáticamente, y él me devuelve la sonrisa. Es la primera vez que lo veo sonreír. Es más, es la primera vez que veo a alguien sonreír con tantas ganas y con la mirada tan limpia y brillante. ¡Nada que ver con su antiguo semblante inexpresivo!

-Lo conseguimos -me dice.

-Lo conseguimos -repito con firmeza.

Ya es por la mañana. Sam, Root y yo estamos desayunando algo parecido a la avena. Ninguno de los tres se atreve a mencionar nada relacionado con lo pasado el día anterior; ni en la Capital se habla demasiado de ello.

Por las escasas noticias que nos han llegado, muchos ciudadanos ya saben que ha ardido una casa más y que sus inquilinos -quién esta mañana se han acercado a nuestra casa para mostrar su agradecimiento- están a salvo, pero lo que de verdad le interesa a la gente es el escándalo, la catástrofe, dejarse invadir por el miedo. Por este motivo, mi nombre y el de Sam han quedado en el anonimato y no aparecen en el relato, cosa que no me importa demasiado pero que convierte la buena noticia en una mala noticia.

No le he dicho a nadie lo ocurrido con aquella mujer y prefiero no hacerlo: es un asunto que ya resolveré por mi cuenta. No necesito involucrar a nadie más en él o acabaría poniendo a terceros en peligro.

Poso mi mirada en Root. Está mucho mejor, pero todavía tiene rachas en las que le da por dejar la mirada perdida o se duerme para no despertarse hasta pasadas horas más tarde. Sam, por otro lado, ha recobrado todo su antiguo yo tras el episodio del incendio, cosa que sus padres no paran de agradecerme. Aún me queda saber por qué se encontraba en ese estado y a qué se debe su transformación, pero pienso adivinarlo más tarde.

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