Capitulo -10

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Daishinkan terminó acompañando a Airi y su pequeña hermana a un lugar que ella seguía manteniendo en secreto. Un auto pasó a recogerlos en la casa de la joven y en rumbo desconocido partió con ellas.

El camino se veía tranquilo, habían plantas, mucho verde, pero luego ese color fue abriendo paso cada vez que avanzaban, así pudo distinguir a lo lejos aquel límite que hacia el mar y el cielo entre sus tonalidades diferentes de azul y celeste. Pronto llegaron al destino, una casa a la orilla del mar.

-Era de mis padres. Aquí veníamos cuando no estaban ocupados -le dijo ella al bajar del vehículo.

Daishinkan no dijo nada, en cambio guardó silencio para apreciar mejor el ambiente.

Aunque muchos y más bellos mundos habían contemplado sus pupilas, la simpleza de ese paisaje no pasó indiferente ante él. Era sencillo, pero hermoso. La arena era de un amarillo pálido, el aire olía a la sal del agua, un olor a mar que penetró sus fosas nasales incluso más que aquella vez que fue a ver a Airi en la noche a la orilla de la playa. El cielo estaba despejado, no había nada que cubriera al ardiente sol que con sus rayos se reflejaba con colores segadores sobre el agua que era cristalina, era tan clara como la verdad y tan pura como un suspiro. Olas pequeñas chocaban contra una especie de muelle pequeño de madera en el que la sal del agua dejaron marcas.

Allí se perdió, la mirada en ese mar, pero él perdido en el que guardaba sus pensamientos.

La pequeña se soltó de la mano de Airi y salió corriendo al muelle para ver de cerca a los peces que allí abajo estaban nadando.

-Con cuidado -advirtió la muchacha a la otra antes de tomar las cosas del auto, despedirse del chófer y entrar a la casa.

La casa era simple, paredes de madera clara, un pórtico amplio que desde el techo colgaba una silla del tamaño como para dos personas. Las ventanas era grandes para poder apreciar la vista, de ellas colgaban unas cortinas blancas y ligeras que con el viento danzaban muy livianas queriendo dejarse llevar. Por dentro el ambiente era más acogedor, había una pequeña chimenea de piedra, una sala pequeña de muebles también blancos con cojines color azul marino. En resto seguía en ese estilo y gama de colores.

-Espero sea de su agrado -le dijo Airi al dejar sus cosas sobre la mesa- Está un poco lejos de todo, incluso no hay nadie por aquí, pero esto siempre me da tranquilidad.

-Puedo entenderlo. La tranquilidad es escencial para estar en paz con uno mismo fuera del mundo que a uno rodea -respondió Daishinkan mirándola con las manos tras la espalda.

Cuando Daishinkan estaba por mucho rato con Airi, vestía como una persona mas, como un humano solo para parecer más natural en el ambiente. Esa no era la excepción. Para él era un poco extraño estar fuera de su habitual traje color azul con el que todo aquel que lo había visto conocía, pero no era la gran cosa.

-Solo estaremos aquí por hoy, mañana por la mañana nos iremos. Claro que sí tiene algo que hacer se puede ir antes -le señaló Airi.

-Espero no acontezca algo que interfiera -respondió.

Ella solo le respondió con una sonrisa tierna.

Salieron hacia afuera, la niña nadaba cerca del muelle. Al ver a Airi la llamó con la mano para que fuera a nadar con ella. La muchacha asintió, tomó el borde de su vestido y se lo quitó, dejándolo a sus pies para correr al muelle y lanzarse con la gracia de un nadador olímpico. Traía debajo un traje de baño entero de color verde agua que hacia resaltar el tono de su piel y cabello.

Daishinkan solo vió eso con ojos de curiosidad, sin nada detrás más que ver cómo aquella muchacha se veía tan tranquila en ese lugar. En otras ocasiones solo la había visto o enojada o angustiada por algo, incluso la llegó a ver en una de sus peores momentos, inconsciente e indefensa, pero nunca así de tranquila y silenciosa, porque debía admitirlo, Airi estaba muy callada.

Yo No Te LlaméDonde viven las historias. Descúbrelo ahora