Capitulo -24

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Estaba aburrida, ¿Por qué no? Además, Daishinkan siempre la acompañaba a distintos lugares, ella podía acompañarlo a él en ese momento.

Cuando le dijo que sí, Daishinkan sonrió de una manera agradable, casi tranquilizante al verlo esbozar esa amplia sonrisa. Menos de cinco minutos después, ya no reconocía dónde estaba. Ese lugar no era normal, uno aparecía y desaparecía en otro lugar de un momento a otro. Pasó de estar en los pasillos con él, a un lugar abierto, dónde de inmediato una brisa suave con su murmullo la recibieron. Era un aire tan fresco y aromático, se sentía un aroma frutal y dulce, pero a la vez causaba un cosquilleo en sus fosas nasales.

Era un jardín, a eso se debía cuyos elementos. Estaba dividido en secciones junto a caminos y escalones que se veían como se alargaban hacia adelante y se extendía a su costado mucho más allá. Incluso un lago divisó en el centro, más bien parecía una especie de fuente. Flores de distintos colores, tamaños, formas y olores; todas pertenecientes a una multitud de planetas de distintos universos. Mariposas revoloteaban cerca, pero no eran como algunas que hubiera visto en su vida, estás dejaban una estela de escarcha tras sus revoloteos. Parecía un paisaje sacado de un cuento de hadas o fantasía.

-Zen Oh Sama... ¿No se enoja si se entera que no estoy allá? -le dijo un poco embelesada con lo que veía, mientras se inclinó un poco para apreciar esa mariposa la cual nunca había visto.

-Seguimos aquí -contestó Daishinkan, quien estaba parado a un par de pasos tras de ella con las manos tras su espalda.

-Pero... -se levantó y miró atrás. Nada, solo se detuvo, es que no entendía el funcionamiento de ese mundo y la verdad por la ventana no veía nada más que un espacio infinito y una medusa gigante debajo. No había indicios de haber un jardín allí.

-Son de distintos rincones de los universos -le dijo- Todas las más resaltantes -caminó hacia adelante indicándole con la mirada que lo siguiera.

Un camino alargado de lajas de piedra rústica pero bien alineada simétricamente. Al caminar unos cuantos metros, cruzó en el camino para bajar por unos escalones que daban a otro camino más. Parecía que ese jardín bajaba a su centro y se elevaba a sus límites.

No, eso no era un gesto romántico ni de esa índole. Daishinkan vió a Airi aburrida y en ese mundo había un lugar que sabía le gustaría. La vió trabajar con flores, tenía muchas de esas también plantadas en su casa, era obvio que le gustaba; además, algo mencionó una vez al respecto.

-¿Por qué me trajo a aquí? -preguntó mientras lo seguía un paso detrás.

-Pensé que le gustaban, ¿O acaso me he equivocado? -cuestionó sin detener su andar.

-Si, si me gustan. La verdad está hermoso este lugar -respondió mientras su mirada se la robaba unas especies de rosas rojas que en el centro tenían como una burbuja de cristal.

-Me alegra oír eso -añadió Daishinkan y ella lo miró.

-Siendo sincera odio mi trabajo -confesó de pronto.

Daishinkan no dijo nada, en cambio mantuvo el silencio y el paso a su ritmo.

-Las usan como obsequio, cortadas para día a día ver cómo se marchitan -siguió- No están hechas para eso -se pausó un momento- La verdad si alguien me da una flor, solo la recibiría plantada en una maceta para verla florecer repetidas veces siendo la misma y cambiando a otra a la vez.

-Entiendo... -Daishinkan se detuvo- Es un pensamiento un tanto... Poético -añadió- Éstas que tengo a mi derecha creo que debe conocerlas -comentó extendiendo su mano sobre un grupo de flores.

Eran jazmines blancos de origen del planeta Tierra. Airi de inmediato clavó su vista en ellas. En silencio y solo apreciando con la mirada perdida ese detalle.

Yo No Te LlaméDonde viven las historias. Descúbrelo ahora