Capitulo -32

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-Supongo que ha estado muy ocupada como para solicitar mi compañía -le dijo Daishinkan mientras tenía las manos tras su espalda.

Airi no respondió, en cambio se arrojó a sus brazos y se abrazó a él fuertemente. Daishinkan sonrió y cerró sus brazos entorno a la cintura de la muchacha para así, corresponder a ese abrazo.

-Se había averiado. Perdóneme -le dijo- Quise llamarlo, pero...

-Entiendo -la interrumpió- No hace falta que me lo explique.

Daishinkan se apartó ligeramente de Airi para otorgarle un beso en la frente con un candor que a ella le reconfortó el alma. Se sentía más liviana, menos cansada, se sentía mejor solo con saber que vió a Daishinkan.

Daishinkan se quedó a petición de ella, así, ella le contó de su estado. El Gran Sacerdote no se mostró sorprendido, ni se inmutó; él ya lo sabía, por eso insistía en sanarla.

Algo que le desagradó al Gran Sacerdote fué verla así. Ya no tenía ese carácter fuerte que imponía, esa sonrisa que antes le dedicaba con dulzura, ahora reflejaba tristeza disimulada. Aunque ella dijera que no le importaba morir, se le notaba en sus ojos que eso le afectaba mucho, ¿A quien no lo haría? Iba a perder la vida tan pronto por causas injustas; por un cuerpo defectuoso en funcionamiento. En ese aspecto no entendía el porqué no dejarlo ayudarla. Miles y millones de seres darían lo que fuera por más vida, por recuperar la salud; él no haría eso por nadie, pero con ella prefería hacerlo, pero sus palabras anteriores decían "no". Se veía más pálida de lo habitual, su cabello estaba enredado, tenía unas ojeras pronunciadas. A pesar de todo eso, sonreía, sonreía para él, en sus ojos aún existía un matiz brillante de alegría y solo era producto de su presencia.

-Jamás imaginé verla a usted cuidando de un ser tan indefenso como un felino -le dijo al ver cómo la muchacha se adentraba a la cocina, abría uno de los estantes y sacaba una taza.

-Estamos iguales. Tanto él como yo -le dijo.

-Airi, yo ya iba a llevarte eso -le señaló su amiga que había abierto la lata de atún- No deberías bajar, te podrías caer y...

-No es necesario que me cuides tanto. Estoy muy agradecida contigo por lo que haces, pero hay cosas de las que tengo ganas de hacer aún -le contestó mientras estaba agachada frente al gato negro viendo como se tomaba la leche- Vaya que tienes hambre -le dijo al gato mientras lo acariciaba.

Helen no supo que decir a eso; minutos atrás estaba decaída y apagada, luego bajaba con el ánimo de una niña pequeña como si no estuviera cansada y afectada. Miró a su amiga agachada de espaldas a ella y luego alzó su vista hacia ese sujeto (el cuál no sabía cómo y cuando llegó) de cabello albino que sonreía con ternura al ver a Airi allí con el gato.

-¿Estás bien? -fue lo que le preguntó Helen. Le parecía extraño todo.

-Mucho -le contestó mientras se ponía de pie- Si quieres puedes irte y descansar tú. Él se quedará conmigo -le dijo refiriéndose a Daishinkan.

-¿Segura?

Airi fue bastante hábil en convencer a su amiga, y lo logró. A pensar de que aquella muchacha insistía en quedarse a cuidarla, y que decía que estaba rara. Los dejó solos a ambos. 

-Tiene usted buenas amistades, señorita Airi -le comentó Daishinkan luego de ver cómo Airi cerraba la puerta de la entrada.

-Ella me lo dió -tomó el llamador de ángeles entre sus manos para referirse al objeto- Por ella lo conozco a usted.

-Entonces tengo que agradecerle por el gran favor -sonrió ladino.

-Lo extrañé -dijo Airi de pronto, cambiando la sonrisa de Daishinkan por un gesto más sereno.

Yo No Te LlaméDonde viven las historias. Descúbrelo ahora