Capitulo -17

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El hombre detuvo su mano justo a centímetros de tocar el llamador de ángeles, cerró su puño y dirigió la vista hacia el dueño de la voz que acababa de importunar.

-Largate. No molestes -le dijo para luego levantarse.

-No se equivoque, no soy yo quien está molestando. Ustedes lo hacen con la señorita -señaló extendiendo su mano hacia Airi haciendo una señal al otro para que la liberara.

Daishinkan vestía como un hombre normal, por lo que los sujetos no notaron que era un ser diferente. Vestía pantalón negro y camisa del mismo color y con una chaqueta blanca sobre esta. Llevaba las manos tras la espalda, por lo que ninguno notó cuando Daishinkan soltó un chasquido para hacer algo.

Daishinkan podía ver cómo Airi temblaba, en sus ojos se veían el terror plasmado, el miedo apoderado de ese par de ordes color verde que en conjunto con las lágrimas que quería dejar escapar, le daban un aspecto cristalino.

-Suéltela, por favor -le solicitó al hombre que la sujetaba del brazo- No me haga involucrarme más allá de las palabras en esta situación.

Este hizo caso omiso a las advertencias de Daishinkan. El otro pasó tranquilamente el dorso de su mano por debajo de su nariz como si limpiara su sudor. Solo era un movimiento para disimular otro. Con su otra mano muy veloz sacó una navaja de la cual solo se vió su hoja resplandecer con la luz de la luna que apenas se asomaba por entre las nubes. Daishinkan sin problemas evadió el ataque, alzó su ceja dedicándole una mirada sería al tipo sin siquiera quitar sus manos de su espalda.

-Es lo que le acabo de solicitar -le señaló.

Con solo la mirada de Daishinkan, la navaja salió volando por los aires y se fué a clavar con una fuerza descomunal a una farola de luz del otro lado de la calle. El impacto con que chocó fue de tal magnitud que terminó tan clavada allí que afectó el sistema eléctrico de este y terminó apagando a la farola.

Los hombres no comprendían lo que sucedía, en especial el que empuñaba la navaja.

-Lo repetiré. Suelten a la señorita, por favor. No me hagan acudir a métodos no favorables para ustedes, caballeros... Si es que así se les puede denominar -reiteró Daishinkan con una mirada que inspiraba temor, aquella con la cual cualquier díos estaría sufriendo como la tortura más aterradora que conocían.

Daishinkan comenzó a avanzar hacia a ellos, mientras lo hacía, ambos sujetos sentían como si tuvieran una soga al cuello que cada vez se hacía más apretada, ya que con cada paso que el Gran Sacerdote daba, la respiración se les hacía más difícil.

-Si desean seguir disfrutando de sus inmorales existencias, solo dejen libre a la joven -continuó- La verdad creo que les interesa más sus vidas que morir en mis manos solo por un capricho. ¿Comprenden a lo que quiero llegar?

La verdad los hombres ya se habían rendido, pero la falta de oxígeno se había vuelto tan escasa que ni siquiera lograban oír bien lo que Daishinkan decía. En un intento de quitarse sea lo que fuese que tenía al cuello, el hombre que tenía sujeta a Airi la soltó casi como un empujón que la hizo terminar de rodillas contra el suelo en una estrepitosa caída.

Al verla libre, Daishinkan alzó una mano al frente e hizo un gesto con esta como si dijera "vete" y tal como el gesto hacia entender, ambos sujetos tuvieron la misma suerte que la navaja. Salieron volando como si un viento fuerte los arrastraran hacia atrás, terminaron contra el basurero de un restaurante que estaba del otro lado de la calle.

Daishinkan se encaminó hacia el cascabel, se dobló elegantemente para tomarlo y luego fué donde Airi estaba.

-Creo que esto le pertenece -le dijo al abrochar la joya en su cuello- ¿Se encuentra bien?

Yo No Te LlaméDonde viven las historias. Descúbrelo ahora