Capitulo -12

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Eran más de una docena de llamadas perdidas y unos cuantos mensajes de su abogado. El día anterior la había mandado un mensaje avisando que la hora se había cambiado, en visto que no contestó, este la llamó en varias ocasiones con mucha insistencia. Era grave llegar tarde.

Entró en pánico, subió rápido a su habitación y se cambió a un atuendo apropiado para eso. Un vestido gris a las rodillas, un poco ceñido al cuerpo, pero discreto y apropiado, en conjunto de una chaqueta negra.

Bajó corriendo las escaleras y casi tropieza con esos zapatos de tacón, iba a peinarse, pero antes de eso tocaron a su puerta. Sintió que venían a importunar, abrió sin ánimos, pero la visita de esa persona la alivió un poco.

-¿Donde estabas? Te llamé varias veces ayer y temprano hoy y no contestabas -le dijo Ro abogado.

Era un hombre joven, de no más de veintiocho años, pelinegro, de piel clara y barba bien cuidada, alto y vestido de traje color negro con corbata azúl celeste.

-Salí a despejarme un poco, tenía el teléfono apagado -le respondió Airi tomándose en cabello en una cola frente al espejo.

Esos últimos días estuvo muy cerca de ese hombre, él le estuvo dando consejos y llevando el caso. Lo conocía de cuando sus padres vivían, y ahora que tuvo que verlo seguido otra vez, pasó a un trato más cercano, casi de amigos.

-¡Vamos tarde! -exclamó Airi tirándole de la mano para salir.

-Espera, falta media hora. No es tan tarde como parece -le dijo intentando calmarla.

Por dentro agradecía a Daishinkan que la trajo con su teletransportación, si hubieran venido en auto, todo hubiera salido mal. Por otro lado, se lamentaba, nunca podía disfrutar de un momento de paz sin que a cambio llegará una tormenta problemática para contrarrestar su calma. Parecía que su felicidad, por lo menos momentánea, tenía siempre grandes precios a pagar.

En el auto del abogado se fueron, y a la pequeña la dejó a cargo de una niñera.

Estaba hecha un manojo de nervios allí dentro, lo que el juez decía le parecían palabras en el idioma más confuso del mundo, tal vez si las entendía, pero su mente las codificaba para mí dejarla entender. Sus ideas eran nulas, más cuando le tocó hablar, cuando tuvo que defender con sus propias palabras y con ayuda de su abogado. Rabia sintió también al escuchar las palabras de su tía, no tenían malas intenciones, pero la hacían sonar como una invalida, incapacitada moribunda; eso según ella.

Cuando el juez la miraba, le parecía ver los ojos de un león sintiéndose la presa más indefensa del mundo, a veces sentía el deseo de hundir la cabeza entre sus hombros, o mejor, que la tierra se la tragara para evadir esa mirada filosa que le dedicaba a cada uno de esa sala, pero ella parecía ser el objetivo, la presa rodeada de depredadores que la rondaban en círculo decidiendo si sería la cena esa noche.

Pocas veces se llegó a sentir así, su única debilidad sentía que era su hermana, y allí se la estaba jugando con su defensa bien formulada y trabajada todos esos días para no dejar fuera ni un mínimo detalle que la salvara.

Al fin se decidió un veredicto. Sentía que las piernas le faltaban, pero también deseos de saltar hacia el juez y arrancarle de una buena vez el veredicto y escucharlo al fin.

El juez falló en su contra.

-Señorita Airi, debe entender que su condición no le facilita para nada atender a su hermana debidamente, es más, hasta afecta su propia salud. Tomo está decisión en base no solo de las necesidades de su hermana, sino de las suyas también, ya que he podido notar que usted misma se hace daño. Me apena decirle esto, pero debo fallar en su contra hasta que demuestre que está en condiciones -dictaminó el juez al quitarse ese par de gafas para mirarla directamente a los ojos.

Yo No Te LlaméDonde viven las historias. Descúbrelo ahora