Capítulo 42

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Dato no muy importante antes de leer: Esta canción me recuerda mucho a Ángela y Álvaro, así que escúchenla, es muy linda.

...

«Quédate conmigo»

Ángela.

—Has dormido como un bebé —escucho el susurro de Álvaro, apenas y puedo abrir los ojos, aún los siento pesados—. ¿Te he despertado?

Vuelvo acurrucarme a su lado, él sin pensarlo me estrecha en sus brazos, besando mi cabeza. Está sin camisa y huele delicioso.

No sé cuánto tiempo he dormido, ni siquiera sé cómo llegué aquí. Lo único que recuerdo, es que Álvaro me llevaba en sus brazos para abordar el coche de Nicolás. Mis piernas duelen, también mi cabeza.

—No me has despertado, creo que he dormido de más —respondo sobre su dorso desnudo, me siento como una niña chiquita—. Hueles muy bien, abrázame más.

Se ríe.

—Parece que la que debe ducharse eres tú —lo miro apenada—. Puedo hacerlo yo, si quieres.

—No, puedo hacerlo sola.

—Olivia dijo que querías hablar algo importante conmigo —me escondo en su cuello para no mirarle a los ojos—. Mi amor, yo no estoy molesto contigo, ¿como podría estarlo?

—¿No lo estás?

—No.

—Bueno, es que no tengo las palabras para decirte...

—¿Quieres proponerme matrimonio? —se ríe cuando lo muerdo—. Vale, dime qué es.

—Tengo miedo.

—¿De mí?

—Sí.

—Señor Beltrán —Bianca toca la puerta—. La niña se ha despertado y quiere verle.

—Escóndete —me pide lleno de risa—, que sea una sorpresa.

Asiento feliz y me abrazo a su cintura cubriéndome por completo con la sábana.

—Que pase, por favor.

Escucho el chirrido de la puerta y los pasos de quien parece Chiara, se escucha como si los arrastrara con pereza. Sonrío esperando que se de cuenta, pero solo abre la boca para reclamar.

—¿Por qué me has dejado sola ayer? —debo taparme la boca para no reírme.

—Porque debía buscar a mi novia.

Me pellizca las espalda cuando me muevo un poco.

—¿Ángela? —que pregunte eso, me hace sentir satisfecha.

—Claro que no —finge desinterés—. Ángela no es mi novia. Es otra mujer, y está aquí durmiendo.

Palmea por encima de la sábana, escucho el jadeo por parte de mi pequeña niña presumida. Quien corre hasta nosotros, puedo sentir como la cama se hunde un poco.

—No quiero a nadie en mi casa —intenta quitar la sábana, pero Álvaro no se lo permite —. Papi —advierte.

—¿Vas a despertarla?

—Sí —responde con altanería—. La quiero fuera.

—No lo hagas.

—He dicho que no la quiero en mi casa.

—¿Y si te digo que es Ángela?

Se queda callada, ya no hace el amago en deshacer la sábana, más bien suspira.

Más allá de mi orgullo// EDITANDO.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora