𝓜𝓲 𝓞𝓹𝓱𝓮𝓵𝓲𝓪 𝓛𝓮𝓮

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La tome en brazos sacándola de la piscina, no estaba muy seguro que haría ahora, no podía llevarla a su casa en este estado, así busque una habitación vacía en la casa de Tyler, por suerte la había. La recosté en la cama, su vestido estaba empapado al igual que toda mi ropa, no podía quedarse dormida así, le daría un resfriado. Recordé que tenía algo de ropa en el maletero de mi auto, así que decidí ir a buscarla y así poder cambiarnos con ella, Salí de la habitación dejando bien cerrada la puerta para que nadie entrara a molestarla mientras dormía.

Al llegar a mi auto me di cuenta que solo tenía una camisa negra, un pantalón y un bóxer, bueno eso era mejor que nada, ahora existía otro problema: ¿Cómo haría para cambiarla de ropa? Se me ocurrió buscar a una chica para que me ayudara con eso, pero a todas las chicas a las que les hable están igual de borrachas que Jo, algunas incluso peor. Ninguna chica quiso ayudarme, tendré que despertarla, no quiero invadir su intimidad, no quiero mirar nada que ella no quisiese que mirase, aunque me muera por hacerlo, debo de respetarla, ella merece ser respetada.

De regreso en la habitación me quito toda la ropa mojada y me pongo solo el pantalón seco y dejo el resto de ropa para Jo. Ella duerme profundamente como un ángel, eso hace que me cuestione despertarla o no, pero tengo que hacerlo, así que me acerco a ella y la sacudo con delicadeza.

Ella abre lentamente los ojos.

―Debes de cambiarte de rota, no te puedes dormir así ―Le digo ofreciéndole la camisa y el bóxer.

Jo asintió con la cabeza incorporándose y sentándose al borde de la cama, esta adormilada y confundida. Su cabello esta húmedo y la tela del vestido se le ha pegado al cuerpo, lo que me resulta distractor, pero en estos momentos no tiene que existir cabida para malos pensamientos en mi cabeza.

Me arrodillo frente a ella y empiezo a desatarle las agujetas de los zapatos, decido no mirar hacia arriba, decido concentrarme en la labor de quitarle los zapatos. Al levantar la vista me doy cuenta que ella está observándome con atención, de sus labios no ha salido palabra alguna, solo levanta el pie con sutileza para que yo termine de quitarle el zapato, cuando mis manos tocan la piel suave de sus pies ella me mira directo a los ojos y sonríe, lo que incita a mis dedos a trepar hasta la piel de sus tobillos, y como era de esperarse es suave y tersa, como los pétalos de rosa en primavera. Si tuviera el suficiente descaro, ni siquiera valor, seria puro descaro, y cinismo, mis manos recorrerían toda la piel sedosa de sus piernas, hasta llegar a sus muslos, y se perderían en ellos. Pero me considero un hombre cuerdo aun, no el mejor, pero si uno cuerdo y lo suficientemente honrado, para no corromperla esta noche. Esta noche no, ella debe tener los cinco sentidos bien activos cuando mis fantasías sucedan, ella debe desearme con la misma intensidad que yo, solo así, podre tomarla, solo a si será mía, y eso es cuestión de tiempo.

Me incorpore, la contemple por un segundo: con el cabello húmedo y alborotado, los ojos bien abiertos, los labios separados y llenos, con un aura salvaje, pero a la vez vulnerable, y venerable, digna de una fotografía mental, de esas que se quedan guardadas en la memoria del alma.

Me dirigí a la salida.

― ¿A dónde vas? ―Me pregunta preocupada.

―Te doy privacidad para que te cambies, en cuanto estés cambiada regreso ―Le prometí.

―No lo hagas, no te vayas ―Musito ―. Estoy muy mareada, podrías ayudarme desvestirme.

―No creo que sea buena idea ―Confesé, mientras abría la puerta.

―Por favor ―me pidió ofreciéndome una mirada que derretiría hasta el corazón más duro y el alma más solitaria como la mía.

―Bien ―accedí liberando un suspiro de rendición, siendo honesto ella no necesitaba mucho para hacerme caer.

É𝖝𝖙𝖆𝖘𝖎𝖘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora