𝕰𝖑 𝖈𝖎𝖊𝖑𝖔 𝖉𝖊 𝕵𝖔𝖗𝖉𝖆𝖓𝖆

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Josephine

A veces fantaseo con mi muerte, y como actuarían todas las personas que me han visto alguna vez después de enterarse de la noticia, probablemente lloren a mares como si yo hubiera sido súper cercana, aunque solo hayamos cruzado palabra una o dos veces, hablarían cosas buenas, solo cosas buenas, omitiendo todo lo malo, convirtiéndome en una de especie de mártir: pura, inocente y virginal, a la que la vida se le hacía muy poca cosa como para quedarse más tiempo, probablemente se inventarían cosas sacadas del culo como por ejemplo: que yo era súper misteriosa, buena, amable, una buena hija, una buena compañera de colegio, una genio, rayarían mi estatus manchándolo de perfecto.

Me imagino a mis maestros, y vecinos diciendo: oh no, ella era tan dulce, y amable, ayudaba a los ancianos a cruzar la calle, sus notas eran perfectas, estaba llena de vida, es una tragedia.

Pero la verdadera tragedia es que eso no ha sucedido, sigo viva, inventándome escenarios falsos para hacer mi realidad más llevadera.

Claro está que es la única manera de lidiar con mi realidad, no soy tan valiente, pensar en el suicidio no es una opción, los valientes mueren, los valientes viven. ¿Qué pasa si estas en el limbo? No quieres morir, pero tampoco quieres vivir, entonces soy una gallina, se necesita valor para enfrentar a tus problemas, ¿Qué pasa si yo no lo tengo?

― ¿Qué problemas podrías tener tú? ―Dijo mi madre cuando le conté como me sentía ―. ¿Qué clase de problemas podría tener una niña de tu edad? No seas ridícula, si tu vida es perfecta, me he encargado de que así sea, tienes una casa bonita, ropa bonita, comida en la nevera, eres bonita, tu vida es perfecta, ¿Qué clase de problemas podrías tener tú? ―Repitió incrédula ―. La gente cuando no tiene nada que hacer se inventa problemas, se pone triste, mírame a mí, mi vida es perfecta ―Se engañó a sí misma. Se engañó tan bien así misma que la mentira se convirtió en su realidad.

Estas conversaciones que se repetían en mi cabeza eran pasadas, ya que mi madre no me había hablado en todo el fin de semana. Lo que solo contribuía a aumentar mi tristeza, no había comido nada en todo el día, solo había llorado desde que me baje del auto de Hero, llorado y llorado hasta que mi cuerpo no aguanto más y me quede dormida, sin darme cuenta dormí todo el día, hasta que Nastenka el ama de llaves que mi madre había contratado toco a la puerta de mi habitación llevándome una charola de comida.

―Debe de comer ―Dijo poniéndome la charola en las manos ―. Su madre está preocupada por usted.

― ¿Y por qué ella no viene a verme Nastenka?

―Porque la señora está enojada con usted, pero que este enojada no significa que no se preocupe.

Inspeccione meticulosamente la charola llena de comida en ella había: fruta picada, sopa de verduras, y panques de plátano. La tripa me rugía, me dejé de tonterías y me llevé a la boca un pedazo de panque, porque esto de hacer huelgas de hambre no es lo mío, además los panques de plátano son mis favoritos.

Los ojos de Nastenka se iluminaron al verme devorar todo sobre la charola, ella me agrada, es una mujer de mediana edad, muy búlgara, que se ha dedicado al hogar toda su vida, trabaja con nosotros a medio tiempo porque tiene un bebé, además Nastenka cocina delicioso, así que por fin le diremos adiós a la comida de la calle.

Después de terminar de comer me volví a dormir, estaba muy cansada mentalmente, esto de llorar me había debilitado.

Mientras dormía, los recuerdos de la noche anterior empezaron a parecer como barcos a la deriva, en mi memoria, como flashes fugaces que cada vez se solidificaban más.

Entonces recordé las luces color neón parpadeantes, hipnóticas, escandalosas, me mareé al recordar aquel baile arriba de la mesa, la piscina de Tyler y como me aventaba en ella, como Hero me cuidaba, como se convertía en mi protector mientras yo me le insinuaba con descaro, como sin una pizca de pudor metía mi lengua en su boca, como le suplicaba que me desvistiera. Como le confesaba mi amor de la manera más descarada y sin vergüenza posible, los recuerdos seguían apareciendo, cada vez más sólidos, cada vez más vergonzosos, hasta que mi alarma sonó, me desperté de golpe. Me toqué la frente con manos temblorosas y la respiración agitada, sudor se acumulaba en mi frente, sudor frio, sudor que solo dejaba al descubierto mi preocupación.

É𝖝𝖙𝖆𝖘𝖎𝖘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora