𝓝𝓾𝓮𝓼𝓽𝓻𝓸 𝓶𝓾𝓷𝓭𝓸

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La piel suave de los dedos de Jo se desliza con delicadeza sobre mi rostro trazando lazos invisibles, uniendo mis lunares, como si intentara descifrar un código secreto sagrado escondido entre la punta de mi nariz, el contorno de mis labios, mis mejillas, mi mandíbula, hasta llegar a mi pecho donde des tiende la mano sobre mi corazón el cual late con fuerza, con paz, alegre y tranquilo, como nunca se había sentido antes, como si fuera plenamente consciente que este era el momento indicado para no dejar de latir y seguir más vivo que nunca, más vivo que ayer, más vivo que siempre.

Es increíble sentir como las mínimas caricias de sus manos pueden desatar grandes explosiones dentro de mí. Es increíble cómo puede cambiar la marea tan repentinamente, es increíble pensar que sin buscarla la encontré, y es aterrador el miedo que me invade cuando pienso que esto no durara para siempre, porque nada es eterno, sin embargo, aún tengo el consuelo de saber que pase lo que pase, conservare este momento y todos los que la incluyen en un lugar especial en mis memorias en la parte selecta donde solo lo extraordinario se archiva, en la sección de milagros y cosas maravillosas. Supongo que esto sucede cuando se está realmente sumergido en algo realmente puro, sumergido en la sustancia de lo que todo fue creado. Amor le llaman.

Desearía que mi madre algún día descubriera algo así, que dejara de confundir el dolor con amor, que dejara de darle tanto poder al monstruo sobre ella. Deseo su libertad, deseo que algún día se ame, para no permitir nunca más que alguien que dice que la ama le haga daño. Los patrones han sido constantes y repetitivos, primero mi padre y después todos los que lo precedieron hasta llegar al monstruo, este que nos acecha como una sombra tenebrosa en la esquina de nuestras habitaciones, como ponzoña contaminando nuestra felicidad desde que llego a nuestras vidas, destruyendo todo lo bueno, llenando de lágrimas los ojos de mi madre, engañándola, destruyéndola lentamente, y a pesar de todo lo que nos ha hecho pasar, ella sigue confundiendo todo ese veneno con amor.

El dolor antes de conocer a Jo era más potente, era como herida fresca, descarnada, de vez en cuando roseada con gotas de jugo de limón. Era como si viviera la vida al día, sin esperar mucho, anhelando el futuro, anhelando lo que podría ser y no era, tratando de escapar con todas mis fuerzas esta realidad, pero ahora esta realidad no me asusta. Es como si mirara a través de la lejanía, es como si ahora estuviera protegido, blindado, fortalecido, me ha convertido en alguien con esperanzas.

Me ha demostrado que hay mucho más que resentimiento y dolor, cada momento que paso a su lado me sirve de analgésico, ella es una especie de droga, una creada especialmente para mí.

―Dios ―suspira sosteniendo mi mano llevándosela a la boca, mordiéndola suavemente con picardía.

― ¿Soy tu Dios?

―Soy atea ―Sonríe besándome en la mandíbula.

Enredo mis dedos en las ondas de su cabello.

―Yo también era ateo.

― ¿Y qué paso?

―Bueno...conocí a cierta persona ―Sonreí.

― ¡Diablos! ―se muerde el labio inferior negando con la cabeza, poniéndome la palma de la mano en la cara ―. No puedo contigo ¿Por qué tienes que ser tan lindo? Enserio ¿Por qué? No es justo para el resto de los seres humanos. Ven levántate ―separa su pecho del mío, poniéndose de pie, jalándome de las manos obligándome a seguirla, o bueno eso de obligarme es cuestionable, la seguiría, aunque se me fuera prohibido.

De su cama toma una sábana blanca, la toma de las esquinas y la des tiende en el aire, la tela ligera flota revoloteando en el viento cuando la frisa gélida del atardecer se cuela por la ventana. Da unos pequeños brincos juguetones rodeándome y a la vez cubriéndome con la sábana blanca, enrolla y acomoda la tela sobre mi cuerpo desnudo improvisando una vestimenta para mí.

É𝖝𝖙𝖆𝖘𝖎𝖘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora