𝕷𝖆 𝖒𝖚𝖊𝖗𝖙𝖊 𝖉𝖊 𝖑𝖆 𝖓𝖎ñ𝖆

64 12 3
                                    

𝓐𝓶𝓪𝓻 𝔂 𝓭𝓮𝓳𝓪𝓻 𝓲𝓻...

Josephine

Un extraño sonido palpita dentro de mi cabeza y aumenta su intensidad conforme la luz blanca se hace más fuerte, los parpados me pesan, pero aun así hago el esfuerzo de abrir los ojos, una luz intensa ilumina toda la habitación provocando que me aturda un poco más; paredes blancas, cortinas azules, sabanas de una extraña textura, ¿Dónde estoy? ¿Y porque me siento tan débil? Después de unos segundos al abrir los ojos bien, me doy cuenta que tengo una intravenosa conectada en la muñeca izquierda, el sonido molesto provine de unos aparatos a la que estoy conectada, unos pequeños tubos transparentes salen de mi nariz ayudándome a respirar. ¿Estoy en un hospital? ¿Cómo es que termine en un hospital?

Después de unos minutos entra en la habitación una enfermera junto con mi madre, al verla me entran unas ganas gigantescas de llorar, pero ni una lagrima sale de mis ojos, como si me hubiera secado, como si me hubiera acabado todas mis reservas de lágrimas. La sensación es horrible.

―Mamá ―Susurro débilmente. Mientras la enfermera me revisa la intravenosa y los distintos aparatos a los que estoy conectada.

―Todo está bien, ella parece estable, las dejare a solas, en un momento regreso para aplicarle su siguiente medicamento ―nos dijo a ambas saliendo de la habitación.

― ¿Cómo es que... como es que termine aquí? ―Le pregunte a mi madre.

―La policía te trajo.

― ¿La policía?

―Ellos te encontraron tirada aun lado de la carretera congelándote ―Me informa mi madre en tono severo.

― ¿Congelándome?

―Josephine chocaste mi coche por ir a perseguir a ese tipo en medio de una tormenta ―Sus palabras salen de su boca con tanta rabia.

Al escucharla cierro los ojos y empiezo a recordar todo, la oleada de dolor me golpea de nuevo al revivir en mi memoria ese horrible momento.

―Gracias a Dios no te paso nada. Según los oficiales saliste ilesa del choque caminaste unos cuantos metros y después como si te quisieras morir te quedaste tirada en medio de la nieve. Casi mueres de hipotermia.

―Talvez quería eso.

―Renegar de la vida es uno de los pecados más grandes. No puedo creer que estés en este estado a causa de ese tipo.

―No tendrás que preocuparte más por él mamá, él se fue, me dejo, tú ganas tenías razón.

―Créeme en lo mejor para ti.

― ¿Por qué si es lo mejor para mi me duele tanto?

―Claro que te duele, es tu primer corazón roto, pero nadie ha muerto de amor, y tú no serás la primera.

―Tu no lo entiendes.

―Claro que no, solo las mujeres débiles sufren por hombres.

―Supongo que soy débil entonces.

―Ninguna hija mía es débil, solo estas atravesando por una etapa difícil de confusión mental provocada por tu corta edad e inexperiencia en cuestiones sentimentales. El tiempo lo cura todo, créeme el dolor del alma no te mata si aprendes a convivir con él. Sabes que existen peores perdidas que la de un noviecillo.

―Podrías dejar de ser tan fría por lo menos por un momento, ¿por qué no lo ves? Te necesito, necesito a mi mamá, estoy harta que siempre trates de sacar a Jordana en cualquier tema de conversación minimizando lo que siento, como si mis sentimientos para ti no importaran porque nada se asemeja al dolor que sientes por su perdida, por más que nos duela ella está muerta, pero yo no lo estoy y te necesito, y lo siento, lo siento tanto, por no ser como ella, por no ser la hija perfecta, pero te amo a pesar de todo, y lo único que espero de tu parte es un poco empatía.

É𝖝𝖙𝖆𝖘𝖎𝖘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora