➴ 𝐇𝐚𝐰𝐤𝐢𝐧𝐬, 𝟏𝟗𝟖𝟔.
Primer día de las vacaciones de primavera, o lo que era lo mismo para Blake Hopper: otro día más de trabajo en la cafetería. La misma rutina desde hacía casi nueve meses. Levantarse, desayunar, ir al instituto —hábito que tendría que suprimir durante una semana—, trabajar en el Bluebell por un sueldo nefasto y volver a la soledad del parking de caravanas.
—Oye Axl, ¿crees que deberíamos plantearnos el buscar un trabajo más digno? —el siamés la observó desde el sofá, y como si hubiese comprendido lo que su dueña trataba de comunicarle, maulló. Blake posó la taza de café en la encimera, y frunció el ceño, confundida—. ¿Eso es un sí?
El felino volvió a cerrar los ojos, dispuesto a retomar el sueño del que la muchacha lo había privado. Jamás pensó que llegaría a añorar los monosílabos de Ce y los comentarios sarcásticos de su padre, pero lo hacía. Y, cada día tachado en el calendario, esa ausencia dolía más. Se sentía sola; incluso cuando estaba rodeada de personas, se sentía sola.
—Son las siete de la mañana de un sábado, ¡y aquí estoy yo! Hablando con un gato con tendencias homicidas hacia cualquier objeto que se interponga en su campo de visión.
Suspiró, agotada. ¿Y ahora qué hacía? Harriet, Steve y Robin estaban trabajando; su turno en la cafetería no comenzaba hasta las tres. ¿Y si leía uno de los libros que le había prestado su mejor amiga? Ver la televisión, tal vez. O podía optar por abandonar la caravana y recorrer los desérticos senderos de Hawkins.
Meditó las opciones, en silencio y durante unos escasos segundos; y, decidida, se calzó las converse y se vistió una vieja sudadera que había tendida en el suelo del salón. Llenó el cuenco de comida de Axl; y tras atrapar el walkman, salió al exterior, dispuesta a adentrarse en el bosque y recorrerlo. Plan que se vio en la obligación de posponer.
—¿En qué lío te has metido ahora, Eddie Munson? —formuló en un murmuro, contemplando cómo tres vehículos policiales frenaban frente al hogar de los Munson.
Blake, curiosa, observó cómo el sheriff se aproximaba a Wayne. Desconocía el motivo por el cuál Callahan y sus hombres se habían desplazado hasta allí a tan temprana hora. ¿Otra disputa doméstica entre tío y sobrino, quizás? Ansiaba la respuesta, pero por el momento era una incógnita.
—¿Sabes qué ha pasado? —al igual que la mayor parte de los vecinos del recinto, Maxine también se había aproximado al hogar de los Munson de manera fisgona. Blake la contempló de reojo, y negó.
Sin proporcionarle una respuesta verbal a la pelirroja, la muchacha acortó aún más la distancia para lograr comprender el intercambio de palabras entre el sheriff Callahan y el tío de Eddie Munson.
—La he encontrado ahí dentro. Les juro que no sé ni cómo se llama. No la había visto nunca —las confusas, y alteradas, palabras de Wayne captaron la atención de las adolescentes. ¿De quién hablaba, exactamente?
—Cálmese, y no se acerque —advirtió el jefe de policía. Tras su contundente declaración, se aproximó a la caravana y se introdujo en ella.
La cantidad de policías que rodeaban el hogar de los Munson cortaban la visión del interior; pero Blake, en un ágil movimiento, logró establecer contacto con la entrada de aquel cuchitril. ¿Era real lo que estaba viendo o era otra pesadilla más?
—Es Chrissy —decretó Max en un murmullo, al percatarse de cuál era el motivo de todo aquel escándalo—. ¿Está...?
—¡Eh, vosotras dos! Fuera de aquí —sobresaltadas, observaron al dueño de aquella orden. Uno de los secuaces de Callahan había bloqueado su camino—. Volved a vuestra casa.