1. Praga.
Praga es la ciudad de las torres, la ciudad de la magia. Praga es una ciudad hermosa, tanto de día, como de noche. Incluso bajo el grueso manto de nieve que lleva dos horas acumulándose sobre las cúpulas y los tejados de la ciudad vieja, o como la llaman aquí Staré Město. Praga con sus mil años resplandece a cualquier hora del día.
El cielo se ha vuelto rojo debido a la densidad de las nubes que lo cubren por completo. Las luces del alumbrado público provocan que la nieve caída adquiera una tonalidad rosada muy extraña. El cielo se refleja en la nieve caída. Toda la ciudad se ve algo parduzca esta noche, lo cual da la sensación de que se está viendo una fotografía vieja. Ni muy lejos de eso, esta ciudad se ha quedado en el tiempo, y no en un mal sentido. Tiene magia, una muy especial.
Quién diría que yo, bajo dichas condiciones, me pasearía como si nada por la calle adoquinada sobre unos tacos recién estrenados, de más de diez centímetros de alto, sin temer tropezar o caer, o lo peor de todo, romperme el alma.
La verdad es que tanto da si voy descalza o sobre zapatos que puedan usarse como mortíferas armas, mi estabilidad es excelente, mejor de lo que fuera jamás. Gracias a ese balance perfecto, camino con la espalda recta, la cabeza erguida. Lo único en mí que no va seguro de sí, son mis manos. Hace un frío de muerte y si bien la temperatura del invierno ya no es un problema realmente significativo para mí, aún continúa sin gustarme el frío. Mis dedos enguantados en cuero se sienten más a gusto dentro de los bolsillos del largo y mullido abrigo que me llega a los tobillos.
Nunca me gustó y jamás me gustará. No, el frío no es lo mío, y nunca lo fue ni lo será, eso, ya quedó probado hace algún tiempo.
El puente Carlos tiene su encanto a estas horas, sus estatuas (treinta, que representan santos, personajes históricos y bíblicos) parecen cobrar vida a la lente de la madrugada que recién se asoma por una nueva vuelta del reloj astronómico de la Ciudad Vieja; éstas se confunden con los osados turistas, que pese al frío de grados bajo cero, se acercaron hasta allí para sacarse una foto con el río Moldava de fondo.
Me alejé de allí lo más pronto posible, los flashes y otras luces fuertes todavía me molestan, además no estoy aquí de paseo, no en tanto y en cuanto tenga trabajo que hacer.
El frío aprieta, y mi cuerpo no reacciona más que con un molesto cosquilleo sobre la piel. A la antigua yo, de estar aquí ahora, le castañearían los dientes ya, sin embargo mi nuevo ser, puede incluso arriesgarse a asomar la nariz por encima de la bufanda que llevo enroscada alrededor del cuello.
Los copos de nieve flotan ingrávidos frente a mis ojos. El mundo es increíblemente tanto más maravilloso desde que cambié, que su belleza me resulta imposible de describir.
La ciudad se oscurece a medida que me alejo de la zona más turística. Un par de jóvenes alemanes, uno de ellos de más de dos metros de altura, rubio, extremadamente blanco y tan borracho que no reconocería a su madre si se la pusiesen delante, y con una mirada que cuando no deben encontrarse nublada por el alcohol deber resultar hiriente como acero al rojo vivo acaban de gritarme una sarta de barbaridades que me imagino que de no ser yo una verdadera amenaza para sus cuerpos humanos, habrían intentado llevar a cabo. Supongo que su sexto sentido (o lo que sea que les advirtió sobre el peligro latente en mí), los conminó a seguir de largo.
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"Los caídos" cuarto libro de la saga "Todos mis demonios".
ParanormalCuarta parte de la saga "Todos mis demonios". Eliza se enfrente a una nueva realidad que superará todas sus expectativas. El mundo de los demonios continuará sorprendiéndola hasta lo inimaginable. ¿Soportará su relación con Vicente las nuevas verda...