"Los caídos" cuarto libro de la saga "Todos mis dmeonios". Capítulo 5.

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5.  Raíces y alas.

Buenos Aires nos recibió cálida y pegajosa, con un cielo diáfano y un perfume en el aire que demostraba que octubre llegaba a su fin. Tilos y jazmines en flor. El asfalto caliente. Gente andando por ahí despreocupada, bajo la sombra de las copas de los árboles de un verde esmeralda.  Sí, ninguna duda que el calor me revive; lograba eso conmigo cuando era humana y continúa consiguiéndolo ahora que soy algo más.

Anežka viajó todo el camino a casa pegada a la ventanilla del taxi. Casi sin parpadear, con los labios entreabiertos, el cabello liberado al viento caliente y sus blancos brazos expuestos a sol. De vez en cuando, parecía recordar que estábamos allí con ella, y formulaba alguna que otra pregunta sobre la ciudad, sobre el clima, sobre lo que hacía la gente joven aquí, sobre nuestras costumbres.

Creo que lo que la impresionó más, aparte del clima y del maravilloso paisaje, fueron las distancias, en lo que duró el viaje del aeropuerto a casa, ella podría haber ido y vuelto del aeropuerto de Ruzyne a su casa.

- ¿Falta mucho para llegar?- preguntó ansiosa sin perder de vista el gigantesco caserón que uno de nuestros vecinos alzaba en un terreno que había estado vacío hasta dos meses atrás.

- No, es más, es aquí a la vuelta.

- ¿Viven en este barrio?

- Vivimos allí-. Desde el asiento delantero, Vicente apuntó en dirección a la casa cuando el taxi dio vuelta a la esquina.

Anežka no pudo articular palabra. Que bueno, porque el momento resultó sublime para mí; regresar a casa nunca fue tan agradable.

- Mi hogar- pensé-. Que delicia tener al alcance de la mano, mi ticket de regreso a la normalidad.

Mis cosas, mi gente, mi familia, mis olores y sabores. Los hoteles podían ser divertidos; conocer ciudades: interesante; viajar, aprender un privilegio, pero volver a las fuentes a las raíces de todo me devolvía la seguridad en mí misma. Eran estas, las raíces que me daban alas, y por ello, agradecería infinitamente.

El mundo se ajustó otra vez en su sitio cuando el taxi paró frente a las puertas de la casa a la que llegué hace mucho tiempo, sin saber absolutamente nada de nada, menos de lo que sabe Anežka ahora.

Bajamos del taxi mientras Vicente pagaba. Inhalé profundo y cerré los ojos. - Soy otra vez yo- pensé al tiempo que me estiraba por completo desde lo alto de mis tacos.

Busque las llaves dentro de mi cartera, abrí la puerta y desconecté la alarma.

- Bienvenida a tu nuevo hogar- le dije a Anežka apartándome al tiempo que arrastraba conmigo la puerta, para que ella pudiese ingresar en el jardín delantero.

Vicente y el taxista aparecieron con nuestro equipaje.

- Vamos, pasa. No tengas miedo, eres libre de echar un vistazo. Es por allí. Aquí estarás segura, que de eso, no te quepa la menor duda.

Con pasos tímidos, Anežka avanzó por el camino de la entrada de automóviles. 

La noté emocionada y hasta algo feliz. Se fue andando lento, pero con paso firme.

Mientras ella descubría el lugar, fui a ayudar a Vicente con nuestras cosas.

- ¿Crees que lo lleva bien? Son demasiados cambios.

- Es joven, se acostumbrará.

- Por eso mismo lo digo, porque está en una edad un tanto complicada.

- La veo bien.

- Es demasiado joven.

- Es muy madura para su edad.

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