"Los caídos", libro 4 de la saga "Todos mis demonios" ca. 27

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27. El destino y la necesidad.

De gris nos recibió París. Por las calles soplaba un viento frío que amenazaba con arrancar de cuajo los edificios, incluso aquellos mucho más modernos que no condecían del todo con la imagen clásica de la ciudad.

Lo que sí iba a tono con ese idílico sueño de París que muchos guardan, era el coche en que viajábamos: amplio, lujoso, negro, sin detalles demasiado llamativos pero por su sobriedad, imposible de pasar por alto, incluso en el infernal tránsito de la ciudad.

De ser por mí hubiese preferido ir de taxi hasta la casa que Vicente tenía aquí; ni modo, mis ganas daban al traste con los planes de mi hermano, en aquel llamado que Ciro hizo a Vicente pocas horas antes de nuestra partida le comunicó que un automóvil pasaría a recogernos por el aeropuerto y nos llevaría hasta la propiedad de Vicente en una de las calles más costosas de la ciudad. Cortesía de la casa, había dicho con lo que Vicente describió como un empalagoso regocijo. Sin duda debían festejar que al final, se habían salido con la suya. Sí, los dos llegábamos a París para unirnos a las “doce sillas” que con nosotros, serían trece. Trece, el número de mala suerte para muchos; esperaba fuese lo contrario para nosotros, necesitaríamos toda la suerte de la que pudiésemos disponer para salir de ésta con vida, o como mínimo, para que nuestras muertes valiesen la pena.

Aparté la mirada de las calles que discurrían hermosas y algo lúgubres a tan temprana hora de la mañana, al otro lado de la ventanilla y le eché un vistazo a Anežka quién a pesar de ir de negro y de haber dormido poco durante el vuelo se veía radiante. No pude dejar de preguntarme como lo conseguía, yo tenía la pinta de quién ha pasado semanas sin dormir, mi piel lucía opaca, tenía ojeras debajo de los ojos, me dolían las articulaciones, ya comenzaba a creer que era víctima de cansancio crónico y sin duda mi cabello había tenido mejores momentos. Y yo que creía que sería ella la más afectada por todo los cambios, la que más recelosa se sentiría de regresar a París, todo lo contrario, a Anežka le entusiasmaba volver aquí; no son ideas mías, me lo dijo fuerte y claro, según ella esta ciudad tenía algo especial, algo muy especial. Cuando lo dijo se me puso la piel de gallina; claro que la ciudad tenía algo de especial, por estos días la invadían demonios y ángeles caídos, los niveles de energía aquí debían ser descomunales y sin duda, ella debía ser en especial sensible a ellos; me equivoqué al creer que le afectarían de un modo negativo, el caso es que parecía reavivada por el halo de tanta criatura sobrenatural.

- ¿Qué?- me preguntó al darse cuenta de mi mirada fija sobre su persona.

- Nada.

Vicente giró la cabeza y me miró. - ¿Va todo bien?

Amagué una sonrisa. - Claro.

- En nos minutos llegaremos a casa.

- Muero por tener la oportunidad de volver a pasear por estas calles.

Lo de Anežka me sonó más a un pensamiento en voz alta que a cualquier otra cosa.

- Seguro que no faltará oportunidad-. Dijo Vicente intentando comerse la ansiedad y parecer despreocupado. Cruzamos una mirada y luego cada quien, volvió a su ventanilla para perderse en las postales que entregaba París a la vuelta de cada esquina.

Luego de que el vuelo que traía a Gabriel y a los demás, tocase suelo francés; el plan era que diésemos la más convincente representación normalidad, eso implicaba, pese a lo que yo esperaba que fuese, salir a pasear, a hacer las compras, ir a fiestas, concurrir cuantas veces fuese necesario, a la sede de las “doce sillas”, incluso, visitar a mi padre y pasar tiempo con él, ya que siempre, pero siempre, los tendríamos a ellos custodiando nuestras espaldas. Saber que encontrarían ahí me dejaba más tranquila por un lado, y me ponía los pelos de punta por otro, si estaban ahí, sus vidas correrían peligro.

"Los caídos" cuarto libro de la saga "Todos mis demonios".Donde viven las historias. Descúbrelo ahora