"Los caídos" libro 4 de la saga "Todos mis demonios".

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24. Revelaciones.

Cesar abrió la puerta.

Inspiré hondo. Me odiaban, seguro ya me odiaban, y con todo la razón del mundo; ¿cómo volvería a mirarlos a la cara?, simplemente no tenía derecho a mirarlos a la cara, mucho menos a continuar aquí, aprovechándome de estos muros, de su trabajo, del esfuerzo de generaciones y generaciones de humanos que trabajaban a brazo partido junto a los ángeles para mantener el balance entre el bien y el mal en este desquiciado mundo.

Custodiando el pasillo, Lilith y otro ángel cuyo nombre no recordaba, mas cinco humanos, todos ellos armados hasta los dientes. Se pusieron en alerta en cuanto me vieron aparecer.

Con un único movimiento de la muñeca de Lilith comprendí que esta vez no se lo pensarían dos veces si yo hacía algo que justificase prescindir de mí para salvar así, la vida de uno de los integrantes de la hermandad.

No podía culparla, se le notaba en el rostro, a ella y a todos los demás, el sufrimiento causado por la pérdida de un gran amigo, de un compañero. Me figuro que más de uno de ellos debía preguntarse si valía la pena tanto dolor, tanta muerte; ¿valdría la pena defenderme, luchar por mi vida?

No, definitivamente no, mi vida no valía ni un cuarto de lo que la de ellos, por una simple y sencilla razón, mis manos robaron una existencia mucho más valiosa y pura que la mía, arrancaron de su sitio un alma apasionada, tenaz y bondadosa, una que no se entregó al infierno, una que pertenecía al cielo.

Uno de los humanos gatillo el arma que llevaba en las manos y con ella me apuntó. La imagen recuperó de mi memoria los acontecimientos de esa tarde. Vi a Ami a través del cristal de la ventanilla, lo vi desplomarse inerte en una caída sin fin.

- Abajo- me indico Gabriel y supe de inmediato a qué se refería. Abajo, al sótano, muy probablemente al mismo cuarto en que me encerraron a mí la primera vez que estuve aquí.

En una comitiva que parecía andar hacia el patíbulo, ángeles, humanos y yo, nos movimos por el pasillo y luego escaleras abajo.

Sabía y sentía sus miradas y armas apuntadas en dirección a mi cuerpo, sin perder de vista los puntos más débiles de mi anatomía, sin pasar por alto ni el menor movimiento muscular en busca de posibles guiños de cualquier cambio en mi actitud.

Ciertamente no tenía la menor intención de atacar a nadie, apenas si me quedaban fuerzas para caminar. Sinceramente, desde lo más profundo de mi alma, quería morir, pero bien sabía, que si existía un Dios en este retorcido universo, de modo alguno me permitiría fallecer; a como diese lugar, me obligaría a pagar por mis pecados, por cada uno de ellos.

Cuando llegamos a la planta baja nos topamos con un pequeño grupo que salía del comedor. Si bien era hora de la cena, no se percibía en el aire ni el aroma de la comida ni el bullicio de las amenas reuniones alrededor de las mesas. El aire era frío e insípido, tan silencioso que se me puso la piel de gallina.

Entre esas personas se encontraba Natalia. Ella alevosamente dio vuelta la cara en cuanto me vio; cruzó unas palabras con quien tenía al lado, y luego se largó por el pasillo en dirección contraria a la nuestra.

Cesar apuntó con la cabeza la escalera que conducía hacia abajo.

Nuestros pasos resonaron en el frío de la piedra de las escaleras y paredes.

Di dos pasos y sentí los latidos de su corazón, sentí su energía vital, su glorioso aroma, el cual se encontraba manchado por trazas de un olor mucho menos agradable. Vicente debía experimentar enojo, dolor, angustia o alguna otra cosa que turbaba su estabilidad.

"Los caídos" cuarto libro de la saga "Todos mis demonios".Donde viven las historias. Descúbrelo ahora