"Los caídos" libro 4 de la saga "Todos mis demonios" cap. 22

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22. Todo se transforma en nada.

Puedes creer que lo tienes todo. Creer, engañarse, mejor dicho. Cuando todo se transforma en nada tomas consciencia de cuanto te has aferrado a una idea que probablemente, no tenía mucho que ver con la realidad. Vivir en un mundo de fantasía no es una ilusión que pueda mantenerse eternamente, muy probablemente no dura nunca mucho más de un año, a lo sumo tres. La ilusión tarde o temprano acaba desmoronándose por su propio peso, igual que un castillo de naipes.

Mucho menos dura, cuando te emperras en acapararlo todo. Nada en este mundo te pertenece, solamente tu alma y quizá no por demasiado tiempo si no la cuidas como es debido. ¿No debí entender esto hace mucho tiempo ya?

Gaspar tenía razón, rehuí a la verdad y así terminé. No hay forma de continuar avanzando al futuro si ni el presente ni el pasado están claros. Desde mi padre hasta mí madre, desde mi relación con Vicente hasta lo que siento por Gabriel, todo está empañado de secretos, de misterio, muy probablemente también de mentiras -muchas mentiras-, y de cobardía -la mía por delante-.

Tal vez capté demasiado tarde la indirecta que la vida estaba dándome.

Ok, no más- me dije a mí misma.

Inspiré hondo y salí del asilo de mi habitación.

La casa continuaba funcionando con normalidad. Marina, una de las tantas mujeres que formaba parte de la hermandad, pasó frente a mi puerta, me dio los buenos días y siguió con su camino.

Bueno, al menos si el rumor de que algo sucedía entre Gabriel y yo se había esparcido, no se lo tomaron tan mal, por un momento creí que tirarían mi puerta abajo y me llevarían afuera para quemarme en la hoguera o algo así. Bien, en realidad no los creí capaces de nada semejante, pero sí de no aceptar que yo pudiese quererlo tanto como en este momento sabía que lo quería, o que él me quisiese a mí.

Sí, lo quería tanto como quería a Vicente. Uff, por Dios, darle vueltas a eso resultaba agotador.

Bajé las escaleras y fui directo a la cocina, se suponía que debía cumplir con mi tarea allí y ya era hora del desayuno.

Ciertamente el mundo no se había detenido por lo que me atreví a hacer ayer al atardecer, es más, me daba toda la impresión de que para los demás, nada había cambiado.

Una vez más me arrepentí de ser tan tontamente propensa a juzgar  a todos por adelantado, a temer por adelantado a las consecuencias de mis actos, a tener la estúpida tendencia a encerrarme en mí misma sin que nadie me mande guardar.

De no quedar como una loca me hubiese propinado una buena bofetada allí mismo.

- Buen día- me saludó Natalia luego de alzar la vista para ver quien acababa de entrar en la cocina.

- Buenos días.

- ¿Café?-. Me tendió una taza y con ella apuntó hacia la cafetera llena-. Necesito que me des una mano, ¿puede ser?

- Falta gente, ¿no?

Sentí un frío en el estómago provocado por el temor residual de la pasada noche.

- Sí, es que algunos salieron muy temprano.

- ¿Otra misión? ¿Regresó todo mundo bien, anoche?

Natalia me dedicó una sonrisa torcida. - Sí, me enteré que te pusieron al tanto de lo de anoche.

¿Por boca de quién?- me pregunté. Les había contado Gabriel sobre su decisión de revelarme los datos que me faltaban conocer, o Gabriel se lo había dicho a Cesar y éste se encargó de notificarlo a los demás.

"Los caídos" cuarto libro de la saga "Todos mis demonios".Donde viven las historias. Descúbrelo ahora