"Los caídos", libro 4 de la saga "Todos mis demonios".

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20. Opus angelorum.

El cuchillo que lancé rebotó contra la pared en vez de clavarse en blanco, el cual era una almohadilla rectangular confeccionada en una tela amarillenta rellena de apelmazados copos de lana pertenecientes a un colchón de esos que se usaban en la época de mi bisabuela. Por los cortes que otras dagas le hicieran, asomaban mechones de un gris azulino, sobre todo dentro del área ocupada por los aros concéntricos que alguien había dibujado en la tela con un grueso marcador rojo.

Ami me lanzó una mirada por el rabillo del ojo, suspiró evidentemente defraudado por mi pobre desempeño.

- Dijiste que tenías puntería-. Se descruzó de brazos y fue a recoger la daga.

El sol de media tarde brillaba sobre nuestras cabezas, sentía sus rayos sobre mis brazos; hacía una temperatura perfecta y todo a mi alrededor era de lo más idílico: el cielo azul, el campo verde, los árboles, el cantar de los pájaros…sin embargo, eso que me molestaba, opacaba todo lo demás. Esa misma razón era la culpable de que hubiese fallado en mis primeros diez intentos de clavar la daga en el blanco, y con ello no me refiero a dentro de los aros, Ami me dijo que no esperaba tanto de nadie en su primer intento, sin embargo yo siquiera conseguí apuntarle.

Ami recogió la daga del suelo. - Suerte que el metal con que las confeccionamos no se desafila, si fuesen dagas y comunes ya tendrían los filos todos mochos de tanto golpear contra la pared.

La pared en cuestión era uno de los laterales que separaba el cementerio de la propiedad principal.

- Perdón-. Me removí nerviosa sobre el piso de piedra cubierto por una delgada capa de musgo restante de la época de frío y poco sol, me figuro que en cuanto la primavera terminase de instalarse, el sol extraería toda la humedad del suelo, calentando la piedra, secando el musgo.

Ami regresó a mi lado. - ¿Por qué te tiembla el pulso? Cuando alzas la mano parece gelatina. Creí que ustedes tendrían más determinación.

-La tenemos- inspiré hondo y solté el aire-. Es que estoy nerviosa, no me hagas caso.

- No puedes ponerte nerviosa frente a un Nefilim, de otro modo acabarán contigo antes de que te des cuenta.

- Tal vez pueda defenderme a mi manera.

- Cuantas más armas tengas para defenderte de ellos, mejor. Si es como los Nefilim creen, te necesitamos viva. No podemos arriesgarnos a poner tu supervivencia en manos de la suerte-. Sus pies se acomodaron frente a los míos-. Dame esa mano aquí- canturreó tomando mi mano derecha para poner la empuñadura de la daga en contacto con mi palma. Acomodó mis dedos alrededor de la misma, del modo que se suponía era el correcto, y luego, se hizo a un lado. Cuando se corrió hacia mi derecha, todavía sostenía mi muñeca con sus manos-. Sea lo que sea que te pone nerviosa debes hacerlo a un lado, olvídalo. Tener la cabeza fría es primordial-. Me miró y sonrió-. No sé si puedas lograr eso, tu carne arde- bromeó.

- Ami- bufé.

- Concéntrate, apunta, dispara.

- Sí, como si eso fuese tan simple.

- No te pido que des en el centro, Eliza. Clavarle una daga a un Nefilim en el pecho es un lujo, me conformo con que lo hieras para darte tiempo de salir corriendo y alejarte de él, recuerda que hasta el mero rasguño los imposibilita por un buen rato.

Así era, Ami me explicó que el metal de las dagas era tóxico para los Nefilim, producía en ellos algo así como una reacción alérgica.

Liberó mi muñeca.

- Ahora adelante, recuerda lo que te expliqué.

Ok, concéntrate en el círculo rojo, recuerda las veces que jugaste a los dardos con Lucas…la imagen de Lucas en una de aquellas noches me pinchó trayendo de vuelta, algo de incomodidad. Borré el rostro de Lucas de mis retinas y volví a focalizar toda mi atención en el círculo rojo. Mi mano dejó de temblar. Por desgracia algo en el aire me recordó al perfume de la piel de Gabriel y todo se fue al demonio otra vez.

"Los caídos" cuarto libro de la saga "Todos mis demonios".Donde viven las historias. Descúbrelo ahora