36. Certezas y dudas.
Salí de la ducha rengueando. El agua caliente había resultado reparadora para los golpes, pero mezclada con el jabón, igual que alcohol sobre los raspones y heridas que aún continuaban abiertas.
Al lavarme el cabello se desprendieron las costras de las heridas ya casi cicatrizadas, y salió sangre seca de mis oídos y nariz. Al cepillarme los dientes, y para mi impresión, noté que más de uno estaban algo flojos. Sabía que me recuperaría con el pasar de las horas, pero no por eso dejaba de ser impresionante verme en aquel estado de maltrato.
Dar la cara frente al espejo terminó de mostrarme el panorama. La inflamación en mi hombro derecho verdaderamente representaba una imagen de lo más grotesca: un bulto entre morado y negro con trazas de rojo, amarillo y verde dispersándose por encima de la línea de la clavícula y el pecho. Esos colores combinaban a la perfección con los de los moretones desperdigados sobre mis costillas y el escarlata intenso de mi cadera.
Baje la vista al sentir una gota caliente rodando por mi piel, el corte de la pierna volvía a sangrar; el sangrado era poco, semejante al que puede emanar luego de arrancarse la cascara que se forma luego de rascarse frenéticamente una picadura de mosquito. De todas maneras aquella débil gota de sangre que corrió pierna abajo, me recordó mis certezas y dudas.
Certezas.
Primero: según Gabriel, los demonios no debía tener el poder de curar, sanar, reparar ni nada que se le pareciese, aquello era dominio exclusivo de los de arriba, no de los de abajo.
Segundo: Vicente jamás había conocido a ningún demonio que tuviese el poder de hacer lo anteriormente mencionado.
Tercero: los Nefilim tenían todos los números en esta rifa de responsabilidades. Obviamente me querían muerta y se mostraban dispuestos a todo con tal de lograrlo. Bueno, tal vez no a todo, todo. Por el modo en que salieron pitando cuando Gabriel los enfrentó, evidentemente no estaban dispuestos a dar de frente contra un arcángel -al menos no por el momento-.
Cuarto: cada vez me sentía más anormal, más un bicho raro. Por desgracia debía admitir que Eleazar tenía razón en lo que decía sobre mí.
Dudas.
Primero: a qué se debía la presencia de mi madre en Francia y quién la había arrastrado hasta aquí.
Segundo: qué era lo que escondía Eleazar.
Tercero: por qué los Nefilim querían matarme.
Cuarto: por qué tenía yo un poder reservado únicamente a algunos pocos ángeles y arcángeles.
Eleazar y mi madre me debían muchas explicaciones.
No resistí más contemplar mi reflejo en el espejo, aquello era deprimente.
Arropada con una gruesa bata de baño blanca, salí del baño.
Vicente justo entraba en el cuarto cargando una taza de té y un sándwich.
- Te traje esto.
- No tengo hambre.
- Cómo sea. Comerás de todos modos-. Dejó la taza de té y el plato con el sándwich sobre la mesa de luz-. Anežka preguntó por ti. Le dije que estabas bien, que se fuera a dormir.
- Bien, porque no quiero que me vea así.
- ¿Duele?- preguntó apuntando mi pierna con sus ojos grises.
- Un poco- el problema es que el dolor de la pierna sumando al dolor de la cadera me hacen caminar igual que si estuviese toda descalabrada-. No te voy a mentir- me senté sobre el borde de la cama-. Me siento igual que si me hubiesen molido a golpes.
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"Los caídos" cuarto libro de la saga "Todos mis demonios".
ParanormalCuarta parte de la saga "Todos mis demonios". Eliza se enfrente a una nueva realidad que superará todas sus expectativas. El mundo de los demonios continuará sorprendiéndola hasta lo inimaginable. ¿Soportará su relación con Vicente las nuevas verda...