44. Eternamente.
- ¡Vicente!- el dolor de mi abdomen amenazó con hacerme perder la consciencia. Una punzada de dolor atravesó mi cuerpo desde el frene hasta la columna cuando inclinada hacia adelante, recogí a Vicente entre mis brazos. Sangraba profusamente por el pecho. La sangre que brotaba de su corazón esforzándose por continuar irrigando los órganos vitales se escapaba entre los dedos de mi mano izquierda-. Vicente mírame, abre los ojos- la voz me tembló; él tosió y se estremeció. Despegó los parpados y me miró-. Shh...tranquilo, estarás bien. Concéntrate en mí, no me dejes.
Lentamente subió su mano hasta mi rostro y me acarició la mejilla.
- Te amaré eternamente- dijo con un resto de voz sin fuerza.
- Claro que sí- le sonreí- yo también te querré por siempre. Viviremos juntos...
Vicente siguió el rastro de las lágrimas que corrían por mi rostro hasta mis labios y tapó mi boca con sus dedos.
- Se feliz por mí.
Entré en pánico, estaba despidiéndose. - ¡No! ¡¿Me oyes?! No, Vicente, no permitiré que te vayas a ninguna parte. ¡Vicente!
- Casi mueres por salvar a Lucas. No permitiré que te arriesgues por mí. He vivido lo suficiente... aún tienes toda la vida por delante.
Aterrorizada comprobé que las manos se le enfriaban y que la sangre salía a borbotones cada vez más lentos y menos caudalosos.
- Qué sentido tendría vivir sin ti...ya no puedo vivir sin ti-. Desesperada intenté aferrarme a su mirada. Todavía continuaba sorprendiéndome lo bello y profundo de sus ojos grises coronados por delicadas pestañas cobrizas...el arco de su nariz, sus labios, la línea de sus cejas. Posé mi mano sobre la suya-. Tú solo relájate y déjame hacer...
- No-. Soltó con determinación y luego tosió.
Su mano estaba helada.
Sentí a mi padre llegar por mi izquierda. - Eliza.
- No voy a dejarlo partir.
- Se ha ido ya.
Mi corazón se detuvo, giré la cabeza y vi los ojos de Vicente cerrados.
Escuché a Lucas soltar una exclamación ahogada.
- ¡No! ¡No! ¡No, Vicente!- lo sacudí-. No puedes hacerme esto. No puedes dejarme aquí sola-. Ya no podía contener el mar de lágrimas que se escapaba de mí-. Sí crees que voy a dejarte ir estás muy equivocado.
Lo bajé al suelo. Rasgué de un tirón su camisa dejando así, la herida al descubierto.
- Eliza, no lo hagas, morirás, es demasiado tarde y su herida demasiado seria.
- No lo entiendes Gabriel, él es todo para mí. Si se muere moriré con él- le contesté posando ambas manos sobre la herida para empezar a atraer hacia mí, las fuerzas que lo curarían, que me lo devolverían sano y salvo.
Gabriel cayó de rodillas a mi lado. - Tal vez fuese su momento-. Posó su mano derecha sobre mi antebrazo derecho e hizo el ademán de apartarme del cuerpo de Vicente.
- Ni te atrevas a intentarlo. O estás conmigo, o estás contra mí, Gabriel.
- Eliza, por favor...
- Ayúdame- berreé desesperada sin lograr concentrarme-. Por lo que más quieras ayúdame. No puedo perderlo. ¡Por favor, ayúdenme!-. Giré la cabeza-. ¡Papá!
Eleazar bajó la cabeza lentamente. - Gabriel tiene razón, fue herido de muerte, no hay nada que hacer.
- ¡No, eso no es cierto!- volví la cabeza al frente y cerré los ojos. Apretando los parpados con fuerza me concentré en el amor que sentía por él, mis brazos se calentaron y mis pies y luego mis piernas comenzaron a enfriarse. Lo que experimenté fue como si por mis brazos saliese de mí hacia su cuerpo, toda mi energía. Las fuerzas fluían hacia él, descargándose en su cuerpo.
La piel de su pecho, debajo de mis manos comenzó a cobrar temperatura.
Las piernas se me durmieron y me dio un calambre en el estómago. Le estaba entregando todo de mí y aun así no parecía suficiente. Maldije a Gabriel y a Eleazar por tener la razón. Mis fuerzas no eran suficientes para traerlo a la vida...pero al menos...al menos me iría con él. Después de todo, tal vez si fuésemos a terminar la eternidad juntos.
El frío subió desde mi abdomen hasta mi pecho, mi corazón se detuvo, también mis pulmones.
Me mareé, pocos de mis pensamientos sobrevivieron a la negrura que se extendió por mi cerebro avanzando desde la raíz de mi nuca. Fue como si poco a poco, cayese un pesado y oscuro telón.
El frío bajó desde mis codos hasta mis brazos y sentí mi consciencia deslizarse por mis músculos igual que si yo estuviese abandonando mi cuerpo por un interminable tobogán por el que bajaba lentamente, muy lentamente. Apartándome del mundo, de lo material.
Me deslizaba por mis dedos cuando sentí algo suave pero al mismo tiempo firme, cubrir mis manos.
Fue como si alguien le subiese la llama al fuego de mi existencia, insuflando una nueva presión de gas. Un quemador al que alguien había conectado una nueva fuente de energía.
- Aquí estoy...
La voz de Gabriel hizo eco en aquel lugar inmenso e infinito en el que me encontraba.
- No te dejaré morir...y tampoco a él... Si es lo que tú quieres.
- Sí-. Le respondí con algo que no fue mi voz-. No podría vivir sin él.
- Sé qué crees que no lo comprendo pero no es así. No puedo permitir que mueras porque yo tampoco concibo este mundo sin ti. Si debe vivir para que tú vivas también...pues que así sea.
- Gabriel-. Su nombre hizo eco en el azul profundo que nos rodeaba.
- Puedo traerlos otra vez a la vida...a los dos...
- Gracias-. Ahora sí fue mi voz la que se extendió en todas las dimensiones del especio.
Sentí mis antebrazos otra vez, el calor y mi espíritu volviendo a ellos. Subí por el ángulo de mis codos, trepé por los brazos, los hombros y me esparcí por mi pecho igual que las olas del mar que cubre una playa, avanzando primero con timidez, luego con brío.
Mi corazón dio un primer latido, luego otro y otro.
De a poco mi cerebro fue saliendo de la niebla a medida que mis pulmones se ensanchaban, sentí mis piernas y los dedos de mis pies fríos dentro del calzado. El dolor en mi abdomen había desaparecido.
Una energía clara, plateada y pura chisporroteaba por todo mi cuerpo, pero donde más la sentía, era a nivel piel, sobre todo en mi mano izquierda la cual hacía contacto con algo palpitante y tibio.
Sentí cierta incomodidad y frío del lado derecho de mi cuerpo y luego, a medida que fui capaz de pensar, reconocí aquello por estar tumbada sobre la tierra húmeda y fría, de ese lado. Mi lado izquierdo en cambio, reposaba agradablemente sobre la tibieza de otro cuerpo, de un cuerpo que olía del modo más maravilloso.
Sentí mis parpados y al verme capaz de moverlos, los despegué lentamente.
Mi rostro estaba a pocos centímetros del suyo, mi mano sobre su pecho. Vicente giró la cabeza.
Me llenó de regocijo ver que los colores habían vuelto a su rostro, ver que solamente tenía ojos para mí, y que su sonrisa estaba feliz de encontrarse otra vez conmigo.
- Jamás haces caso a nada de lo que te digo- me regañó con la voz quebrada. Era un regaño ligero y sin demasiados fundamentos, sus ojos y sus labios todavía me sonreían.
- Y tú, todavía después de tanto tiempo, todavía insistes en querer abandonarme-. Lo estreché con mi brazo izquierdo apretándome a su lado-. Si es que somos el uno para el otro. Simplemente no podemos estar separados-. Le sonreí-. Donde sea pero juntos, Vicente, eternamente juntos.
- Te amo.
- Te amo y siempre te amaré.
Sus brazos me rodearon.
Así, sobre la tierra fría, con la luna y las estrellas de testigo, nos besamos.
Fue el beso más increíble, el más perfecto de todos, uno de esos besos que te elevan al cielo y al mismo tiempo te llevan al corazón de la tierra. Nos besamos hasta que de nosotros saltaron chispas, hasta que sentimos que nuestros labios se fundían, hasta que creí que perdería la cabeza, que me perdería en él y él en mí, hasta que todo desapareció.
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"Los caídos" cuarto libro de la saga "Todos mis demonios".
ParanormalCuarta parte de la saga "Todos mis demonios". Eliza se enfrente a una nueva realidad que superará todas sus expectativas. El mundo de los demonios continuará sorprendiéndola hasta lo inimaginable. ¿Soportará su relación con Vicente las nuevas verda...