"Los caídos" libro 4 de la saga "Todos mis demonios", cap. 33.

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33. Agujeros en el cielo.

Parada en medio del gran salón de una de las más lujosas tiendas de París, veía a mi padre ir y venir seguido de Anežka, y un séquito interminable de empleados de la firma, en busca del bolso perfecto tal si eso fuese una cuestión de vida o muerte, para mí. Anežka ya había elegido el suyo y mí no me quedaban más ganas de continuar actuando el rol de demonio que es digna hija de su padre.

Con un par de sonrisas que tal vez no tuvieron mucha gracia, los convencí de que eligiesen uno por mí, a modo de sorpresa. A mi padre pareció ilusionarle la idea, dijo algo así como que me debía muchos regalos de cumpleaños y que este sería un muy buen momento para recuperar aquellas oportunidades perdidas.

Otorgándoles carta blanca, me senté en el duro sofá circular, justo debajo de una magnífica lámpara de cristal que iluminaba el exuberante arreglo florar que decoraba el respaldo del sillón.

A hurtadillas, en lo que iba de la muy avanzada tarde, había dejado tres mensajes en el celular de Vicente; por demás está decir que la ansiedad y el miedo me carcomían por dentro, su ausencia y posterior silencio no podía ser augurio de nada bueno. 

Me esforcé durante horas, en no dar la menor señal de que algo no iba bien, mas ya no era capaz de contenerme. De piernas cruzadas, mi pie repiqueteaba en el aire siguiendo el ritmos de las agujas del nuevo reloj que Eleazar prácticamente me obligara a comprar, entre tantas otras cosas que yo no necesitaba; en unas pocas horas había arrasado con percheros y escaparates. Anežka estaba feliz, tanto como pude estarlo una adolescente con la oportunidad de tener un nuevo guardarropas, basado en las páginas de las mejores y más reconocidas revistas de moda. Para ella en algún punto, más allá de su madurez, de sus experiencias personales, esto todavía era un juego; sin duda no comprendía la verdadera dimensión de aquel mundo al que se disponía a ingresar. Su elección estaba hecha y me figuro que le dijese lo que le dijese no cambiaría de parecer, es más, es como si lo que sucederá hubiese estado marcado en su destino, igual que el mío, pero no por eso me sentía menos culpable o menos asqueada por las demostraciones de grandeza de mi padre, por sus despilfarros de dinero, por su firme intención de encandilarla con una fachada que no es más que un diez por ciento de lo que significa ser un demonio, por una careta que a la larga o a la corta, pierde toda importancia, por algo que suele convertirse en obsoleto, o incluso en un lastre, uno muy pesado; Vicente me lo explicó una vez, era por eso que él casi no tenía posiciones y que se preocupaba muy poco por éstas, en ese entonces mencionó que Lucas, en algún momento, comprendería que cuanto más liviano viajase, tanto mejor. Ojalá Anežka lo entendiese algún día.

Por lo pronto, debo admitir, me agradaba verla así de feliz y entusiasmada, disfrutando de veras de las bromas de mi padre, de sus sonrisas y juegos, de su entrega a dos manos; su pasado fue de restricciones, de dolor, de carencias, mientras no perdiese el eje de la realidad, estaría bien, y para eso estaba yo aquí, para acompañarla e impedir que quedase por completo obnubilada con tantos lujos y placeres.

Una de las dependientas se acercó para ofrecerme algo de tomar, por insistencia de Eleazar había bebido champagne en los últimos dos negocios a los que fuimos, pero ahora que él no se encontraba cerca, decliné el ofrecimiento ya que si bien el alcohol no era un verdadero problema, deseaba continuar con todos mis sentidos funcionando a un cien por ciento.

La mujer se retiró tranquilamente insistiendo en que si se me ofrecía algo, no tenía más que pedirlo.

Sola otra vez, busqué a mi padre y a Anežka. Se encontraban al fondo del salón, dándole interminables vueltas a un bolso purpura. Fue entonces cuando mi celular se puso a chillar.

Di un salto por la sorpresa inicial. Mi corazón desenfrenado a causa de los nervios se puso a dar golpes contra las costillas igual que si estuviese pidiendo ser liberado. El pobre desgraciado se detuvo en seco cuando las pequeñas letras en la pantalla indicaban que la llamada era de un número desconocido.

"Los caídos" cuarto libro de la saga "Todos mis demonios".Donde viven las historias. Descúbrelo ahora