30. Inferi Dii.
Chasqué los dedos y las velas frente a mí se encendieron. De un soplido las apagué.
Chasqueé lo dedos otra vez, el fuego volvió a brotar.
Vicente giró la cabeza y me lanzó una mirada por encima del hombro. Con sus ojos sobre mí, soplé; él suspiró, por lo que me parecía, algo fastidiado. Regresó a su labor, se ocupaba de la cena, yo no tenía ánimos para eso, a la única en esta casa que le hacía falta comer era a Anežka, ella era mi responsabilidad, y así y todo, no lograba encontrar el ánimo, las ganas, o la fuerza para levantarme de esta silla y cocinar.
El afilado cuchillo japonés bajó una vez, guillotinando las puntas de las zanahorias. Otra vez: perfectas rodajas anaranjadas. Y una más. Chasqueé los dedos: pequeñas llamas aparecieron sobre los pabilos de las delgadas velas moradas que completaban la decoración de la mesa junto con el candelabro plateado y las servilletas de fino hilado del color de las berenjenas más oscuras, fileteado con un delicado pespunte verde, que hacía juego con el color del mantel y el tapizado de las sillas.
Vicente resopló.
Apagué las velas de un soplido, el arrojó las zanahorias dentro de la brillante cacerola de bronce dentro de la que se cocían perfectos medallones de lomo en una salsa marrón oscuro.
La salsa dejó de borbotear a causa de los ingredientes fríos que acabara de recibir.
Todo me parecía tan obsoleto en este momento, tan insignificante. Comer…para qué…estar aquí, amargarme…cambiar a Anežka, ver a Gabriel, abrazar a Vicente. Nada… en este momento sentía que el futuro no existía, lo cierto es que tenía miedo de mi misma, de lo que pudiese hacer, de lo que los demás pretendiesen de mí, en especial mi padre.
Mi fuego…Chasqué los dedos y las llamas reaparecieron.
- Ya deja eso, ¿si? Me pones nervioso. Esas llamas no son para jugar.
- No, claro que no, son para matar demonios- murmuré por lo bajo, más para mí que para él.
- Exacto, y eso mismo es lo que yo soy-. Giró y esta vez, en vez de mirar mis manos, me miró a los ojos-. Ya déjalo por favor.
- No tengo que hacer ni el menor esfuerzo para que salgan.
- Sí, me percaté de ello.
- Es extraño- se me escapó el aire de los pulmones, todo esto me tenía profundamente abrumada-. Cambió de un momento para el otro y ni siquiera sé cuándo, no me di cuenta.
Vicente apoyó la cuchara de madera sobre la mesada y caminó hasta mí. Se inclinó sobre las velas y apagó el fuego.
Nos miramos.
De repente tuve una idea muy loca. Moví la mano hasta la jarra de agua y apoyé un dedo justo por donde al otro lado del cristal, se encontraba el borde del nivel de agua. Pensé en lo que deseaba hacer, y así de simple, sucedió. Una columna de agua siguió el movimiento de mi dedo hacia arriba. Mi mano se despegó del cristal y el agua me siguió más allá de la jarra. Era de lo más extraño ver el agua hacer aquello, bien, no era la primera vez, aquel muchacho en el circo de Jan había hecho exactamente lo mismo.
- Termina con eso de una buena vez- rugió Vicente tomándome la mano por la muñeca.
El agua cayó al instante en el interior de la jarra, salpicando para todos lados.
- ¿Crees que sea por lo que Gabriel me dio?-. Todavía me tenía sujeta, y nuestros ojos no se separaban-. Siento igual que si tuviese un hormiguero dentro de mí.
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"Los caídos" cuarto libro de la saga "Todos mis demonios".
ParanormálníCuarta parte de la saga "Todos mis demonios". Eliza se enfrente a una nueva realidad que superará todas sus expectativas. El mundo de los demonios continuará sorprendiéndola hasta lo inimaginable. ¿Soportará su relación con Vicente las nuevas verda...