"Los caídos" cuarto libro de la saga "Todos mis demonios", capítulo 7.

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7.  Los pecados del padre.

A Lucas le tomó un momento asimilar lo que acababa de ver, de pronto, volvió la cabeza hacia mí. Expulso un chorro de aire por la nariz.

Miré a Anežka, mi madre intentaba enseñarle algunas palabras en castellano, señalándole aquellos objetos a los que correspondía el sonido.

- No sé qué decir. Noté algo ayer…es distinto- meneó a cabeza-. No me molesta- de refilón le echó una mirada a mis padres-. No te odio ni me provocas rechazo alguno- agregó en voz baja.

Me masajeé la frente, la cabeza me dolía horrores.

- ¿Qué vas a hacer?

- No tengo ni la menor idea.

- ¿Crees que se vaya de casa?

- Dijo que no iba a dejarme.

- Tu mamá…

- No es tonta- empecé a decir cortándolo-, no tengo ni idea de cómo lo hace- suspiré- sabe que algo pasa. Si todo estuviese bien él habría venido a saludarla.

- Lo lamento.

Lo miré y le sonreí. Me prendí de su brazo y me acerqué todavía más al costado de su cuerpo. - Confío en que sea una etapa, nada más.

- Hablar con Gaspar puede serte de ayuda, Vicente y él deben haber conversado mucho ayer.

- Lo haré esta tarde cuando lleve a Anežka a verlo.

- Voy contigo, Anežka ya me conoce. No hablo una palabra de checo pero me figuro que se sentirá más tranquila mientras yo me quedo con ella para que converses en Gaspar.

- Gracias, es buena idea.

Posó su mano izquierda sobre la mía y me dio un cariñoso apretón. De repente Vicente me hizo mucha, pero mucha falta. Sentí que comenzaba a perderlo otra vez y eso hizo que se me encogiese el corazón. Me odié a mí misma por ser hija de quien era, por tener estos malditos poderes que no quería ni necesitaba.

Mamá se levantó de su silla. Una Anežka más relajada, se quedó en compañía de mi papa, quien por lo visto, no tenía planeado torturarla con una lección de castellano, él en cambio se levantó de su silla, fue hasta la alacena y sacó una caja de bombones, de los cuales le convidó. Anežka le sonrió y tomó uno. Lucas fue a reunirse con ellos.

- Te ves diferente.

El comentario de mí mamá no era una novedad.

Cargó de agua la cafetera.

- ¿Es eso normal?

Ella al igual que yo todavía intentaba acostumbrarse a mi nuevo yo.

- Cada día te pareces más a él.

Eso me revolvió las tripas.

- Por cierto- se estiró y sacó el café de la alacena-, qué sabes de él.

Ese él no era otro que Eleazar.

- Nos encontramos hace un par de días en las afueras de París.

- ¿Qué quería?- escupió mientras terminaba de preparar la cafetera.

- Fui yo quien lo llamé, necesitaba algo de ayuda.

- ¿Te ayudó? ¿Qué te pidió a cambio?

- Sí, sí me ayudó. No pidió nada a cambio.

- No deberías acercarte a él.

- ¿Tú no lo has vuelto a ver?

- ¿Para qué querría verlo? No tengo nada para decirle- lanzó a la defensiva cuando en realidad no tenía de qué defenderse.

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