Cinco

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Brais

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Brais

Suelto el humo del cigarro, mirando a lo lejos mientras continúo sentado en las gradas del campo viendo a los chicos jugar futbol americano.

Hubo un tiempo en que era el mejor jugador mi clase, pero luego descubrí mi gusto por la velocidad lo que me llevo a las carreras clandestinas, eso y mis ganas de siempre llevarle la contraria al bastardo de mi padre.

Damian Baxter el dueño de industrias Baxter y quien por el momento maneja el imperio Fox herencia de amada madre, un hijo de puta al que nunca le importamos un carajo ni su esposa ni su hijo, solo hacer dinero y acostarse con cuanta mujer le pasara por el frente sin sentir un grado de remordimiento ver el sufrimiento en los ojos de Amelia mi mamá la mujer más brillante del mundo cuya luz fue apagada por un maldito que poco a poco la enloqueció hasta el punto que llegó a quitarse la vida.

Jodida mierda.

Por eso es que no creo en el amor ni esas mierdas que quieren las mujeres, los sentimientos solo te hacen débil, un títere que es manejado al antojo de quien tenga tu corazón, un espejismo que te muestra todo lo que anhelas pero que al final te hace mierda hasta convertirte en nada.

Me levanto de la banca dándole una última calada a mi porro, tiro la colilla y la aplasto con mi bota antes de abandonar el lugar.

—Brais—la voz de Jake me hace detener mis pasos.

Me giro en su dirección clavando mi vista en el a la espera de que empiece a hablar.

—Hermano—saluda una vez esta frente a mi chocando su puño con el mío.

—Jake.

—Quería hablarte de algo importante—me hace saber el rubio.

—¿Y eso es? —pregunto harto de que de tantas vueltas.

—Te quiero pedir que te mantengas alejado de la amiga de Frances.

¿Pero que mierda?

—¿Te refieres a la rubia que nos presentó en las carreras? —finjo que no recuerdo de quien habla.

—Si, Pyper es una buena chica Brais—hace una pausa—Frances me comento que te vio con ella anoche y me ha pedido que hable contigo para que la dejes tranquila, esa chica no es de la clase con que te acostumbras a enredar hermano—termina de decir.

Sonrío—dile a tu chica que deje de meter las narices donde no la llaman Jake.

El rubio frunce el ceño molesto por mis palabras.

—Y tú de seguirle la corriente como un maldito perro faldero—lo miró fijamente irguiéndome en toda mi estatura—ni tu ni nadie me dice que tengo o no que hacer—paso por su lado golpeando mi hombro contra el suyo.

—Solo piénsalo amigo—es lo último que le oigo decir al rubio antes abandonar el lugar.

No entiendo por qué tanto escándalo en me acerque a la rubia después de todo es una pequeña pervertida a la que le gusta espiar a los demás.

La Chica De Las Zapatillas RosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora